Caracas colapsó este jueves con los cierres de campaña de las dos principales fuerzas en pugna de cara a las elecciones presidenciales del domingo 28 de julio. Nicolás Maduro buscará una nueva reelección para extender el proceso iniciado por Hugo Chávez más allá de los treinta años ininterrumpidos. La oposición, entre nueve candidatos, concentra en Edmundo González Urrutia las más explícitas oportunidades de torcer la historia con promesas de reorientación económica para Venezuela. Hasta ahí la información, pero lo más interesante de la jornada estuvo en la calle.
El chavismo y la fuerza liderada por María Corina Machado -impedida por la justicia electoral de ser candidata- hicieron demostraciones de fuerza en las zonas donde esta ciudad caótica y monumental les ofrece comodidad. Del oeste al este, del centro histórico de los trajinados edificios estatales y los barrios populares a la más moderna arquitectura de los ricos barrios de Las Mercedes o Baruta, dos maneras de sentirse pueblo pisaron el asfalto para empujar su propia versión de Venezuela. Entre mares de buses y banderas tricolores, el nexo coordinante para el trabajo periodístico fue el ejército de moto taxis que sortean con talento acrobático las calles y avenidas cortadas.
El juego de espejos y contrastes no puede ser mayor: ambas fuerzas acusan planes de fraude y operaciones mediáticas, a la vez que ambos muestran pregnancia en sectores mayoritarios. La cuenta regresiva se extingue y pareciera que nadie mira ni nombra a terceros en discordia, como el ex humorista Benjamín Rausseo con su discurso antigrieta.
Se fuerza la máquina
“Con Maduro futuro” y “Por más cambios” son algunos de los slogans de un presidente en campaña permanente a lo largo y ancho del país desde hace un mes. “No solo hemos unido al chavismo, el pueblo bolivariano está en la calle unido como un solo bloque de fuerza”, destaca el medio oficial Telesur que dijo en la tarde soleada el mandatario. Es una declaración que ilumina una interna entre sectores que desde lejos cuesta identificar.
Sin embargo, la abarrotada avenida Bolívar expresó, al menos por este día, una unidad monolítica detrás del candidato ante el desafío explícito que plantea esta elección para el gobierno. Si la autodenominada “maquinaria” electoral del Partido Socialista Unido de Venezuela funciona a la perfección sin perder una sola voluntad, ya pone al oficialismo en zona de triunfo.
Carlos es pastor evangélico y junto a decenas de personas de su congregación participa del cierre de campaña chavista. “El resurgir de Venezuela no viene de la mano de un hombre, sino de la de nuestro señor Jesucristo, el cual tocó el corazón de nuestro presidente Nicolás Maduro. Ahora es nuestro hermano”, dice casi en un grito al micrófono. Carlos lucha para empardar el ensordecedor Lollapalooza de salsa, joropo, reggeatón y más sonidos de campaña que colapsan entre sí sobre la avenida Bolívar. La referencia al festival de música no es un chiste: cada tres cuadras, un escenario se levanta y concentra a gente alrededor de bandas en vivo que sincopan a la militancia. Acá y allá se baila mientras se marcha.
Pero lo clave de la presencia de Carlos y su gente ahí es el factor evangélico en estas elecciones, como en casi todas las de los últimos años en Latinoamérica. El modo en que ese sector social cada vez más importante en Venezuela decida su voto es otra incógnita.
“Las elecciones las veo que vienen con calma, el domingo va a estar todo tranquilo y a esperar los resultados”, le comenta Diego a Tiempo sentado sobre el guardrail bajo que separa ambas manos de la avenida paralizada por la manifestación. Parece algo cansado en el calor de la tarde y protege su cabeza con una gorra que se puso de moda: tiene un logo del “gallo pinto”, un animal similar al del escudo de la selección de Francia pero con los tonos de la bandera de Venezuela. El gallo pinto sería Maduro, un gallo de pelea.
La guerra para el chavismo fue económica en los últimos diez años y la responsabilidad casi exclusiva se la asignan a las sanciones comerciales que conforman el bloqueo internacional que enfrenta el país. A cientos de kilómetros de este acto de campaña, del subsuelo de Venezuela se extrae apenas el 30% del estructural petróleo que supo exportar para traccionar las transformaciones sociales de la revolución bolivariana.
Sobre la violencia
“Lo que más me preocupa de la oposición es su carácter violento”, comenta Diego. Pero a decir verdad lo más violento del cierre de campaña de la oposición fue el coro de cientos de bocinas de motos y autos, un peligro para los tímpanos. “¡Bulla, bulla, bulla!”, pedían los militantes de Machado y González Urrutia y alcanzaba con mirar los rostros y perfiles para identificar la diferencia de clase y sector social que conforma a quienes se ponen la camiseta de María Corina. Sobre la avenida de las Mercedes la marcha se extendió por varias cuadras, pero la masividad no fue lo que la caracterizó.
“Apoyo a Edmundo porque Venezuela lleva veinte años estancados con este gobierno. Necesitamos una fuerza económica para que el país se pueda desarrollar. Es lo que queremos todos los jóvenes”, comenta a este medio Sebastián, que no llega a los 30 y es prolijísimo con su chomba celeste, el único que se anima a hablar con este cronista entre el grupo de sus amigos prolijos.
Por momentos, la movilización de la oposición tuvo gestos y colores similares a los cacerolazos de 2012 en Argentina. Elizabeth tiene un estilo runner. Con sus ojos claros y gorra Nike, diagnostica: “Son muchos años de trabajo para entender qué es lo que queremos como sociedad. Buscamos un país, libre, democrático, donde se respeten los derechos humanos, donde todos seamos ciudadanos de Primer Mundo. María Corina y Edmundo [en ese orden] van a lograrlo en Venezuela”.
Otro contraste es la energía de ambos. Edmundo tiene sus 74 años a flor de piel, y sobre el micro aterrazado de campaña este jueves se lo vio sentado, algo agotado. María Corina es siempre desbordante, una mujer sin edad.
Un par de horas antes y a media mancha urbana de distancia, Rafina y su novio Edgar -vestidos con versiones libres de camisetas de la selección Vinotinto- coincidían ante el micrófono de Tiempo: “Maduro es el único que puede garantizar la paz”. Hay una pregunta y una ansiedad respecto a qué es lo que pasaría con un triunfo de la oposición, pero también con uno del oficialismo. Resulta difícil para el observador visitante identificar de dónde surgiría una escalada cuando la amabilidad es lo que reina entre la gente en este jueves de manifestación, voten a quien voten.
Hace pocos días algo raro se desencadenó: Maduro habló de un “baño de sangre” en caso de que el 28 de julio gane otra fuerza que no fuera la suya. La reacción internacional no se hizo esperar ya que sonó a amenaza explícita. De pronto Alberto Fernández se pronunció sobre las elecciones y fue invitado a no volar hacia Caracas. El gobierno de Brasil decidió no enviar a sus observadores electorales, también llegó el pronunciamiento de Boric desde Chile. Nicolás Maduro Guerra, hijo del presidente, dejó un título en entrevista con El País de España: «Si Edmundo González gana, entregamos y seremos oposición”.
Un analista internacional que conoce bastante sobre este país le comentó a quien escribe estas líneas: “Esa frase creo que estuvo más dirigida al chavista desencantado, para recordarle quién es Machado”. Sería insólito negar el poder de ejercer la violencia que detenta un gobierno que basa su estructura política y el control territorial en el protagonismo de las Fuerzas Armadas y de seguridad. Pero la referencia a la sangre de Maduro podría señalar a esa generación opositora que supo ir por todo en varias oportunidades. Intentos de golpe de estado y de magnicidio, pedidos de intervención militar extranjera y más.
Si fue exabrupto o fría estrategia electoral, lo cierto es que las mismas palabras de Maduro sobre la sangre ofrecen interpretaciones demasiado diferentes según quién las levante en un contexto cuanto menos álgido.
El gobierno de Venezuela por momentos parece no esperar nada de nadie por fuera de sus fronteras luego de años de atravesar, casi solos y de noche, una crisis multiforme que ni el más ordenado militante del PSUV relativiza. “No le debo favores a nadie ni le temo a nadie: y eso me hace libre”, también dijo el presidente en el cierre de campaña, cuando el sol se escondía en los cerros verdes de Caracas. Quedan horas para votar.