Por primera vez en mucho pero mucho tiempo, la bandera de Estados Unidos apareció en una actividad protocolar en el Palacio de Miraflores. Y no fue por un cambio de régimen, para nada. Fue el presidente Nicolás Maduro quién recibió en el despacho uno de la sede de gobierno al enviado especial de Donald Trump, Richard Grenell.

Fue la primera visita de un alto funcionario de la nueva administración estadounidense a América Latina. La noticia comenzó a correr en las redacciones, impulsada desde EE UU, cuando Grenell ya volaba hacia el aeropuerto de Maiquetía, y sorprendió a propios y ajenos.

Sobre el mediodía, con el enviado aterrizado y recibido discretamente por el canciller Yvan Gil y el presidente de la Asamblea Nacional y pieza clave en los diálogos de alto nivel, Jorge Rodríguez, en fuentes del gobierno bolivariano se confirmaba la noticia y la decisión del presidente Maduro de aceptar un encuentro a agenda abierta.

«Agenda cero”, repetían los voceros. Después, el mismo Maduro explicaría que hay que comenzar de cero, porque la Casa Blanca no cumplió compromisos en negociaciones anteriores. “He visto pasar frente a mí a tres presidentes de los Estados Unidos”, recordó Maduro durante su discurso en la apertura del año judicial, para poner las cosas en su lugar.

También refirió que la visita de Grenell permitió alcanzar “unos primeros acuerdos”. Mientras Maduro comentaba sobre la reunión, el enviado de Trump publicaba en redes una foto desde el avión de regreso, junto a seis ciudadanos estadounidenses liberados, algunos de ellos todavía con el atuendo azul claro de los presos en Venezuela. “Despegamos y nos dirigimos a casa con estos seis estadounidenses”, escribió Grenell en X. Entre los liberados no aparece Wilbert Castañeda, un militar mexicano-estadounidense detenido el año pasado.

Así, cada parte se llevó la foto que quería. A Nicolás Maduro le sirve y mucho el encuentro porque demuestra que más allá del relato de medios occidentales y de algunos presidentes y voceros, es él quién ejerce el gobierno y la pretendida presidencia de Edmundo González no es más que un espejismo que se desvanece, ahora más. Mención aparte para los voceros de la oposición, la mayoría callados, como María Corina Machado y los que no, como Juan Guaidó, publicando tuits y borrándolos enseguida, a medidas que los acontecimientos los desbordaban y les confirmaban amargamente que no están en nada.

Y la administración Trump muestra vitalidad y resultados con la liberación de los seis presos. También tiende un puente para la agresiva política de las deportaciones masivas, principal bandera del nuevo período de Trump. La nueva administración anuló una decisión del gobierno de Biden que protegía a unos 600 mil venezolanos migrantes, de los cuales una buena parte quedaría en riesgo de ser expulsados de EEUU en los próximos dos meses, según la agencia AP.

La Casa Blanca aseguró que las deportaciones eran la principal cuestión a tratar en la reunión Maduro-Grenell. Por el lado venezolano, la cancillería confirmó en un comunicado que la “migración” estuvo entre los “temas de interés” junto al “impacto negativo de las sanciones económicas” y la “necesidad de darle un giro a las relaciones”. Sobre la cuestión petrolera (EE UU extrae 280.000 barriles diarios en Venezuela), no se dijo nada.

“Le decimos al presidente Donald Trump, hemos dado un primer paso, ojalá se pueda sostener. Queremos Sostenerlo. Que sea un nuevo inicio de una relación histórica”, dijo Maduro ya en la noche de un viernes de sorpresas. «