Nunca quizás, con tanta impudicia y ahínco, nadie se refirió a nadie en el mundo de la gran política con el desprecio con el que lo hace Donald Trump cuando habla de Volodimir Zelenski. O con él. Esa es su forma de negociar. Desde siempre ignora los más elementales usos diplomáticos. Llegó a decir que el ucraniano es “material de desecho” –jamás lo diría de Benjamin Netanyahu, su otro socio en guerra– y dejó en claro que lo suyo son los negocios inmobiliarios, la tierra, los ladrillos, como dice la cultura popular de por aquí. Así, sueña con una fastuosa Costa Azul del Medio Oriente cimentada por los cadáveres palestinos de Gaza. O con unas tierras raras que no sabe qué son, pero es algo codiciado que se podría extraer de entre los ríos de sangre de los jóvenes ucranianos a los que Estados Unidos mandó a morir en nombre del sacrosanto mundo occidental y cristiano.
El viernes Zelenski visitó a Trump. Se vieron en el Salón Oval de la Casa Blanca, el mismo desde el cual en 1961 John Kennedy ordenó la fracasada invasión de la Bahía de los Cochinos a Cuba, y donde Bill Clinton mantenía sus encontronazos de infidelidad con la becaria Mónica Lewinsky. Este encuentro no fue amable y el ucraniano hasta enfrentó a su mandante, que lo esperó para anunciarle, de entrada nomás, lo que todo el mundo sabe, que está “delimitando un acuerdo de paz con Rusia” a sus espaldas. Y que lo despidió exigiéndole que actúe seriamente, pues está “jugando con la Tercera Guerra Mundial”. En su nuevo rol pacifista Trump aseguró que lo más importante para él es la paz, “hago esto para salvar vidas más que cualquier otra cosa. Y luego, hago esto para ahorrar mucho dinero”, se sinceró.
El diálogo derivó en una tensa discusión de la que también participó el vicepresidente J.D. Vance y que, algo insólito, propio del destrato al que había sido sometido Zelenski, se desarrolló en presencia de los medios. “¿Crees que es respetuoso venir a la Oficina Oval y atacar al presidente que está tratando de evitar la destrucción de tu país?”, reprochó Vance. Interrumpió Trump: “No estás, ni mucho menos, en una posición idónea como para hacer exigencias. No tienes tropas suficientes, no puedes decirnos qué quieres, estás faltándole el respeto a nuestro país”. En un segundo en el que no hubo interrupciones de uno y otro lado, el estadounidense fue concluyente: “Te hemos dado el poder para que seas un tipo duro. O haces un trato (con Rusia) o nos vamos de tu país. Estás jugando con las vidas de millones, estás jugando con la Tercera Guerra Mundial”.
Sin moverse de Washington, a puro grito de redes sociales, Trump domesticó a Zelenski y, sin ofrecerle una opción que le permitiera simular un gesto de dignidad, lo acorraló hasta acordar –por ahora eso se dice– un cese de hostilidades que se parece demasiado a una capitulación. Primero, porque Rusia, el otro peleador en esta guerra, mira cómo Occidente termina de humillar a su mandadero pero no define si esa es la paz a la que aspira. Segundo, porque esa supuesta paz que se sostendría en la entrega de los recursos raros de Ucrania, en realidad partiría de una falsedad sobre los verdaderos dueños de la riqueza. En el mundo de los servicios de inteligencia dicen que Zelenski se comprometió a entregárselas a Gran Bretaña. Rusia dijo siempre que los yacimientos le pertenecen, se encuentran en regiones del sureste ucraniano incorporadas democrática y voluntariamente a la Federación Rusa y que Vladimir Putin dijo que no tendría problemas en explotar junto con empresas de EE UU.
Trump tiene, tuvo, ventajas para negociar desde las alturas, exigiendo sin dar ni ofrecer nada, contando con la necesidad o la obsecuencia de sus interlocutores. Así fue con su deseo de anexar a Canadá como la estrella 51 de la USA, o de comprar Groenlandia para hacerse de sus riquezas minerales (tierras raras también) y su posición estratégica en el caso de futuras guerras. Así fue que apretó a México y China, poniendo en la mesa de diálogo unos aranceles inexistentes pero con los que le proclama al mundo qué fácil sería ahorcarlo sin necesidad de contar con una soga. Así fue con Ucrania, al que le reclama las tierras raras a cambio de una fantástica deuda contraída en los años de guerra, convirtiendo en acreencia lo que Kiev pensaba que era un aporte en la lucha por la defensa de las libertades y las democracias occidentales. Pensaba que con la sangre de sus hijos era suficiente.
Entre esas ventajas cuenta con que la OTAN quiere sacarse de encima a Zelenski, al que como Trump, considera materia descartable. La alianza atlántica, valiéndose de dichos y pruebas aportados por medios norteamericanos –básicamente el complejo Newsweek y la agencia AP–, denunció múltiples hechos de corrupción que por acción u omisión, sobre todo por acción, implican a Zelenski. Como la desaparición de casi 200 mil millones cash de dólares cursados por Estados Unidos. O de 177 mil millones girados para la compra de armas y que no fueron aplicados a tal fin o bien terminaron triangulándose a organizaciones irregulares que operan en África. O el montaje de una trama que le permitió quedarse con más de 130 mil millones de dólares girados al exterior para el pago de sueldos de soldados muertos que siguen apareciendo como “asignados al frente de combate”.
Además del reclamo de esas partidas, el acuerdo al que presuntamente podrían llegar las partes lleva a que Estados Unidos se quede con las reservas minerales raras, gas, petróleo y toda la infraestructura portuaria. Según The Daily Telegraph, esas exigencias “tendrían para Ucrania una incidencia proporcionalmente mayor en su PBI que el paquete de reparaciones impuesto a Alemania por el Tratado de Versalles con el que se cerró la Primera Guerra Mundial (1919) y si se comparara con las condiciones financieras impuestas a Alemania y Japón al cierre de la Segunda habría un endurecimiento aún mayor”. Además, Alemania sufrió entonces severas restricciones militares, desde la limitación del número de soldados y unidades, hasta la prohibición de fabricar elementos bélicos de cualquier tipo. Durante toda la actividad desarrollada por Trump y el staff del Departamento de Estado en estas semanas, el presidente se ha esforzado en definir la intromisión de Estados Unidos y la OTAN en los asuntos internos ucranianos, y los gastos que conlleva, como si se tratara de una “inversión”. Newsweek citó a una fuente del Pentágono que puso bien en claro la filosofía del presidente. “Llamemos a las cosas por su nombre. Les proponemos que compren la ayuda, es decir, prestarla sobre una base comercial, en lugar de seguir brindándola de forma gratuita o de otra manera”.