Estoy en la zona del Abasto, en las siempre convulsionadas calles porteñas; sábado 8 de la mañana, llueve y hace frío. El otoño empieza a ser real en la Ciudad. Hoy acá el aire tanguero y los recuerdos gardelianos que envuelven al barrio dejan paso a una escena digna de estos tiempos libertarios de individualismo, soluciones artificiosas y el «sálvese quien pueda». Días previos me bajé la app de WorldCoin (WorldApp). Intrigada por el fenómeno, quise conocer en primera persona acerca de eso que en todos lados llaman «escaneo del iris».

Sacás turno y elegís un punto de encuentro. Por comodidad y cercanía, elegí un teatro al que llego de manera puntual. Hay que esperar: la fila de personas llega hasta la esquina.

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Helena es jubilada y tiene 71 años. Cobra la mínima y vive en la provincia de Buenos Aires. Junto a su hija y su nieta se acercaron al teatro, a pesar del clima adverso. Ya somos más de cien esperando. Unos adolescentes se sacan selfies, todos son menores de edad. La necesidad tan de esta época de mostrar todo, de exhibir todo, de ser parte de todo. Muchos vienen por el dinero en dólares (que tampoco es muy fácil de cobrar), pero muchos chicos también vienen porque les contaron, porque lo vieron en las redes, porque es «un fenómeno» del que quieren ser parte.

Quien maneja este evento –y otros cientos que se desarrollan en este preciso momento en otros lugares de CABA y el Conurbano– es la empresa Worldcoin, un producto de OpenAI, cuyo CEO (Sam Altman) creó ChatGPT. Funcionando bajo un vacío legislativo, y sin control estatal, parece un trámite retributivo para paliar penas en tiempos de crisis, pero poco se dice en la cola de espera sobre el precio a pagar. Sobre la entrega de datos personales. La mercancía hoy es la información. Entre los corderos tirados al sacrificio hay personas en situación de vulnerabilidad, mujeres, jubilados, jóvenes que buscan un ingreso extra. Muchos «rotos». Un fenómeno a la medida de una generación rota.

«Worldcoin es una iniciativa que tiene como objeto mejorar la seguridad de los usuarios en internet y facilitar el acceso de la humanidad a la economía global a través de la creación del World ID – un pasaporte digital de humanidad. En ningún momento se registran datos personales. La única información que se mantiene es un código de iris, un conjunto de números único generado por el Orb, diseñado para demostrar la unicidad y humanidad de una persona», señala la agencia. «De forma predeterminada, todas las imágenes se eliminan del dispositivo una vez que se genera el código de iris y la humanidad ha sido verificada». Sin embargo, aclaran que los datos sí se almacenan «si las personas lo aceptan, a partir de la firma de un consentimiento legal previo».

Incluso a menores de edad sin autorización de mayores. En Argentina hay más de 260 puntos. Y se están expandiendo por todo el país. El adquirir los datos escaneados tiene el precio de 150 o 300 dólares, hasta 500 si el usuario trae a otros nuevos. Eso sí, no cobran en billetes, sino en forma de bonos, que pueden trasladarlo a token (criptomonedas) o canjearlos por pesos argentinos.

Los lugares elegidos como centros varían: desde teatros, gimnasios y boliches hasta canchas de futbol. Tampoco buscan esconderse. Se exponen en esquinas comerciales del microcentro, Flores o avenida Rivadavia. «Me escanié el iris en Once el año pasado volviendo de la facu. Estaba esperando a una amiga, haciendo tiempo. No tenía mucha información del tema. A los meses me di cuenta en la App de la recompensa. Puedo cambiar una criptomoneda en una billetera virtual o la invierto, que son como unos 300 dólares. Igual ahora no se si lo haría de nuevo, con toda la información que salió», se sincera Juan, estudiante universitario.

José Flores, plomero de 45 años, arribó desde Ramos Mejía antes de ir a realizar algunas changas de fin de semana: «Yo vengo porque un amigo me dijo que te pagan 120 mil pesos depende el día, no es mucho pero a esta altura todo suma».

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Quienes reciben al público son unos jóvenes tuneados con remeras negras portando el logo de WorldCoin. Es el momento de acreditar que nos bajamos la App. Con el QR podemos pasar y hacer la fila. Al entrar, piden el DNI. Una joven casi adolescente sale con un bebé y revisa su celular, otras asistentes ayudan a unas señoras mayores con instrucciones en su celular. Le explican cómo tener su recompensa.

Una vez que validamos los datos, ingresamos a una de las salas. En el escenario aguardan tres jóvenes uniformadas. Están tan acostumbradas como cansadas. No reina la paciencia. A ellas hay que entregarse.

La «Máquina Corazón» es la esfera gris ORB. Cual examen oftalmológico, apoyamos la mirada. Una vez que acepta nuestros datos el ser ovalado expone un tilde verde. Es la validación. El último paso es la explicación de cómo se podrá utilizar la billetera virtual, que se activa 24 horas después del proceso.

Acá la cosa se pone más compleja, muchas veces los datos no son validados y hay que esperar para hacerlo nuevamente. Es la única forma para cobrar el pago.

“Nos encontramos con todo. Desde una señora que fue rechazada once veces por la validación e insistió porque estaba desesperada por cobrar el dinero, hasta una familia de cinco que todos vinieron a escanearse y se fueron enojados porque, como es un celular por persona y solo tenían dos, no pudieron todos los integrantes. A la gente no le importa nada, solo viene porque necesita la plata”, confía una empleada que prefiere reservar su identidad.

Helena, la señora jubilada de la fila, está nerviosa y titubea. Intenta con su celular pero se lo rechaza:

-¿Es de su propiedad el celular, señora?–desliza la empleada.

-No, es el de mi hijo.

-¿Y él ya vino?

-Sí, toda mi familia vino–contesta la jubilada.

En la familia de Helena ya hicieron bingo de iris. Solo falta ella, pero no lo podrá hacer. El trámite es individual y solo permite una persona por celular. No podrá cobrar, al igual que muchas personas que se acercaron y no tuvieron en cuenta este detalle. Muchos jóvenes que esperan desde temprano  aseguran que en su familia solo hay un celular. Pero ese tema no se negocia.

El trámite dura aproximadamente 45 minutos: «Se demora, por la cantidad de gente que viene, y muchas veces viene gente muy mayor o que no tiene ni homebanking ni conoce nada de la billetera virtual; vienen porque están desesperados», dice otro empleado que ordena las filas. Culmina la experiencia en el teatro del Abasto. Helena se va derrotada por no poder cobrar el pago: «me había ilusionado de que iba a poder contar con la plata, la necesito, cobro la mínima y no me alcanza». Se pierde en medio de la lluvia. En nuestro celular llega la notificación al instante: «ya sos un humano verificado».