Varios medios reproducen las fotos de Fabiola Yañez golpeada. Esto no ayuda en nada a la causa contra la violencia de género. Por un lado, disparan recuerdos muy traumáticos en muchas mujeres golpeadas. Por el otro, refuerzan el prejuicio de que, si no hay ni denuncia penal ni fotos públicas de la golpiza, entonces la palabra de la mujer no es creíble y la golpiza no ocurrió. Del morbo sádico ni vale la pena ya seguir hablando (sí, hay que seguir hablando de eso también).
El moretón en el brazo a la altura del bíceps y el ojo mocho son fotos que muchas mujeres tuvieron que sacarse en algún momento de sus vidas para tener evidencia frente a parientes, amigas, amigos (sobre todo del golpeador), hayan o no hayan hecho la denuncia penal. Todas ellas avisaron de un modo o de otro, con mayor o menor claridad, como pudieron, como les salió, que eso iba a ocurrir. Parte del problema es que nadie les creyó. Las escucharon, las entendieron, pero no le importó a nadie. El problema no es la falta de voz (todas las mujeres tenemos voz) ni una supuesta brecha epistémica que hace incomprensible el alerta para quienes lo están escuchando. El problema es lo que decía mi abuela: «¿Hablo yo o pasa un tranvía?». El tranvía que pasa se llama machismo estructural y es parte de toda una cultura entera en la que las diferentes caras de la opresión y de la dominación se refuerzan unas a otras para que siempre se llegue demasiado tarde.
Las mujeres golpeadas por sus parejas varones cis suelen escuchar antes la pregunta «¿lo denunciaste?» que «¿cómo estás?» y «¿qué puedo hacer por vos?, ¿qué necesitás?». El punitivismo nunca es un modo de proteger a quien ha sido victimizada, por varias razones. Dos de ellas son porque no se centra en esta persona sino en el perpetrador y porque reduce la violencia de género a una cuestión simplemente interpersonal y a un hecho puntual ya ocurrido, en vez de analizarla como lo que es: una injusticia estructural permanente. Buscamos culpables individuales. No buscamos responsabilidades compartidas. No todas las personas somos machos golpeadores, pero casi todas las personas (no todas) participamos activa o pasivamente en un sistema de violencia machista.
En el fondo de todo esto, merodea la idea tenebrosa de que la única agencia política que tenemos las personas que no somos varones cis y heterosexuales blancos es la denuncia, la judicialización de nuestras vidas, y con ello quedar pasivamente en manos de jueces que están ahí para reproducir las injusticias estructurales de género, racialización, clase, discapacidad y estatuto migratorio. Mientras tanto, hay mujeres cis y trans y varones trans presas y presos por asumir su agencia activa y defenderse de la violencia patriarcal.
Cómo cuesta aprender y cuánto más va a costar con un gobierno que desfinancia todos los programas no punitivistas orientados a frenar la violencia machista. Son tiempos malos y esto quiere decir que tenemos que redoblar la lucha y fortalecer nuestra agencia política porque nunca, pero nunca, la estatalidad va a decidir por sí sola cortar de raíz la violencia machista.