Tragedia entre las tragedias, la obra teatral Las troyanas, de Eurípides, narra una de las historias más desgarradoras de la humanidad: el destino de las hijas de Troya, la ciudad devastada por los aqueos en la famosa guerra inmortalizada por Homero en La Iliada. Dicha obra toma como protagonistas a esas mujeres que, aun jugando un papel central, quedaron relegadas detrás del relato que daba cuenta de la acción desarrollada entre hombres, los héroes que la tradición encumbró.
Cualquiera conoce qué pasó con Aquiles y con Ulises, con Héctor y Paris, pero los nombres de Hécuba, de Casandra o de Andrómaca permanecen olvidados. Aunque todo el mundo recuerda el de Helena, la chica más hermosa del mundo, cuya belleza se convirtió en un arma de destrucción masiva que desató una guerra que duró diez años, que le costó la vida a miles de personas y marcó la extinción de una de las ciudades más importantes de su época.
Publicada por la editorial española Vaso Roto, Las mujeres troyanas adapta la obra de Eurípides al lenguaje de la novela gráfica para recuperar la historia de quienes tal vez sean las primeras mujeres invisibilizadas de la literatura. Se trata de una apropiación del texto clásico realizada por la poeta y escritora canadiense Anne Carson, a la que la artista gráfica estadounidense Rosanna Bruno enriqueció con sus ilustraciones.
Ambas aprovechan una cualidad que es propia de cualquier obra que se precie de clásica: la capacidad de resonar a través del tiempo y de la historia, para funcionar como un espejo en el que las diferentes eras han podido contemplar sus propios fantasmas. Pues bien, parece que aquel relato de mujeres convertidas en las víctimas finales de una guerra, trofeo de los vencedores y objeto de humillación en el que los hombres se regodean, todavía tiene mucho para decir en este joven siglo XXI.
De perras, vacas y zorras
Carson y Bruno consiguen que el destino trágico de Las mujeres troyanas revele la forma en que la supremacía masculina sigue vigente, treinta siglos después del final de aquella guerra mitad leyenda, mitad real. Al modo de Esopo, o de George Orwell en Rebelión en la granja, las autoras convierten a los personajes en animales, un juego de proyección que ayuda a potenciar algunos sentidos.
Por ejemplo, las especies elegidas para representar a las mujeres ilustran con claridad el lugar que han ocupado a lo largo de la historia en relación a lo masculino. Zorras a las cuales exhibir y depredar (Helena), perras a las que humillar y someter (Hécuba, esposa del rey Príamo de Troya) o simplemente vacas, ganado criado para garantizar la supervivencia del hombre, género y especie.
Con lucidez, en el texto de Las mujeres troyanas Carson mantiene el formato teatral, que le permite al lector percibirlo como un compendio de acciones, una puesta en escena más grande que la vida. Por su parte, en las ilustraciones de Bruno las hembras no solo se animan mutuamente para soportar de forma estoica las diferentes humillaciones impuestas, sino que también llevan consigo la semilla de la revancha contra el opresor. Además, los dibujos terminan de darle forma a un bienvenido espíritu de fábula, que transmite de forma convincente el dolor de una herida que lleva abierta más de tres mil años.