Nació en Tandil, hace 81 años. Y luego del servicio militar emigró a Buenos Aires para estudiar actuación. Desde entonces Víctor Laplace desarrolló una amplia carrera en teatro, cine y televisión. Se destacó también por su compromiso político. Su rol encarnando a Juan Domingo Perón en Puerta de Hierro (2012) y Eva Perón (1996) fueron unánimemente elogiados. Pero Laplace participó en casi 90 películas, más de 100 obras de teatro y notorios ciclos televisivos.
«Estoy grande y muy contento con el camino recorrido. Trato de no trabajar tanto, pero el amor a la profesión siempre me tiene en movimiento. Estuve siempre cerca de grandes profesionales que me enseñaron mucho, eso fue una de mis claves”, admite.
–¿Cómo recuerda su infancia?
–Fue muy linda, recuerdo ir a la joyería de mis padres con mis hermanos y que nos echaban para que nos vayamos a jugar por ahí. Era otra época, totalmente distinta.
–¿Cuál era su juego favorito?
–La payana y también una rueda de bicicleta que llevábamos con un palito. Con eso nos alcanzaba y nos sobraba. Íbamos a la casa de mi tía Eusebia y nos gustaba saltar en los colchones o en el jardín. Éramos felices.
-¿Cómo recuerda su juventud, antes de ser actor?
–Fui empleado metalúrgico y recuerdo que la pasábamos bien. Ya en esa época era actor, recitaba poemas de Shakespeare a la hora del almuerzo. Eran tiempos de obreros felices, yo lo viví, no me lo contó nadie.
–¿Para actuar hay que saber mentir?
–Hay que respetar el oficio de actor y nunca mentirle a la gente. Nosotros, actores y actrices, actuamos con la verdad. Somos eso que hacemos de verdad en el momento que lo hacemos. Si mintiéramos, se notaría. Somos de verdad con cuerpo y alma eso que decimos en palabras. Hay un pacto de credibilidad con el público. Y esa verdad define un poco a los actores y a las actrices.
–¿Qué lo atrapa de un guion?
–Me tiene que conmover, movilizar. A veces los roles tienen algo que te gusta y no lo podes explicar. Además, siempre le presto atención a con quien trabajo. La experiencia me enseñó que todo sale bien con alguien con el que uno se lleve bien. Y si no conozco con quién voy a trabajar, se prueba un tiempo, y si no va, hay que alejarse por el bien de la obra y de la tarea.
–¿Le gusta ir a ver otros actuar?
–Sí, siempre. Me encanta el teatro.
–¿Qué fue lo último que fue a ver?
–Estuve en Esperando la carroza. Me encontré con Paula Barrientos, con Pablo Rago, con Campi, un grupo de actores maravillosos. Lo pasé genial. Está muy bien hecha esta versión de esta obra emblemática. La recomiendo.
–¿Qué piensa del presente?
–Estamos en un momento histórico que me hace repensar un poco todo. Están todos acelerados, todo es ya y no se puede pensar. El país está triste, sólo están felices los que acumulan y quieren el mal para la Argentina porque les conviene. Eso es muy feo. Creo que hay que decirle al presidente actual algunas obviedades que parecen no importarle, cosas como que sin ciencia y sin tecnología no va haber país. Sin educación para todos y todas no hay futuro. Además, sin teatro y sin cine y sin libros, sin danza y sin circo, sin clowns ni artesanos, ni músicos, sin pintores, el arte está en peligro y sin arte no hay Argentina.
–¿Qué es lo mejor de su carrera?
–La gente genial con la que me crucé. Me acuerdo de Carlos Carella, Juan Carlos Gené, Norberto Díaz, Alicia Bruzzo, Sergio Surraco y tantos otros. Es difícil trabajar de esto, pero aquí estamos.
–Su personificación de Perón es muy recordada. ¿Ud. tiene algún personaje favorito?
–Perón me encandiló desde que lo vi por primera vez, cuando trabajaba en una fábrica metalúrgica, me marcó como persona, por lo que fue un orgullo encarnarlo en dos películas. Pero todos mis papeles tienen algo que recuerdo y que amo. Recuerdo Flop, una película de 1990 dirigida por Eduardo Mignogna, donde encarné al comediante y escritor Florencio Parravicini. Todo lo que hago tiene una carnadura importante, y algo de mí, una mirada, una reflexión. Eso intento.
–¿Qué es lo más importante en la vida?
–La actitud. Es importante ir con fuerza por las cosas. Por ejemplo, cuando me vine a Buenos Aires tenía dos o tres elementos que me permitieron sobrevivir. Tenía la certeza, el convencimiento y la energía para ir al frente. Y así salí adelante. La convicción y la voluntad siempre me ayudaron mucho.
–¿Ayuda el arte?
–El arte puede ayudar a sanar. A quien lo produce y a quien lo consume por la razón que sea. Estamos complicados, nos quieren paralizar, quieren que nos amarguemos festejando con asado el recorte a los jubilados. Pero no, los vamos a enfrentar haciendo lo que sabemos, pensando e invitando a otros a hacerlo contando una historia.
–¿Qué es el futuro?
–Es desconfianza, es duda, incertidumbre, pero también esperanza y ganas de hacer algo. Es duro no saber dónde ir, pero hay que ponerse objetivos y luchar por ellos. Duele que se rían de la gente y ver sufrir a otros, pero hay que ser fuerte.