Durante un forcejeo con la policía, un pibe sacó un cuchillo e intentó atacar a un agente en medio de una protesta en el Acceso Sudeste, a la altura de Villa Azul, Quilmes. La manifestación había sido organizada por vecinos y familiares para exigir justicia por el asesinato de un joven de 16 años, ocurrido dos días antes a manos de narcos del barrio.

El caso ya había tomado visibilidad pública el día anterior, cuando también se cortó la calle y se pedía dinero a los automovilistas. Desde afuera, muchos solo ven gente mangueando, pero detrás de eso hay un acto desesperado de solidaridad: juntar lo necesario para costear un funeral lo más digno posible.

Después de tanta violencia, el pibe es contenido por el abrazo de varias mujeres. Lo rodean, lo desarman, y él llora. Llora mostrando la inocencia de seguir siendo un niño, con una ternura desbordada.

Eso es lo que muestran, una y otra vez, los noticieros, los titulares de los medios y las redes sociales. Pero, ¿qué hay detrás de tanta violencia? ¿Qué podemos ver a través de la imagen de un nene de no más de 11 años llorando con un cuchillo en la mano, desbordado de bronca y dolor?

¿Qué pasa en los barrios populares del conurbano con los narcos, los pibes chorros y la policía? ¿Qué pasa con el Estado, que solo aparece representado por una patrulla?

Muchas preguntas emergen de un caso tan sensible, porque, por lo menos a mí, cuando los pibes sufren, se me estruja el corazón.

No hay respuestas simples, pero sí hay algunas evidencias claras. La falta de políticas públicas para incluir a los millones de argentinos que viven sin cloacas, agua o luz, la falta de empleo formal, el trabajo informal como única salida, la pobreza estructural que hace que muchas familias no lleguen ni a comer. Todo eso se siente y se manifiesta.

Los orígenes de la violencia

Las políticas del gobierno de Milei en el último año —ajuste, recortes, recesión, inflación, represión, blanqueo, endeudamiento— son parte del contexto que explotó hoy en el acceso sudeste, entrada a mi querida ciudad de Quilmes.

Pero no todo se explica por este gobierno. Villa Azul, como su vecina Villa Itatí, tiene más de 50 años. Miles de vecinos viven sin servicios básicos, sin calles asfaltadas, sin viviendas dignas y, en su gran mayoría, sin trabajo que le permitan mejorar su calidad de vida.

La situación social y económica de estos barrios forma parte de una pobreza estructural que duele, porque pasan las generaciones y nada cambia en profundidad. Obras inconclusas, basura acumulada, casas de chapa y madera, pasillos anegados con agua podrida, mangueras con «agua potable» metidas en las zanjas.

En estos barrios también crece la droga, el consumo y la venta. Las organizaciones comunitarias lo vienen denunciando hace años, pero se sigue haciendo oídos sordos a una realidad que todos ven cotidianamente.

La violencia descontrolada crece. Tiros, corridas, robos violentos, son parte de la normalidad que viven miles de familias. A eso se suma la violencia policial, especialmente contra los jóvenes.

Podemos quedarnos con la imagen de un pibe con un cuchillo atacando a un policía. Pero también podemos intentar entender que la raíz de esa violencia está en la falta de decisión política para desmantelar la estructura narco que atraviesa todos los niveles: transas, narcos, policías, políticos, jueces y empresarios. Una estructura criminal que se metió en el tejido mismo de los barrios, comiéndose la cabeza de los pibes y destruyendo la paz de miles de familias.

Tenemos que dejar de mirar para otro lado. Tenemos que dejar de pensar políticas aisladas para los titulares o las fotos de campaña. Tenemos que tomar la decisión de urbanizar, de garantizar derechos, de terminar con las mafias, si de verdad queremos un futuro para ese pibe… y para miles más.

* Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) Quilmes.