Después de haber transitado el camino de la narración autobiográfica mezclada con la ficción en Infancia en Mataderos, Claudio Zeiger abandona el territorio de la niñez para pasar a la adolescencia y la primera juventud en Iniciación a la noche, otra novela de sesgo autobiográfico que, en los años noventa transita por la Facultad de Filosofía y Letras, la militancia, la obsesión acuciante de publicar un primer libro y el recorrido por la noche gay, los boliches y los encuentros sexuales pasajeros.
Del mismo modo que en Infancia en Mataderos, Zeiger aúna el retrato de época, las experiencias propias y la ficción. Además, hibrida su narrativa con la reflexión ensayística.
Lejos del concepto muy propio de las series, de la historieta y de ciertas sagas literarias, la idea de “continuación” entre una novela y otra está interferida por una escritura distinta, con un ritmo diferente que forma parte de la materia narrada y que les otorga una absoluta independencia aunque ambas novelas formen parte de una misma historia.

Claudio Zeiger
-Creo que Iniciación a la noche (Emecé) admite ser leída en dupla con tu novela anterior, Infancia en Mataderos. Ambas tienen una fuerte impronta autobiográfica y abordan dos etapas diferentes de una misma historia. La escritura, sin embargo, es muy diferente en una y en otra. ¿Vos también lo pensás así?
-Sí. En cuanto a la primera parte de la pregunta, cuando escribí Infancia en Mataderos en 2021, no tenía planeado hacer una continuidad de mi juventud iniciática. Eso surgió cuando Infancia no estaba aún publicada pero sí terminada. No me pregunté cómo sigo, sino qué me falta. Sentía que Infancia en Mataderos había empezado como una cosa menor pero que había ido creciendo en una dirección como, por ejemplo, lo autobiográfico.
Yo había logrado meter una línea autobiográfica que había dado expansión al yo. Entonces me costaba escribir una novela en tercera persona en la que yo fuera, por ejemplo, la voz de un ingeniero agrónomo, por decirlo de alguna manera. Me costaba escribir literatura objetiva. Entonces empezó a surgir la idea de contar el pasaje tanto de la infancia a la adolescencia, como de la adolescencia a la juventud.
Fijate que las primeras páginas de Iniciación a la noche en las que aparece un chico que comienza el secundario y que son como de despedida de Mataderos, fueron agregadas al final porque quise reforzar ese pasaje primero a la adolescencia con ese desarraigo entre Mataderos, Liniers y Once que es autobigráfico, donde aparece el colegio Mariano Acosta, donde fui al secundario.
-¿Y en cuanto a la diferencia del lenguaje entre una y otra?
-En cuanto a la diferencia del lenguaje entre un libro y otro, yo no quería que Iniciación a la noche fuera, sobre todo cuando entro en la parte más ardua de la novela, un rosario de anécdotas picantes o de anécdotas bukowskianas, sino que cada hecho que yo llamo «una experiencia quemante» que hace que te apartes al tocarla estuviera rodeado de una reflexión.Para eso necesitaba trabajar un lenguaje claro, expresivo, que le permitiera al lector entender todo el tiempo hacia dónde iba la intención.
En ese punto, me aparto del trabajo sobre la infancia que es un trabajo sobre lo imaginario por autobiográfico que sea. Porque por más que cuente que viví en tal calle con tal número, el recuerdo y la reflexión sobre la experiencia de la infancia son completamente distintas de lo que comienza, en mi caso, a los 17 años con el hecho de ir precozmente a la universidad. A otros les puede pasar más tarde, a los 19. Creo que actualmente les pasa más o menos a los 38 (risas).

–Claro, necesariamente el lenguaje sobre la infancia es otro.
-Sí, te permite un lirismo, un ir y venir por lo imaginario por lo irreal. Quizá, entre un libro y otro hubo que endurecer el lenguaje, no lo sé.
-Creo que ambos libros tienen distintos tiempos. El primero tiene un tiempo moroso que se identifica con el tiempo de la infancia. El segundo, un tiempo precipitado que tiene que ver con la adolescencia, la primera juventud y la búsqueda denodada de uno mismo. En tu caso se trataba de publicar el primer libro mientras eras joven.
-“Todavía” joven.
-“Todavía” joven. Por eso el tiempo es el tiempo precipitado que se va acercando a la adultez.
-Yo identifico ambos tiempos también con lo horizontal, lo apaisado y lo vertical. En lo horizontal parece que el tiempo pasa más lento o que casi no pasa, es un tiempo largo. El tiempo también es espacial. El espacio de la infancia es un espacio largo en el que, de pronto, sobreviene lo precipitado del fin de la niñez.
Infancia en Mataderos termina con la demolición del Hospital Salaberry que no se produce de un día para el otro, sino que su demolición en la realidad histórica fue también lenta. Pero hubo un día en el que le pegaron el mazazo final. Eso es un poco una metáfora de lo que venimos hablando sobre el tiempo. En Iniciación a la noche es al revés. El tiempo va carreteando hasta que toma una velocidad y ya no se detiene hasta que algo del mundo exterior le dice “hasta acá”.
-Para vos publicar el primer libro era algo de vida o muerte.
-Sí, era una obsesión, una suerte de fetiche.
-Es algo así como un certificado de existencia. Todas las experiencias vividas estaban casi al servicio de la literatura.
-Complementariamente a eso te diría que era una coartada. Era algo proustiano: ¿entonces todo esto lo estoy haciendo es para escribir En busca del tiempo perdido o escribo En busca del tiempo perdido para salir a pasear a la noche? Todo esto, claramente, transcurre en un paisaje mental, pero si vos considerás que ese derroche de energía que estás viviendo es una experiencia y, al mismo tiempo, un proyecto literario, es una hermosa coartada para seguir escribiendo.
Es una constancia de vida que dice “alguien ha pasado por aquí” y un fetiche porque debe ser algo material, pero brillante, no puede ser un ladrillo, tiene que ser un libro, no un PDF o un Word. Si toda esa experiencia no hubiera cristalizado en un primer libro, habría experimentado un nivel de frustración que no sé si hubiera tolerado a pesar de que ya tenía bastante trayectoria como periodista.
Hay una clave que no está en Iniciación a la noche porque es una novela y no una memoire de cómo escribí mi primer libro. Pero cuando escribo Nombre de guerra, estaba escribiendo también Tres deseos, el libro siguiente que son tres historias donde hay un personaje compartido pero que, cuando entra la parte de Nombre de guerra de los chicos, de los taxi boys en la noche, no dialogan.
Como escritor de mi primer libro no lograba que esos dos órdenes de personajes dialogaran entre sí. Hubiera necesitado tres o cuatro años más para poder hacer confluir todos esos mundos. Entonces decidí simplificar y dejé el segundo libro semiabierto y lo pude terminar y publicar más adelante.
En Iniciación a la noche me concentro en la zona de la experiencia a la que, vamos a hacer nombres, Martín Kohan no podría acceder. Hay otra zona que yo podía compartir con él o, en su momento, con Sylvia Saítta. Los tres fuimos a la facultad, los tres tenemos determinadas lecturas pero esta experiencia de la noche, del territorio, no la tiene Carlos Gamer
ro, no la tiene Martín Kohan, la tengo yo solo. Ni Sergio Olguín la tenía (risas). Eso alimentaba mi narcisismo y eso que yo no tengo ningún tipo de revire de escritor maldito, bukowskiano, no ando por ahí tomando whisky en los rincones. No es ese mi imaginario, para nada.
Pero la idea de ese territorio nocturno propio está en el libro en la escena en la que voy caminando por la calle y un tipo me para y me ofrece plata, puede ser también porque me vio medio pobrecito. Pensé que tenía que tener cierta postura porque si ese tipo mañana se enterara de que yo soy periodista se iba a sentir decepcionado porque no fue a buscar eso, no fue a buscar un amante a un taller literario. Me abordó en el medio de la calle.
Eso me daba una cierta cobertura que alimentaba mi ego, mi narcisismo y, al mismo tiempo, me conflictuaba bastante. Pero me interesaba delimitar esa zona de diferenciación como Ismael, de Moby Dick: estoy en la litera leyendo a Platón y, de pronto, hago un movimiento y me meto con las ballenas. Ese pasaje de un mundo al otro era fascinante y creo que sigue siendo una experiencia fascinante, pero lo que pasa es que hay que calmarse.

–No es que me interese mucho la clasificación en géneros, pero recuerdo que cuando te entrevisté por Infancia en Mataderos y te señalé que quizá cabalgaba entre varios géneros, vos me dijiste que la considerabas una novela. Creo que también Iniciación a la noche lo pensás así. Recién dijiste que no es una memoire, pero a veces suele confundir lo autobiográfico.
-Comparto que, cada vez más, a medida que avanzamos en el siglo, la marca, indudablemente, es el híbrido. Los géneros o subgéneros llamados populares creo que en realidad son populares de mercado y son cada vez más rígidos porque exigen una identificación inmediata, porque están muy subdivididos los públicos, bla, bla, bla. Todo eso para mí ya no es literatura, es guión.
El escritor hoy, no importa si está comenzando o ya está en pleno ejercicio, sabe que se enfrenta en la narrativa y te diría que, muerto el lirismo, también en la poesía, al terreno de la escritura, el lenguaje y el híbrido en que estamos todos. Pero me parece que si hablamos de novela, Iniciación a la noche tiene aún más elementos novelescos que Infancia en Mataderos porque es mucho más dinámica.
Yo hago una reflexión sobre lo que cuento, pero eso no quita que la materia sea mucho más novelesca que en mi novela anterior.
Narración, reflexión, ensayo
–Dijiste que en Iniciación a la noche hay una reflexión sobre los hechos narrados. ¿No creés que hay una fuerte tendencia en vos a incorporar lo ensayístico que, por otra parte, me parece que hoy es una tendencia general de la novela?
-Sí. Considero que de mis libros, Infancia e Iniciación son hijos de un laboratorio de escritura que para mí fue Los inmortales, un libro en el que por primera vez aparece lo ensayístico ligado a mis filiaciones como Contorno. Esto que aparece bastante en Iniciación a la noche de Massota y de Correas también aparece en ese libro.
Lo que pasa es que lo autobiográfico ocupa mucho más espacio, tiene mucho más desarrollo en Infancia en Mataderos y en Iniciación a la noche que en Los inmortales. Mi aporte al híbrido, por decirlo así, es entre ensayo y narración. Eso es lo que a mí me interesa porque creo que cuando lográs interferir la narración no con un ensayo que quizá quede un poco grande, pero sí con una línea ensayística, conceptual, te dotás de una herramienta muy interesante que te saca de esa necesidad deplorable, de esa exigencia literaria de llenar espacio. Hay cosas a las que no les encuentro sentido, como el exceso de descripción que seguís encontrando fuertemente no tanto en los cuentos pero sí en las novelas.