Tiene fama de irreverente, de mantener posiciones belicosas respecto a la industria. Y de volver loco a actores. «Trabajar con Lars ha sido terriblemente doloroso», dijo por ejemplo Björk después de terminar el rodaje de Bailarina en la oscuridad. Lo que nadie duda es que se trata de un director muy talentoso. Y dueño de un estilo que se hace fuerte en la provocación y el impacto. Pero a años luz del cine posmoderno que fue furor en los 90 y que se hacía fuerte en el montaje desfachatado e irónico (Guy Ritchie como caso paradigmático). Lo de Lars Von Trier, que hoy cumple 60 años, va en cambio por un malestar más corporal y real: el shock emocional, tanto del público como de los mismos actores involucrados; y el registro audiovisual crudo. Sin artificios o trampas.
«Lo que más me gusta del cine de Lars es su pulsión al riesgo. Un riesgo que toma en el discurso, pero también en lo temático y en lo tecnológico, como cuando rodaba bajo las condiciones del Dogma 95», dice el director Alejandro Agresti, que además de compartir cierta actitud rebelde e iconoclasta respecto a los usos y costumbres del cine, conoció personalmente a Lars Von Trier en los 90. Fue en la época en la que Agresti grababa sus primeras películas en Holanda y con el danés se encontraban en los festivales de cine y en las rondas nocturnas en los bares. Allí, durante esas conversaciones, es que el danés craneó junto a su colega Thomas Vinterberg el manifiesto que alude el argentino. Un décalogo de votos de castidad que sostenía que podía hacer cine (y a veces incluso el mejor cine) sin necesidad de contar con los millonarios presupuestos de Hollywood. Y que, entre otras premisas, sólo permitía el uso de la cámara en mano y los rodajes en localizaciones reales; prohibía decorar los sets y la luz artificial; y, por supuesto, descartaba de plano los efectos especiales, los filtros de cámara y el argumento en base al cine de género.
Siguiendo esas premisas Lars Von Trier realizó una de sus películas más controvertidas y famosas, Los Idiotas, estrenada en 1998, que proponía una comunidad en donde «todos fingían ser deficientes mentales para liberarse de las ataduras de la sociedad. «Cuando querés provocar, siempre tenés que provocar a alguien que sea más fuerte que vos. El imperio de lo políticamente correcto anula cualquier discusión», señaló Lars para defenderse de las críticas que cada tanto surgen sobre sus películas y que él considera lógicas, ya que de lo que se trata, según el director, es de incomodar a los bienpensantes de cada momento. Extrañamente, pese a ser uno de los ideólogos del Dogma, Von Trier sólo filmó Los Idiotas bajo ese concepto. Antes, había estrenado una de sus películas más aclamadas, y la que sin duda lo hizo famoso en el mundo, Contra viento y marea, que estampó el nombre de Lars Von Trier por todo el mundo.
Con Bailarina en la Oscuridad (y el sufrido protagónico de Bjork), el director danés completó su trilogía de Corazón dorado (que incluía también a Los Idiotas y Contra viento y marea) y terminó de consolidarse como un director de renombre mundial, además de prestigioso.
Luego vinieron otros films destacados Dogville (de 2003, con Nicole Kidman), El Anticristo (de 2008, con Willem Dafoe) y Ninfómana (de 2013, con Charlotte Gainsbourg). Todos con su cuota importante de polémica y shock emocional. «Mis películas tratan sobre ideales que chocan con la palabra», suele decir cuando se le pide una definición que englobe su obra. A sus 60 años puede saber que es cierto.
Dato: El director sufre de múltiples fobias, en particular a volar. Esto le genera un sinfín de inconvenientes, obligándolo a filmar casi siempre en Dinamarca o Suecia.