Eso de que un papa argentino, hincha de San Lorenzo, muriera justo en Pascua suena a una última chanza de un tipo que así como se mostraba, con sus aires sencillos y modales pueblerinos, era propenso a la chanza burlona y cómplice. Dice una de sus biógrafas, la periodista italiana Francesca Ambrogetti, que Francisco aspiraba a llegar al año del jubileo del año 2025, que tiene como lema Spes non confundit (la esperanza no defrauda). Y se puede decir que cumplió.
Otra cosa que cumplió fue haber alcanzado a dar la bendición Urbi et Orbi de esta, la que sería su última Pascua. Y de haber posteado en su cuenta de X sus ultimos mensajes a los feligreses, en estas horas dramáticas para el mundo. En su texto pidió rezar «por las comunidades cristianas del Líbano y de Siria —este último país está afrontando un momento delicado de su historia—, que ansían la estabilidad y la participación en el destino de sus respectivas naciones» y «acompañar con atención y con la oración a los cristianos del amado Oriente Medio», sin olvidar un recuerdo al pueblo de Yemen y de Gaza, inmersos en las peores catástrofes humanitarias.
¡Cristo ha resucitado! En este anuncio está contenido todo el sentido de nuestra existencia, que no está hecha para la muerte sino para la vida. #Pascua https://t.co/aN3MDjbOKI
— Papa Francisco (@Pontifex_es) April 20, 2025
La muerte de Jorge Bergoglio sin haber podido visitar su tierra natal desde que fue ungido, debería ser una afrenta para la dirigencia política, gran parte de la sociedad y los medios hegemónicos, que ahora cubrirán sus espacios con loas al obispo de Roma, fallecido a los 88 años luego de haber estado desde el 14 de febrero con graves problemas de salud. Alabanzas tardías que a la vista de cómo se lo trató en demasiadas ocasiones, serán un rasgo más de hipocresía militante.
No es cuestión acá de hacer una cronología de su vida ni de sus logros, solo la reflexión de alguien a quien le hubiese gustado verlo recorrer las calles donde se crió o dar una homilía en algún lugar público, como las que dio en varios países de América Latina, rodeado de multitudes ávidas de su mensaje tan opuesto al mundo de devastación de la vida que representa el capitalismo en esta etapa neoliberal. Giras en las que fijó posición y le dio a la Iglesia Católica un rumbo divergente con respecto al conservadorismo extremo del polaco Karol Wojtila o el alemán Joseph Ratzinger.
Ningún otro pontífice podría haber pedido perdón “no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”, como dijo en julio de 2015 en Bolivia, donde había recalado en una gira que lo llevó por Ecuador y Paraguay.
Fue la vez en que habló de la Patria Grande, casi como al pasar, y recibió de regalo del entonces presidente Evo Morales una cruz sobre una hoz y un martillo, una réplica de la que había construido el cura jesuita Luis Espinal, asesinado el 21 marzo de 1980 por esbirros de la dictadura militar boliviana. Francisco también reivindicó al arzobispo de El Salvador, Oscar Arnulfo Romero, asesinado por una patota paramilitar el 24 marzo de 1980, tres días después de aquel crimen, mientras oficiaba una misa.
Conviene recordar -y acá sí una breve línea de tiempo- algunos gestos premonitorios desde sus primeros días como el papa número 266. Se autodefinió como el “papa que vino del fin del mundo” ese 13 de marzo de 2013, y algo de razón le cabía, ya que fue el primero de origen latinoamericano. Francisco, el nombre que eligió este sacerdote jesuita nacido en el barrio porteño de Flores fue toda una ruptura. Nadie se había atrevido antes en recordar a Giovanni di Pietro di Bernardone, ese cura humilde que vivió entre 1181 y 1226 haciendo votos de pobreza desde Asis, en la Perugia, el centro de Italia, y fundó la Orden Franciscana.
El segundo gesto fue irse a vivir, y a la postre morir, en la Casa de Santa Marta y no en el Palacio Apostólico, como habían hecho sus antecesores. Se dijo que era para dar una señal de austeridad, pero también que por los cambios que pensaba implementar en la curia, temía correr la misma suerte que Albino Luciani, Juan Pablo I, hallado muerto 33 días después de haber sido consagrado, en septiembre de 1978.
Tercer gesto: el 29 de marzo de 2013 -16 días después de su entronización – beatificó a 58 sacerdotes asesinados durante la Guerra Civil Española y a un italiano que ayudó a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial y murió a manos de los nazis. El 24 de julio visitaría el Santuario de Nuestra Señora Aparecida, a su paso por Brasil para la Jornada Mundial de la Juventud que ser realizó en Río de Janeiro. Fue cuando dijo a los jóvenes «hagan lío, quiero lío en las diócesis, quiero que la Iglesia salga a la calle». Francisco también estuvo también en Chile, en 2018, donde enfrentó cuestionamientos por abusos sexuales del sacerdote Fernando Karadima, finalmentre expulsado de la iglesia meses después.
El obispado romano de Bergoglio coincidió con un momento muy particular para América Latina y casi podría decirse que su llegada fue la emergencia de aquellos tiempos. Gobernaba Argentina Cristina Fernández de Kirchner, en Ecuador estaba Rafael Correa, en Bolivia cumplía su segundo mandato Morales y en Brasil Dilma Rousseff estaba por completar su primera gestión, la tercera del PT. En Venezuela, en cambio, apenas una semana antes, el 5 de marzo de 2013, había fallecido Hugo Chávez, gestor de gran parte de esas transformaciones que vivía el continente.
Siempre que se le preguntó, Francisco decía que por supuesto que quería encontrarse con los argentinos en su tierra, pero que debía esperar el momento adecuado. Que nunca llegó y no por él. Algún día quizás se sepa del apuro de las derechas locales y los centros de poder mundial por poner fin a como diera lugar con aquellos gobiernos revulsivos y cambiar los ejes del mensaje papal.
No es casual que al golpe institucional en Paraguay que puso fin a la presidencia del exobispo Fernando Lugo, en 2012, se sucedieron la destitución de Rousseff en 2016, el “volantazo” de Lenin Moreno contra su mentor, Correa, en 2017, y la andanada de casos de lawfare en Argentina, Brasil, Ecuador, contra líderes progresistas que el mismo Francisco denunció en varias ocasiones.
Si no vino no es por falta de voluntad. El clima contra su interpretación del mensaje cristiano no es del gusto de la dirigencia de más influencia mediática y política en el país. Que recurrieron a los mismos brulotes que intentan cancelatorios. Que era peronista, que era cercano al kirchnerismo, que no lo había tenido entre sus amistades.
Un papa que hable de justicia social no sería bien recibido por un presidente que considera a la justicia social una aberración y que lo llamó «representante del maligno», pero tampoco lo fue cuando gobernaban sectores peronistas y ni siquiera con el macrismo. Una dirigencia que no fue capaz de designar un procurador de Justicia desde 2017 o completar una Corte Suprema como manda la ley es toda un señal des descomposición. Pero seamos sinceros, a Lionel Messi lo puteaban en todos los idiomas hasta que el seleccionado ganó la Copa América en 2021 y la del Mundo en 2022. Y Maradona siempre fue un ídolo «peeeero su vida privada» y coso.
Ahora ya está: Messi es lo que es, El Diego lo que fue y ese técnico químico recibido en el Escuela Nacional de Educación Técnica N° 27 Hipólito Yrigoyen del barrio de Villa Real devenido Sumo Pontífice ya no vendrá a decirnos que hagamos lio de una buena vez.