En 1963, una novela sacudía el panorama de las letras latinoamericanas. Se trataba La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa. Estaba basada en su propia experiencia personal en el Colegio Militar Leoncio Prado, donde ingresó a los 14 años por decisión de su padre, Ernesto Vargas Maldonado y Dora Llosa Ureta, quien queriéndolo alejar de su vocación literaria, paradójicamente, lo acercó a ella porque su experiencia en esa institución le proveyó el material para su primera novela, la que tuvo una repercusión que fue más allá del Perú, algo poco esperable para una ópera prima.

Vargas Llosa estaba lejos de saber en ese momento que acababa de dar el primer paso hacia una carrera en la literatura que estaría jalonada por múltiples reconocimientos de premios, desde el Rómulo Gallegos (1967) el Cervantes (1994), y el Nobel (2010).
En su discurso de aceptación del Premio Nobel Vargas Llosa dijo algo que, de alguna manera, sintetiza su cambio ideológico a través del tiempo.
“En mi juventud –afirmó- como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo”.
Y agregó: “Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser- fue largo, difícil, y se llevó a cambio despacio y a raíz de episodios como la Revolución Cubana, que me había entusiasmado el principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que lograría escurrirse por las alambradas del Gulag, la invasión a Checoslovaquia por los países del pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo la revalorización de la cultura democrática y las sociedades abiertas”.
Las inquietudes políticas de Vargas Llosa no solo fueron discursivas, sino que tuvieron su correlato práctico que culminó con una fallida aspiración a ser presidente de su país.
En 1990, tuvo como contrincante a Alberto Fuyimori, por quien fue derrotado en las elección. Vargas Llosa quería llegar a presidir Perú a través del denominado Frente Democrático integrado por Acción Popular y el Partido Popular cristiano, ambos de derecha.
Si bien sus aspiraciones políticas no se concretaron en una presidencia, Vargas Llosa se dedicó a promover sus criterios políticos por donde quiera que fuera. Por momentos parecía que su interés en la política era superior a su carácter de escritor.
Vargas Llosa y Argentina
Vargas Llosa había sido periodista antes de consagrarse como escritor. Fue así que en 2019 retomó su viejo oficio y le, señaló que en la Argentina muchos de sus seguidores señalaban su gradualismo político como error y le preguntó qué haría si volviera a ser electo como presidente. Macri contestó: “Haría lo mismo pero mucho más rápido”, respuesta que Vargas Llosa celebró con evidente entusiasmo.

El escritor peruano tuvo también un contacto ríspido con la Argentina. En 2011, cuando ya era Premio Noel, fue invitado a inaugurar con un discurso la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Gobernaba en ese momento Cristina Kirchner y Horacio GonzálezJu era el director de la Biblioteca Nacional.
Horacio González argumentó que era una tradición arraigada que la Feria del Libro fuera inaugurada por un escritor argentino, lo que es rigurosamente cierto. Pero, como no podía ser de otra manera, la actitud de González, quien estaba en las antípodas ideológicas de Vargas Llosa, se interpretó como una reacción política y se produjo una acalorada discusión. La propia Cristina Kirchner le pidió a González que no opinara, que abandonara la polémica, segura de que la discusión terminaría por beneficiar a la derecha.
Finalmente, Vargas Llosa dio su discurso un día después de la inauguración, que fue la solución que encontró para zanjar la disputa la entidad organizadora de la Feria del Libro, la Fundación El Libro.
Y, por supuesto, tergiverso lo dicho por González, que la Feria del Libro siempre era inaugurada por una escritora o un escritor argentino.

Dijo Vargas Llosa en un párrafo del discurso en cuestión: “Agradezco a los organizadores de este certamen el haber resistido las presiones de algunos colegas y adversarios de mis ideas políticas para desinvitarme. Y extiendo mi agradecimiento a la presidenta, señora Cristina Fernández de Kirchner, cuyo oportuna intervención frenó aquel intento de veto. Ojalá esta toma de posición en favor de la libertad de expresión de la mandataria argentina se contagia a todos sus partidarios y guíe s propia conducta de gobernante.”

Vargas Llosa, el último referente del boom latinoamericano
A la primera y exitosa novela de Vargas Llosa publicada en 1963 le siguieron La casa verde (1966) y Conversación en la catedral (1959). En 1967 García Márquez, quien también sería Premio Nobel de Literatura, publicaba Cien años de soledad, una novela que fue un éxito desde que apareció y que se considera su obra fundamental. Poco antes, en la década del 50, Juan Rulfo había publicado El llano en llamas y Pedro Páramo. En 1962, Carlos Fuentes publica una de sus novelas más conocidas, La muerte de Artemio Cruz.

A esta profusión de obras de autores sudamericanos que obtuvieron reconocimiento internacional en la década que va de 1960 a 1970, se la llamó el boom latinoamericano. Sin duda, Vargas Llosa fue uno de sus protagonistas principales.
Los nombres que se pusieron bajo esta categoría fueron muchos más, desde Alejo Carpentier a Julio Cortázar, de Augusto Monterroso a Miguel Ángel Asturias y Juan Carlos Onetti.
No puede decirse que ese grupo estuviera unido por la similitud de la su escritura. El barroquismo de García Márquez, por citar sólo un ejemplo, no tenía relación alguna con la prosa más bien seca de Onetti, ni tampoco con la de Julio Cortázar.

Si algún punto tenían en común “los escritores del boom” como se los llamó, estaba fuera de su escritura y tenía que ver con trascendencia internacional que habían alcanzado.
Muchos interpretaron ese éxito como un verdadero reconocimiento, otros, en cambio, lo adjudicaron a que aquellos escritores que daban una visión propia de América Latina, eran tomados por los europeos como una expresión tangible del “buen salvaje”, una visión que se correspondía con su propia concepción de América Latina.
Lo cierto es que le boom latinoamericano ocupó muchísimo espacio en la prensa de la época y aún hoy se lo señala como un punto de inflexión en la literatura de América Latina del siglo XX.
Vargas Llosa era el último de los representantes de ese grupo que adquirió características míticas y que colocó a la escritura de de estas latitudes a nivel internacional.
Todo fenómeno tiende a ser multicausal y las razones por las que en la década del 60 un grupo de escritores latinoamericanos alcanzó una fama inusitada seguramente no es la excepción.
Con Vargas Llosa muere el último “elefante sagrado” del boom, el que logró proyectarse en el siglo XXI con más intensidad a través de sus posturas políticas y cuya literatura se consideró casi intocable. Si García Márquez fue sacado y vuelto a colocar varias veces en el trono de la gloria, casi nadie se ha atrevido a cuestionar la literatura de Vargas Llosa o se lo ha hecho con poca frecuencia. Incluso sus detractores políticos han trazado una clara línea de separación entre su escritura y sus concepciones políticas.
Con su muerte, se ha ido el último protagonista y testigo y el boom latinoamericano pasó a formar parte definitivamente del pasado.