Nunca tuvimos colonias ni ciudadanos de segunda. Nunca le impusimos a nadie nuestra forma de vida. Pero tampoco vamos a tolerar que lo hagan con nosotros. Ningún país colonialista nos va a amedrentar por una canción de cancha ni por decir las verdades que no se quieren admitir”, lanzó Victoria Villarruel a mediados de julio, en medio de la polémica por los festejos del seleccionado argentino tras ganar la Copa América. Poco después, y disculpas en la embajada francesa mediante, Karina y Javier Milei verían en vivo y en directo cómo el país galo presentaba ante el mundo una imagen progresista al abrir los Juegos Olímpicos con una reivindicación de la diversidad en todo sentido.

Pero cuánta hipocresía: ahora resulta que un eximperio, con un oscuro pasado, se atreve a dar lecciones de moral, ulalá. Afortunadamente tenemos el orgullo nacionalista de la vicepresidenta de este recóndito país del Tercer Mundo, excolonia europea, que no va a dejarse amedrentar.

¡Un momento! Detrás de ese presunto antiimperialismo, ¿no está Villarruel olvidándose de reconocer una deuda con la herencia colonial francesa que dejó sus marcas en las prácticas de la “guerra sucia” que ella misma reivindica? Por suerte, la investigación histórica nos ayuda a no olvidar que el pasado oscuro de Francia es más oscuro que lo que a la vice le gustaría reconocer y que, al final, tan anti-Francia no eras, Vicky.

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Villarruel no se equivoca, desde ya, al hablar de Francia como “país colonialista”. El imperio francés incluyó o incluye colonias en (tomen aire): América del Norte, Central y del Sur, norte, oeste y varias islas del sudeste de África, la India, el sudeste asiático, parte de China, Oceanía y (ya que estamos) la Antártida. Literalmente se extendió por todos los continentes fuera de Europa, y durante los siglos XIX y XX fue solo superado en extensión por el Imperio Británico.

Como es de esperar, la historia de la adquisición y la preservación de estas colonias está bañada en sangre, con algunos casos ejemplares como las masacres cometidas en Marruecos y en Argelia. Pero lo que sospechosamente no comenta Villarruel es de qué forma ese imperialismo se conecta con nuestra historia local, y en particular con la trayectoria de los genocidas a los que ha honrado con sus visitas en la cárcel, y cuyo accionar de conjunto ha defendido, al llamar “combate al terrorismo” a la práctica sistemática de la tortura y exterminio contra trabajadores, estudiantes y profesionales, sumada a prácticas genocidas como el robo de bebés.

Para unir estos puntos, tenemos que apelar a la investigación histórica, y viajar algunas décadas atrás hacia un lugar cuyo nombre es posible que no hayamos oído jamás: Ðiện Biên Phủ.

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Tras la Segunda Guerra Mundial y la ocupación japonesa en los territorios de Indochina, Francia comenzó a desarrollar un plan para recuperar el dominio sobre sus colonias. Luego de varios años de enfrentamientos, en un esfuerzo por cortar las rutas de suministro del movimiento de independencia vietnamita Viet Minh y atrapar a las fuerzas insurgentes, el comandante francés General Henri Navarre decidió fortificar una base en el valle de Điện Biên Phủ. Creía que, al atraer al Viet Minh a una batalla convencional, podría destruirlos con el poder de fuego superior de las fuerzas francesas. Pero no contaba con la astucia vietnamita.

Por medio de bicicletas, los locales transportaron comida, municiones y hasta piezas de artillería pesada que desarmaban y volvían a armar cuando llegaban a destino. Los franceses jamás habían imaginado semejante despliegue. En marzo de 1954, el Viet Minh lanzó un ataque masivo sobre uno de los enclaves franceses. Usando una combinación de tácticas de guerrilla y asalto directo, logró capturar varias posiciones cruciales. A lo largo de 55 días, los militares bien entrenados y pertrechados del Cuerpo Expedicionario Francés, pelearon contra los combatientes vietnamitas (muchos de ellos irregulares, o simplemente trabajadores) y acabaron sufriendo una derrota durísima, con miles de franceses muertos, prisioneros y, lo que es más importante, el fin de la Guerra de Indochina y de la ocupación francesa de ese territorio.

La derrota les enseñó una serie de lecciones a los militares franceses, como Roger Trinquier, que pasaron de pensar en una guerra de manera “clásica” a un estilo de “guerra contrarrevolucionaria”: el enemigo que se combatía no era una tropa regular, a la que se enfrentaba únicamente en el campo de batalla, sino que aparecían como cruciales el dominio del territorio y de la población en general (sobre la cual se deseaba neutralizar la influencia del enemigo). La larga guerra de Argelia, otro episodio de la defensa del imperio francés, también sería vista como escenario de este tipo de combate.

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Daniel Mazzei, profesor de la UBA e historiador especializado en las fuerzas armadas y en las relaciones civiles-militares, enumera algunas de las innovaciones que introdujeron los franceses bajo el título de “guerra contrarrevolucionaria”, y que serían apropiadas por las fuerzas armadas de Argentina: “el concepto de ‘enemigo interno’; de que se trata de una guerra que se pelea por las ‘mentes’ lo que hace a la acción psicológica un componente fundamental; la importancia de la información (o tareas de inteligencia) para desarticular la estructura clandestina y compartimentada del enemigo, y la necesidad de cuadricular el territorio para hacer más eficiente la represión”.

Lucrecia Molinari, socióloga argentina e investigadora del CONICET, especializada en la colaboración entre la dictadura argentina y otros gobiernos de Latinoamérica, confluye con las observaciones de Mazzei: “La incorporación de la doctrina francesa significó una transición de la doctrina de defensa nacional –volcada a la defensa de la integridad territorial contra la amenaza de países vecinos– a la doctrina de seguridad nacional”. Es decir, bajo esta doctrina, “los ejércitos latinoamericanos pasaron de construir hipótesis de conflicto centradas en la amenaza de enemigos externos, a encargarse del control de su propia población”.

Un rol clave en este tipo de transición lo jugaron las tareas de inteligencia, lo que en el caso de Argelia implicó un recurso sistemático a la práctica de la tortura. Para quienes elaboraron la doctrina francesa, “los interrogatorios son el principal instrumento para obtener información y debe recurrirse a cualquier método para obtenerla, incluyendo la tortura de simples sospechosos”. Así, “la tortura fue aceptada como una práctica normal y cotidiana por los militares franceses y las tropas en Argelia”, amplía Mazzei en un artículo. En Argentina, fue la doctrina francesa la que “puso las bases teóricas [y] metodológicas […] que guiaron el accionar represivo del Ejército argentino durante la década del setenta. Y si bien no es posible asegurar que los franceses hayan enseñado técnicas de tortura o interrogación, sí aportaron una visión que aceptaba estas prácticas, enseñaron la ideología de la Guerra Contrarrevolucionaria, proporcionaron la bibliografía justificatoria y ayudaron a redefinir al ‘enemigo’”.

De hecho, aunque la represión en Argentina, en especial durante la última dictadura, se haya apoyado política, económica y militarmente en el imperialismo norteamericano, la influencia francesa resultó fundamental. Molinari subraya que “las Fuerzas Armadas argentinas incorporaron muy tempranamente la doctrina francesa, antes que el resto de los latinoamericanos e inclusive antes que los militares estadounidenses”. La razón de esta veloz apropiación, explica Mazzei, puede rastrearse en la presencia de una misión militar francesa en nuestro país desde 1957. “La presencia de algunos prestigiosos oficiales argentinos” en la Escuela Superior de Guerra en París “facilitó la llegada de los primeros instructores franceses”, en aquel año. Argentina estuvo tristemente a la vanguardia de la apropiación de esta doctrina francesa, incluso “algunos años antes de que los Estados Unidos comenzaran a interesarse por lo que ellos denominan ‘contrainsurgencia’”.

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Francia, como denuncia Villarruel, es sin dudas un “país colonialista”. Pero sin la investigación histórica no podríamos entender que ese colonialismo ha impactado de forma directa en nuestra historia reciente y, en particular, de modos que la vicepresidenta prefiere no mencionar: como una cruel inspiración para las Fuerzas Armadas argentinas que aplicaron métodos de la opresión colonial a los sectores populares de su propio país.