Lionel Scaloni duerme poco. Se puede acostar y levantar en un lapso de cuatro horas, es lo que necesita para su descanso. La cabeza le trabaja sin parar, antes como futbolista, ahora como entrenador, en todo momento reflexionando una decisión para el próximo partido. El entrenador campeón de mundo con la Argentina no mira películas, no tiene demasiado interés en escuchar música y no se detiene en la televisión salvo cuando hay fútbol. Scaloni necesita estar en movimiento. Quizá por eso se haya convertido en un ciclista aficionado después de su retiro. Puede subirse a una bicicleta fija cuando lo que tocan son días de hotel, salir por las carreteras de la isla de Mallorca cuando está en su casa o pedalear por la llanura de Pujato, al sur de la provincia de Santa Fe, el pueblo donde nació. Para Scaloni, pensar es transpirar.

El primero que le habló de la bicicleta fue Carlos Moyá, un ex tenista nacido en Mallorca. Lo conoció en el colegio Agora Portals, al que ambos llevaban a sus hijos. Era 2015, Scaloni recién había dejado el fútbol. Estaba inquieto, necesitaba hacer algo. Moyá, que había regresado a la isla para ser entrenador de Rafael Nadal, le dijo que el ciclismo lo podía ayudar. En un principio, no lo entusiasmó. Pero cuando aceptó la idea y comenzó a pedalear, no paró nunca más. A Scaloni, que no hace terapia, la bicicleta le sirve para su equilibrio emocional. Es su cable a tierra.

“Me sirve mucho para la cabeza. Me relaja… bueno, muchas cosas y, además, competís contra vos mismo y eso es fundamental. Es algo que lo hicimos durante toda la vida, competir a grandes niveles, pues ahora después de viejo competís contra vos. Es lo mejor que te puede pasar. Es apasionante”, le contó Scaloni al periodista Carlos Arribas, especialista en ciclismo del diario El País, en septiembre de 2023.

—Todos los deportes de resistencia crean dependencia. Cuando uno se fatiga, el cerebro libera endorfinas, morfina endógena, y el organismo se engancha —me dice Arribas desde Madrid en un mensaje de WhatsApp.

Una mañana de abril de 2019, Scaloni salía en bicicleta del estacionamiento del colegio de sus hijos cuando un auto dio marcha atrás y lo atropelló. En la caída, se abrió la cabeza. Tuvieron que suturarlo. Ya era el entrenador de la selección, por lo que las primeras informaciones generaron preocupación y, por supuesto, interés periodístico. Luego contó que estaba bien, que solo había recibido algunos puntos y se conoció la foto, la selfie que él mismo se había sacado con los apósitos rodeándole el ojo morado. Todavía faltaban dos meses para la primera Copa América que dirigiría con la Argentina. El Scaloni golpeado parecía una metáfora de lo que todavía era un equipo en arreglo.

Cuatro años después, luego de haber salido campeón del mundo en Qatar 2022, recibió el llamado de Pedro Delgado, un ciclista español que ganó el Tour de Francia en 1988 y la Vuelta de España en 1985 y 1989. Delgado le propuso escalar juntos el Angliru, en la Sierra del Áramo, Principado de Asturias, noroeste de España, a 1570 metros sobre el nivel del mar. Sería parte de un show televisivo transmitido por TVE, otro capítulo de los Pericopuertos, su programa. La idea había sido de José Casla, director de la marca de bicicletas Giant en la Península Ibérica.

Scaloni aceptó la invitación. Perico Delgado le aconsejó que saliera tranquilo, que no acelerara durante el inicio porque el desenlace podía ser matador. En la Cueña Les Cabres la pendiente llega al 24%. Es el final de etapa con mayor dificultad de la Vuelta, una de las pruebas más míticas del ciclismo mundial. El Angliru es el infierno.

Apenas comenzaron la travesía, Scaloni sorprendió a Delgado por la fuerza de sus piernas y el empuje de su cuerpo durante los desniveles más duros. Por momentos, lo atacó con intensidad y hasta se escapó. Dejó atrás al ganador del Tour. Al darse cuenta, sin embargo, Scaloni se dio media vuelta y comenzó a subir al mismo ritmo que Delgado, su compañero de aventura.

El entrenador de la selección disfruta de las salidas a la montaña, aunque también le gusten los paisajes llanos. La cuestión es subirse a la bicicleta. Mantiene la costumbre de pedalear su mountain bike durante al menos una hora al día, quizá una hora y media, y de participar en algunas competencias. Antes de su salida con Delgado ya había corrido una prueba tradicional de Mallorca, por la Serra de Tramuntana, que también implicaba ascensos y esfuerzo.

Cuenta Arribas de esa ocasión en la que subió el Angliru que cuando a Scaloni le contaron que había salido en la televisión con su maillot azul y negro, el entrenador se desentendió porque estaba ocupado en otros asuntos. “Tenía partido en Bolivia —dijo—. Teníamos que ganar en La Paz”.

Scaloni es un intrépido. Aunque siempre que sea en tierra. Así como se anima a cualquier desafío sobre la bicicleta, no le gusta volar. Les tiene miedo a los aviones. Debe ser un karma para alguien cuyo oficio consiste en recorrer el mundo. Cuando jugaba con el Deportivo La Coruña y el calendario lo permitía, pedía permiso para volver en auto después de los partidos en otra ciudad. En 1999, el equipo viajó a Bilbao arriba de un Fokker que aterrizó en medio de un temporal. Scaloni lo vivió con terror. Ese mismo año, al regresar de Zaragoza, la pasó tan mal durante las turbulencias del vuelo que cuando el avión finalmente aterrizó en el aeropuerto de Lavacolla, en Santiago de Compostela, se arrodilló y besó el suelo. A fines de 2000, mientras renegociaba su contrato con el Dépor, no le interesó una posible oferta del Spartak de Moscú. Implicaba demasiados aviones.

La aerofobia no le impidió en 2018 asumir como entrenador interino de la selección argentina. Todavía no había dirigido a otro equipo de mayores. La cultura del ciclismo se basa en el sufrimiento pero también en el coraje: a andar en bicicleta se aprende andando y siempre hay que subir una cuesta por primera vez. A sus 40 años, Scaloni tomó una selección percudida por dentro pero a la que por fuera, como siempre, se le reclamaba el más alto nivel. Una selección con la que Lionel Messi se jugaba quizá su última oportunidad de ganar un título.

Scaloni tuvo que rearmar un equipo y también un concepto. Ventilar el ambiente en el que vivían los jugadores que lo habitaban. El trabajo dio resultados: una Copa América en 2021, una Finalissima y un Mundial en 2022. El entrenador inédito, criticado o al menos mirado de reojo por colegas, hinchas y periodistas, se convirtió en un hombre de palabra intocable, un líder indiscutido. Scaloni, un entrenador sin narrativa, construyó la propia con la selección, su storytelling, una épica para las nuevas generaciones futboleras.

Desde antes de viajar a Qatar para cubrir el Mundial 2022, y también después, mientras trabajaba en los dos libros que publicamos junto a Gastón Edul, La Tercera y Los Héroes, le pregunté a mucha gente quién era Scaloni, qué rasgos observaban de su personalidad, cuáles eran sus zonas de interés, qué diferencias y coincidencias había entre el jugador y el entrenador. Lo hablé con quienes lo conocieron, con quienes estuvieron junto a él, y con quienes lo siguieron en este tiempo, más lejos, más cerca, como futbolista y como técnico.

Recordé una respuesta que dio después de haber ganado la final contra Francia, cuando un periodista español le preguntó qué significaba sentarse a la misma mesa de César Luis Menotti y Carlos Salvador Bilardo, los otros entrenado­res argentinos campeones del mundo. “No —dijo Scaloni—, en la misma mesa no creo porque ellos tienen una carrera y han marcado una época”. Estuve en esa sala de conferencias del estadio Lusail, en medio de una noche que sólo reclamaba celebración, y anoté la frase porque me llamó la atención que haya hablado de época. Las épocas, como la historia, se establecen con el tiempo, como si necesitaran macerarse desde una cierta distancia. Esta época, la de Scaloni, ¿qué significará mañana? ¿Cómo la veremos en veinte años?

Para eso, entonces, intenté saber quién es Scaloni. Qué piensa, cómo se formó y cuál fue el método de trabajo del entrenador que ganó la tercera estrella con la Argentina después de 36 años. Ya unos meses antes de viajar a Qatar, en julio de 2022, estuve en Pujato junto a Tom Vignau, un realizador argentino que trabaja para la televisión suiza, con quien hicimos unos retratos audiovisuales de los jugadores y del técnico de la selección. Scaloni creció como futbolista en su pueblo santafesino bajo la guía decisiva de Ángel, su padre, conocido como Chiche. ¿El viaje para entender quién es Scaloni empieza en su Pujato natal? ¿O empieza en Los Ángeles, la primera ciudad que visitó como entrenador de la selección argentina en septiembre de 2018?

Donde sea que empiece, hay que ir por los distintos equipos en los que jugó: Newell’s y Estudiantes de La Plata en la Argentina, Deportivo La Coruña, donde es leyenda, Racing de Santander y Mallorca en España, la breve escala en el West Ham de la Premier League y la etapa final en el fútbol italiano con Lazio y Atalanta. ¿Cuál de sus entrenadores lo influyó más? ¿Javier Irureta, de un estilo práctico y conser­vador, el hombre que lo dirigió en el Dépor? ¿O acaso fueron los italianos y de ahí la admiración por Carlo Ancelotti?

Por fuera de todos ellos, sin embargo, el hombre indispensable para pensar la formación de Scaloni es José Pekerman, el entrenador que le abrió el portón del predio de Ezeiza, el que lo llevó a la Sub 20 para ganar Malasia 97 y el que le permitió jugar su único Mundial de mayores, en Alemania 2006. La relevancia de Pekerman radica no sólo en lo que le transmitió a Scaloni sino también a quienes lo rodearon cuando asumió como técnico de la selección. Pablo Aimar y Walter Samuel salieron de esa factoría en juveniles. El único que quizá no entra dentro de ese registro es Roberto Ayala, el mayor de los cuatro, que tuvo a Pekerman ya de grande, durante el proceso que terminó en Alemania 2006. En los roles de sus colaboradores, en el trabajo de los demás integrantes del cuerpo técnico, también se encuentran las piezas que terminan de armar a Scaloni.

Quizá detrás del hombre que vemos públicamente se encuentren también otras pistas. El Scaloni futbolista tenía giros distintos al Scaloni entrenador que se muestra ante las cámaras. Era bromista, discutidor, verborrágico, más dinamita que el hombre moderado y reflexivo que habla con la prensa como técnico de la selección. Los años lo aplacaron. Pero en la intimidad siempre algo queda. Y así como es el que puertas adentro puede gritar un gol con furia, también es el que se mantiene abstraído en el momento futbolístico más importante de su vida. “Es una persona que salió del pueblo pero que el pueblo aún no salió de él”, dirá Jorge Priotti, su ex compañero en Estudiantes y Newell’s.

Este libro no pretende ser una biografía de Scaloni, aunque sea inevitable —y necesario— un recorrido por su vida. Todo lo que vivió como futbolista sirve para explicar lo que hizo en la selección. Esto, entonces, es una aproximación a Scaloni, el intento de comprender a un hombre, a su método de trabajo, a sus decisiones, a su manera de conducir: un zoom al técnico campeón del mundo con la Argentina.

Al entrenador que rompió los manuales.

Al que decidió hacer su revolución.

Al que piensa los partidos arriba de una bicicleta.