Treinta meses después del comienzo de la sangría en el este europeo, todo indica que el fin estaría próximo, de una manera y con un saldo todavía no mensurados. Sin embargo, ya se puede especular con quién sería el vencedor y quién el derrotado. El enfrentamiento entre Ucrania y Rusia tiene raíces lejanas, pero el momento de la guerra no fue ordenado ni sugerido por la realidad sino por la necesidad del llamado Occidente de generar una crisis que le permitiera satisfacer la voracidad de su industria armamentística. Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y la OTAN pusieron los recursos –las armas y los dólares con los que el gobierno de Kiev cubre sus gastos de funcionamiento– y Ucrania puso la sangre joven de sus soldados y reclutas. Ahora, el presidente Volodímir Zelenski quiere negociar el fin.

En los últimos días, el viejo comediante de Odesa –el puerto del mar Negro del que desde principios del siglo XX embarcaban los desarrapados que llegaban a Sudamérica cargando su cultura y nada más– se ha valido de cuanta cámara y micrófono apareció en su camino para repetir que está dispuesto a negociar, que “ponerle punto al conflicto con Rusia es la primera necesidad de Ucrania”. Se supone que la idea no es suya. Que viene  de Occidente, donde pronto podría renacer Donald Trump, un enemigo de esta guerra en particular y un irónico crítico de Zelenski. “Oí que era un comediante de teatros marginales al que sólo le falta una nariz grandota, redonda y colorada para volverse un payaso”, dijo alguna vez el republicano que en noviembre espera derrotar a los demócratas que pergeñaron esta guerra.

Zelenski, que actúa como si gobernara solo, y al que la sensibilidad democrática occidental nunca le exigió con buenos o malos modales que rindiera cuentas políticas sobre la realidad interna, no ha dicho en qué consiste su idea de la paz, qué estaría dispuesto, como perdedor, a poner sobre la mesa. Lo más claro de su pensamiento se conoció cuando, a fines de julio, recibió en Kiev al secretario de Estado vaticano, cardenal  Pietro Parolin. “Creo que todos entendemos que tenemos que poner fin a la guerra lo antes posible para no perder más vidas humanas. Si estamos unidos y diseñamos un formato adecuado para una cumbre podremos poner fin a la fase caliente de la guerra, podríamos hacerlo antes de que finalice este año”, se entusiasmó cuando percibió la receptividad del emisario del papa Francisco.

Lo único que trascendió del pensamiento de Zelenski y fue silenciado por los dirigentes y la gran prensa occidentales es, sin embargo, un asunto medular, la clave que dio forma al pretexto esgrimido para provocar la guerra: Ucrania, es decir Zelenski, estaría dispuesto a hipotecar su futuro, asumir un giro radical y hablar de concesiones territoriales. El viejo actor de los malos teatros de revista reconsidera su posición. “Se ve obligado a dar un giro completo ante el descontento popular y los fracasos en el frente”, opinó uno de sus antiguos aliados externos, el francés Florial Phillipot, líder del partido ultraderechista (más allá de Marine Le Pen) Les Patriotes. “Al fin se dio cuenta –agregó– de que las armas de Occidente llegarán cada vez en menores cantidades y de que todo está acabado”.

La legitimidad del régimen ucraniano –el mandato de Zelenski expiró en marzo y sigue gobernando por obra y gracia de Estados Unidos y de la UE, que no le han recordado todavía que es un gobernante de facto, es decir un dictador– no impide que Kiev negocie una salida. Según Dmitri Peskov, el vocero de Vladimir Putin, eso hace que Rusia pueda sentarse a la misma mesa con Zelenski o sus emisarios, aunque no se sepa qué hay detrás de la actitud negociadora. Rusia nunca ha renunciado a las conversaciones de paz, dijo Peskov. Al gobierno de Putin no le importa cómo habrá de lograr sus objetivos, si como resultado del “operativo militar especial” o a través de unas negociaciones de paz. No obstante, según Peskov, “todavía prefiere cerrar el conflicto por vías pacíficas”. Insistió en eso de todavía.

Efectivamente, aquella es la pregunta: qué hay detrás de la flamante impronta negociadora de la retórica del comediante/payaso. Una ojeada sobre el contexto permite asegurar que la nueva estrategia obedece al menos a tres situaciones.

1) La UE no tiene otra opción que seguir invirtiendo en Ucrania, aunque no quiere. “No sé cómo salir de esto”, dijo Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea.

2) El Pentágono dio señales de que con Trump se acabará la generosidad norteamericana, que al menos oficialmente ya giró 110.600 millones de dólares al pozo negro de Kiev.

3) Según Rusia, “el gobernante que abandonó a su pueblo lanzándolo a la hoguera de los sacrificios podría estar jugando a reinstalarse en el primer plano, a decir aquí estoy yo, ante la proximidad de las presidenciales de Estados Unidos».

Segura de que, tarde o temprano y sea como sea doblegará a Ucrania y con ello asestará un golpe fuerte a Occidente, Rusia aparece como el bueno de la película. Mostró disposición negociadora. Mantiene una irreductible propuesta. Claro que exige todo: el retiro de las tropas ucranianas de las repúblicas de Donetsk y Lugansk y de las provincias de Zaporozhie y Jerson –incorporadas a la Federación Rusa mediante referéndums celebrados en 2022, poco después del inicio de la guerra–, así como el reconocimiento de esos territorios, de Sebastopol y de Crimea como sujetos de la Federación. A la vez, los acuerdos deberían garantizar la no alineación y la desnuclearización, la desmilitarización y la desnazificación de Ucrania. La lógica diplomática dice que en toda negociación hay que ofrecerle al más débil una puerta de escape. Con estas demandas Rusia le cierra a Ucrania todas las salidas.

Una incursión ucraniana en territorio ruso como carta de presión

El portavoz de la Presidencia de Ucrania, Myjailo Podoliak, se mostró confiado en que las incursiones en territorio ruso, como la de esta semana en la región de Kursk, puedan marcar las diferencias en una futura negociación. «Estamos viendo que la eficacia de las operaciones militares ucranianas está aumentando gradualmente», dijo Podoliak, tras sugerir que Rusia no responderá a ninguna propuesta «hasta que reciba las apropiadas y agresivas represalias».
El Ministerio de Defensa de Rusia dijo el martes que unos 300 militares de las Fuerzas Armadas y más de 30 vehículos blindados atacaron posiciones rusas en las inmediaciones de Nikolaevo, en la región de Kursk, ubicada en la frontera con el noreste del territorio ucraniano.
En cercanía de esa localidad está la Planta de Energía Nuclear (PEN) por lo que el jefe de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), el argentino Rafael Grossi, pidió a Ucrania y Rusia «ejercitar la máxima contención» para garantizar la seguridad nuclear en la región rusa de Kursk.
Rusia notificó a la AIEA que posibles fragmentos de misiles interceptados fueron encontrados cerca de la PEN. El Comité Nacional Antiterrorismo de Rusia, en tanto, inició ayer una operación antiterrorista en las regiones de Belgorod, Bryansk y Kursk en respuesta a las recientes amenazas a la seguridad.
El presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, ordenó por su parte reforzar los despliegues militares en la región de Gómel, en el sur del país y en la frontera con Ucrania, tras denunciar la incursión de varios aviones no tripulados ucranianos en su espacio aéreo en las últimas horas.