En aquellos días en donde Argentina no tenía internet, celulares, ni cable, los videoclubes eran un gran subterfugio del consumo cultural masivo. De los 10.000 que llegaron a coexistir, apenas sobreviven un puñado. Con diferentes recorridos, Juan Norberto Melo y Marcos Rago, atendieron durante décadas sus negocios, donde compartieron sus saberes con los clientes, en su mayoría vecinos del barrio. Ahora, con la naturalidad de afrontar lo inevitable, ambos transitan la senda de la transformación -una vez más- y la evolución, pero sin perder la esencia: el amor por el cine. 

Marcos tiene 57 años y es de Palermo. Desde 1989 está al frente del Videoclub Black Jack (https://www.instagram.com/blackjackvideo/?hl=es), en Guatemala y Malabia. Su vinculación con el mundo audiovisual empezó en 1980 cuando su padre compró una videocasetera Betamax. Poco después, adquiere la primera VHS. “Ahí empecé a ver cine en casa y venían mis compañeros. Me marcó. Era de los pocos, era un marciano en mi colegio”, cuenta este fanático de las cintas, quien resume: “Para 1982 había dos videocaseteras en mi casa y tenía la posibilidad de alquilar las películas y grabármelas. Esa fue la semilla del videoclub”. Aquel germen se convirtió en su vida: en su negocio, por ejemplo, conoció a las dos mujeres con las que se casó.

Black Jack llegó a tener cinco empleados, y trabajar de lunes a lunes, con horarios rotativos para poder abrir hasta la medianoche. “No tuve que echar a nadie, porque los trabajadores estaban más de paso, eran estudiantes. Hoy tengo un solo empleado los fines de semana. Ahora abro de 10:30 a 22:30 y de lunes a sábado. La gente se adapta, porque por suerte se transformó en nicho”, dice Marcos, quien resistió la competencia de cinco locales a 100 metros a la redonda. 

Cadena argentina

En La Plata, Juan fundó el imperio Videomanía, que llegó a tener siete sucursales. La última, en 472 y 525, en City Bell, estuvo en pie hasta fines de 2019. No sobrevivió a los costos, pero sí a Blockbuster, que llegó a poner un local justo en frente. “La gente hacía cola, se llevaba películas en cantidades, de a seis u ocho. Empezó del 82 en adelante, pero el apogeo fue en los 90 y 2000, cuando aparecen los tanques: los Bruce Willis, Stallone, Schwarzenegger, Mel Gibson, Jurassic Park”, explica entusiasmado este amante del séptimo arte, cuya pasión arrancó antes de la llegada del video, cuando podía discutir durante horas en bares sobre películas de Vittorio de Sica, Federico Fellini, Jean-Luc Godard o François Truffaut, “cuando ni siquiera eran contemplados como cine arte”, aclara. 

“En el videoclub -continúa Juan- vendíamos la revista El Amante, que analizaba cada film en más de cuatro páginas. Mi idea era que más gente viera productos de calidad, porque iban a ser más cultos y ávidos de buen cine. Ese era mi nicho de competencia con Blockbuster, que era pochoclero básicamente. Llegábamos a comprar 50 títulos nuevos por semana”.

La eterna transición

Al principio, el VHS competía solo con los cinco canales de aire. Luego, debió adaptarse al vertiginoso ritmo de la tecnología: “En los últimos 30 años pasamos a tener soportes que no llegué a disfrutar. Uno pensaba que la calidad del DVD era lo máximo, y luego aparece el Blu-ray”, indica Marcos. Los usuarios acompañaron afortunadamente estos nuevos formatos. A la par, la TV tuvo lo suyo: los televisores analógicos, dieron lugar a los plasmas, LED, LCD, que tenían mayor y mejor resolución, y ni hablar de los home theater que sumaban hasta una decena de parlantes envolventes.

Tanto Juan como Marcos, presidieron la Cámara Argentina de Videoclubes, desde donde articularon junto a otras cámaras, como la del Cine y la de Videoeditores, diferentes beneficios impositivos y un ataque, desigual por cierto, en contra de la piratería. Si bien el VHS tenía prioridad frente a los canales de cable y el DVD, el arribo de las plataformas y la masificación de internet fue implacable.

Reinventarse

Del imperio que llegó a tener Juan, apenas mantiene online www.videomaniaticos.com donde recopiló todo su trabajo de años. La web tiene más de 30 mil fichas de películas, actores y directores. En la actualidad, el especialista detalla que “en vez de rematar o reubicar todo el material que tenía acumulado de todos los locales, lo que estoy haciendo es vendiéndolo de a poco, por colecciones, hago paquetes, tanto en DVD como blu-ray”. 

Después de 35 años de esta aventura, Marcos se ve obligado a dejar su esquina, porque se erigirá una mole de cemento y cristal. “Había decidido cerrar definitivamente, pero un exempleado me convenció de mudarme a un nuevo local, donde pueda integrar el videoclub con un café. No será un adiós, sino que volveremos recargados, en el mismo barrio y a partir de octubre”, revela el dueño de Black Jack, dispuesto a volver a empezar una vez más. 

Marcos Rago
Algoritmo viviente

“Obviamente la mayoría de las películas están en todos lados, pero es muy diferente a que vengas a mi local y charlemos sobre lo que buscás”, explica Marcos Rago, el dueño de Black Jack, quien admite que “el otro día un amigo me decía que yo era una especie de algoritmo viviente, porque el de las plataformas muchas veces la pega por el autor, o actor, pero no tiene idea lo que hay adentro”.

Para Marcos, Netflix o Amazon no son competencia. “Tengo más títulos que todas las plataformas juntas. Debo tener unas 15 mil películas y si no la tengo, veo de conseguirla”, comenta, y añade: “La inteligencia artificial es necesaria, pero hay cosas irremplazables. Yo recomiendo algo sabiendo tus gustos, pero por otro lado sé que hay cosas que te pueden hacer daño por tu vida, tu pasado. Yo conozco a mis clientes”.

Marcos resume que el videoclub, tiene mucho que ver con los tradicionales clubes en Argentina, donde se trata de lugares de encuentro, comunicación, empatía. Con esa idea, también, desde el año pasado organizó junto a uno de sus clientes, dueño de Overo Bar (un club de vinos) ciclos de cine donde se comparte el gusto por la bebida, la comida y las películas.

Videoclub Black Jack