–La Diosa de la Fortuna me pareció bastante distinta de otras obras tuyas. ¿Esa diferencia tiene que ver con el texto mismo o con la dirección?
-Yo digo que una mitad de la obra es mía y la otra de Lía Jelín. Incluso tenía otro título, pero Lía la llevó a otro plano y cada vez que me siento a verla, veo a dos autores. No me identifico en todo el texto, pero sí reconozco que su puesta fue producto de una mirada hacia lo que ella entendió que la obra podía reflejar. Entonces creo que es pertinente tu pregunta. Siento que yo sólo debería cobrar la mitad de los derechos de autor (risas).
-¿Y qué es lo que cambió respecto de la propuesta original?
-Lía tomó el guante del juego. Los autores teatrales creemos tener una lectura de nuestras propias obras que luego el director o directora enriquece o empobrece, lleva de izquierda a derecha. Mi obra era la de una madre que va revelando a su hijo sus planes de reformar la casa para poner una academia de croupiers y el hijo se va enterando de que su madre tiene novios y que había seducido a cuanto croupier conoció en todos los casinos del mundo. El final de la obra está modificado por ella para que sea más hollywoodense, más acorde con la calle Corrientes. Al final de la obra original estaban los candidatos de la madre, sonaba el timbre y se escuchaba que había una fila infinita de croupiers esperando ser correspondidos en el amor por ella. Lía tomó la línea de que la madre es una diosa de la Fortuna. Y yo entiendo que el espectador tendrá que dilucidar si se trata de un delirio de esta supuesta diosa o si realmente es la diosa de la Fortuna. La obra termina con una canción y también en esto la llevó más a un teatro de la calle Corrientes. Además, puso el eje en la ludopatía, en el juego. Ella me pidió que escribiera monólogos y algunos me resultaron muy atractivos, por ejemplo el que reflexiona sobre la suerte o la cordura y dónde está la normalidad. Hacia el final, Lía hizo eje en el refrán que dice que quien es afortunado en el juego es desafortunado en el amor. A la hora de la verdad el personaje principal vuelve a elegir el juego y no el amor. Eso es más un guiño al espectador que una declaración de principios.
-De todos modos, en la obra se mantiene el espíritu festivo de tu texto original.
-Sí. La obra estuvo en manos de distintos directores que por una razón u otra no la pudieron hacer y siempre me encontré con buenas respuestas respecto de la estructura, de la temática elegida, y del hecho de ir dosificando las revelaciones. Siempre tuvo tono de comedia. En la mitad de la obra que me pertenece reconozco que hay un humor que es muy mío.
-¿Cuál fue el disparador de la obra?
-Hay un autor que ha escrito sobre la época del 1700 en que había personas que querían volver a tener capacidad de asombro. La idea de la obra surgió así. Había un hijo que era un profesor de escuela secundaria nocturna, de repetidores, que intentaba transmitirles la posibilidad de recuperar la capacidad de asombro ante las cosas. De ahí pasé a una madre que le recriminaba que eso no daba dinero y, cuando me quise acordar, estaba en este texto de La diosa de la Fortuna que en su momento llamé Doble cero. El juego de la ruleta arrancó con un solo cero. Con el tiempo hubo una modificación. Creo que las de un solo cero son las que se usaban en Francia y las de doble solo cero, las que se usaban en Estados Unidos. El doble cero perjudica al jugador porque es una posibilidad más de que nadie gane ni pares, ni impares, ni color. Por eso en la obra se alude a que la peor desgracia de la humanidad no fueron la Primera Guerra Mundial ni la segunda, sino el hecho de que le pusieran doble cero a la ruleta (risas). Creo que Marc Augé tendría que haber considerado también a los casinos como un “no lugar” junto a los shoppings y aeropuertos. Es un lugar de horror vacui.
-¿Por qué?
-Por el neón, por la ilusión efímera, porque en la mayoría de los casos el jugador pierde y quizá cuando sale a recuperar aire fresco recupera la ilusión que dejó a la entrada. La obra se me fue presentando de a poco y la escribí durante la pandemia. Aunque no habla específicamente sobre el juego, porque también tiene que ver con la relación madre-hijo y las relaciones amorosas, me sedujo el universo del casino, un lugar al que la madre llevaba a su hijo cuando era chico y lo dejaba en el guardarropas donde él jugaba a las bolitas con naftalina. Tengo otra obra que espero estrenar pronto que se llama Dios colecciona ángeles caídos y allí sí hice una investigación, profundicé el tema. En La diosa de la Fortuna el proceso fue distinto. Me divertí ejercitando la escritura.
-¿Cómo es para un dramaturgo ver la puesta en escena de su obra, sobre todo cuando, como en este caso, tuvo mucha intervención la directora?
-Siempre, en todos los casos, es un pequeño duelo. Hay un imaginario ideal de los personajes que actúan en la cabeza de uno que no tiene ninguna correspondencia con lo que ve después. Y la diferencia no está sólo en la puesta, sino también en el actor. Normalmente, aunque la obra se haya enriquecido, prevalece la frustración. ¿Cuánto te dura la frustración? Depende de la eficacia del resultado. Hay autores que eligen no estar en la platea. A mí me persigue el fantasma de si los espectadores se ríen o no. No soy muy original en esto, pero me juega muy en contra. Yo mismo he asistido como espectador a obras, incluso a comedias que no tienen por qué ser las comedias del gag en que en cada uno hay que medir la risa. Cuando fui a Los Ángeles, a los estudios donde se hacía Friends. Tenían micrófonos en la platea y al que se reía más lo ponían adelante. Sin embargo, aunque no se trate de este tipo de comedia, uno está pendiente de eso y de toda la maquinaria teatral. No son vacaciones autorales ir a ver el resultado. Un aleteo de mariposa en el público te puede traer una destrucción psicológica que haga que incrementes las sesiones de análisis (risas).
– El elenco de tu obra es buenísimo y la actuación de Ana María Cores es bárbara. ¿Cómo lo sentís vos?
-Es la segunda vez que trabajo con Ana María que ya estuvo en Los soviets de San Antonio. Para la apuesta que hizo Lía creo que no hay otra actriz de su talla, con esa multiplicidad de posibilidades de hacer comedia, de cantar, de bailar. La verdad es que me saco el sombrero.
-¿Qué remarcarías de la obra?
-Que se puede ir a ver por diferentes motivos, que no es demasiado larga, tiene todo tipo de situaciones y que, además, es una forma de apreciar un trabajo nuevo de Lía Jelín que es alguien que forma parte del patrimonio histórico nacional. Es una mujer de 88 años que ha estado con Tato Bores y con quien se te ocurra. Convoco a que la gente vaya a ver el trabajo de una directora como ella que dedicó su vida al teatro.
La Diosa de la Fortuna puede verse en el Teatro Astros, Avda. Corrientes 746, CABA, los sábados a las 20.30 y los domingos a las 20. Con Ana María Cores, Fernando Lupiz, Juan Paya, Marcelo Sein y Manu Biaggini. Las entradas se pueden adquirir por Entrada Uno o en la boletería del teatro.