Todo el mundo quiere éxtasis, mejor dicho, el sonido del éxtasis. Decenas de pibas y pibes se amuchan en el Vorterix. El teatro anclado en Colegiales luce un lleno ejemplar. Tocan los Winona Riders. Es viernes por la noche, pesan en los hombros las sobras del día, de las semanas, de los meses miserables de la motosierra. El éxtasis flota en el boliche. Es una nube de nieve en el aire mil veces respirado. Un intruso alienígena en la pompa y circunstancia del rock local.
Con solo dos discos de estudio sobre el lomo – Esto es lo que obtenés cuando te cansás de lo que ya obtuviste y el refulgente El sonido del éxtasis-, los Winona son promesa, revelación y nueva cosa seria (y volada) de la música contemporánea de estas pampas. La banda nacida y criada en el lejano oeste del Conurbano viene de una deriva por festivales de los grandes y también por los subsuelos del under: Cosquín, Lollapalooza, giras provinciales y vaya uno a saber qué escenario más incendiaron en los últimos tiempos.
Prometen un viaje alucinógeno de tres horas. Largas tres horas para olvidarte de los caretas que te decepcionaron, de los garrotazos del día a día, de las vanidades que son moneda corriente. Y no está nada mal. ¡Está bien!
Winona cumple y dignifica
Winona Riders suelta amarras con “Bailando al compás de las armas enemigas”, pero en realidad empezás a sentir que te dejan el cuerpo flotando con “Resurrección”. En pleno aleteo hipnótico, el panderetista Gabriel Torres Carabajal toma vuelo desde el centro del escenario.
Tan de repente llega el krautrockero “Dopamina”, con un mar picado de gente en la pista, que ahora es un tsunami de pogo y mosh. Ritual, girar, tormentas en el cuerpo. “Ya no sé / Quién me habló / Tan veloz / Como mi pulsación”, agita sacado el cantante y guitarrista Ariel Mirabal Nigrelli. Maremoto.
Con “Catalán” y “Anton” hay lisergia, rock sucio y desprolijo, también un poco de oscuridad. Darse una vuelta por el lado salvaje. Te empuja el guitarrista y cantante Ricardo Morales desde las tablas. En “D.I.E. (Dance In Ecstasy)” reina la psicodelia, el aura stoner, se grita “no pienses tanto”. Bailar y bailar hasta no dar más.
“¿Stooges? ¿Velvet? ¿Spacemen?” Las preguntas sin respuestas están tatuadas en las remeras de la hinchada. La masa se agita como en una rave durante el entretiempo. La vuelta de los músicos a escena es con “Falso detox”, “Dorado y púrpura” y párrafo aparte para el sempiterno “Muerte a los Winona Riders” que sigue en un loop eterno de sitar hasta el oriente medio y más lejano.
Largo salto hasta el final, coronado con “¿A qué suena la revolución?” y “Joel”. El cierre, oportuno entre tanto éxtasis, fue a todo trapo con “Abstinencia”. Termina el ritual, el ruido y la furia. Se escucha un grito postrero desde la pista: “¡Te amo, Winona!”.