Es cocinera, diseñadora de imagen y sonido y, desde hace 15 años, una de las integrantes más destacadas de Cocineros y cocineras argentinas, el ciclo de la Televisión Pública que marcó su debut en el aire y gracias al cual se convirtió en una figura popular. La vocación gastronómica de Ximena Sáenz se fogueó mirando Utilísima y probando los manjares caseros de su mamá. Un día se animó a hacer sola un lemon pie, y ya en la secundaria, sus amigas le encargaban tortas para ocasiones especiales. Cuando terminó la escuela, un test vocacional determinó que lo suyo era el arte (más específicamente, el cine) y la cocina. Así que Sáenz obedeció, y empezó a cursar Diseño de Imagen y Sonido en la UBA, cruzando desde el Sur hasta Ciudad Universitaria. «Si sos del conurbano, asumís que vas a viajar dos horas para estudiar», cuenta quien, además de aprender sobre la luz, la cámara y la acción, también se formó en el Instituto Argentino de Gastronomía. Con todo ese bagaje, Sáenz consiguió también estar en ciclos como El gran premio de la cocina (El Trece) y hoy tiene su propio restaurant con dos locales, Casa Sáenz, además de su Canal de YouTube.
–¿A qué se dedicaban tus padres?
–Mis papás tenían, y siguen teniendo, una ferretería que se llama Casa Sáenz.
–¿Jugabas en la ferretería?
–Era bastante machista el tema…
–¿Por qué?
–Porque los hombres estaban en el local, pero «las chicas», es decir, mi hermana y yo, íbamos a la oficina de la ferretería, donde se hacía toda la tarea contable y estaba mi mamá. En los veranos, era costumbre que nos hicieran ir al negocio a trabajar un rato. Y a mí me tocaba la oficina, que no me gustaba nada.
–¿Qué querías ser de chica?
–Es muy loco, porque pensaba en ser actriz, cantante, pero a lo que yo jugaba constantemente, era a ser cocinera de televisión.
–¿A quién veías?
–Me fanaticé con Maru Botana, que era una veinteañera entonces, y tenía su programa en Utilísima Satelital, Todo dulce. Me gustaban ella y también la camada joven del programa, como Emi Pechar, Max Casá, María Laura D’Aloisio, y también veía a Choly Berreteaga. Mi juego era a hacer recetas en la tele.
–¿Pero cocinabas en tu casa también?
–¡Mucho! Mi mamá era muy cocinera, hacía pasta frola, pastas y pizzas caseras, y verla me daban muchas ganas, y siempre le pedía ayudar. A eso de los diez años hice mi primera receta sola, que fue un lemon pie. Después, mi mamá empezó a estudiar Psicología Social, ya de grande, y la noche que se iba a cursar, a mí me entusiasmaba cocinar para la familia. Todos asumían que me iba a dedicar a eso.
–Pero al final arrancaste por otro lado…
–Sí, estudié Diseño de Imagen y Sonido y a los 19, empecé a trabajar en publicidad, en equipos de dirección y producción. Y lo gracioso es que cuando filmábamos los cortos de la facultad, lo que a mí más me divertía era hacer el catering. Ahí me di cuenta de que tenía que volver a la cocina.
–Cine y gastronomía son dos oficios en los que se corre a lo loco. ¿Sos manija?
–Sí, son trabajos muy intensos y sí, soy bastante manija. Me gusta hacer varias cosas a la vez y soy muy curiosa.
–¿Cómo llegaste a la tele?
–Estaba trabajando en el restaurante del Museo Evita y me llamaron para hacer un casting para un programa de cocina que buscaba chicos jóvenes que quisieran viajar por el país. Más allá de mis juegos de chica, la verdad es que jamás me imaginaba delante de la cámara, aunque sí me interesaba hacer producción para programas de cocina. Al final, no lo pensé demasiado, fui con mucha inconsciencia y quedé.
–¿Y entonces?
–Tuve un conflicto, la verdad, porque cuando me llamaron para contarme la decisión, le dije al productor que no.
–¿Y cómo lo justificaste?
–Le dije que estaba trabajando en un restaurante y que en realidad no quería el trabajo, ¡el productor casi me mata! (risas). «Ya te eligió el canal», me decía. ¡Hasta se ofreció a buscar un cocinero que me reemplazara en el local! Yo creo que debe haber sido el terror que me generó todo. Pero por suerte me convenció.
–¿Cuál es la clave del éxito de Cocineros y cocineras argentinas?
–Cuando arrancamos, en enero de 2009, no había en la Argentina programas tan populares de cocina. Lo que existía era la señal El Gourmet, que cocinaba con productos exóticos y difíciles de conseguir, y esa era la gracia. Cocineros… arrancó con algo muy inteligente, que fue hacer todo lo contrario: cocinar con lo que todo el mundo tiene en la casa. Ese fue el éxito más grande, porque lo primero que nos decía la gente era «qué bueno que yo puedo hacer las recetas que me muestran ustedes». Ahora en Instagram está lleno de cosas así, pero en ese momento fue algo disruptivo.
–¿Tu mejor aprendizaje del programa?
–Siempre digo que Cocineros argentinos fue mi escuela de cocina, mucho más que cualquier otra. Porque a través del programa conocí el país.
–¿Cuál es, para vos, el plato nacional más «invisibilizado»?
–Hay varios: el mbeyú, que es esa especie de tortillita deliciosa, y que gracias a Narda Lepes, que la admiro un montón, se lo dio más a conocer; otro plato muy tradicional del Litoral, que es el reviro, que se hace con una masa aplastada sobre grasa a la que se le pone sal o azúcar, y es muy rico. Pero también el gigote que se hace en Catamarca y La Rioja, o el tomaticán, de Cuyo…
–¿Qué cosa que jamás te creerías capaz de hacer, te gustaría hacer?
–Cocinar en algún restaurante de Europa, o mejor dicho, cocinar en el River Café de Londres. Pero mi gran sueño es actuar en una comedia musical, como Chicago. «