«Yo quería darle voz a ese enanito juzgón que todos tenemos en la cabeza», dice Valentina Vidal. Así nació Volátil (Tusquets), su segunda novela luego de Fuerza magnética (2019). Ha escrito también un libro de cuentos, Fondo blanco (2013) y el relato «La pared» (2023).
Volátil parece escrita contrariando una preceptiva implícita de cómo debe escribirse una novela. En primer lugar, la segunda persona, que está dada por la voz de ese «enanito juzgón» que permanentemente acosa a Lucía, la protagonista, es bastante poco frecuente en la narrativa. Hasta hace unos años constituía una verdadera rareza. Vidal escribe: «De frente al espejo te mirás. Te aplicás el rubor en las mejillas y te ves la mirada plana, los párpados hinchados, las pequeñas grietas que se forman por llevar puesto el corrector desde tan temprano».
No está establecido en ningún lado que una novela no pueda estar narrada en segunda persona, pero el hecho de que este tipo de voz no sea algo frecuente mantiene al lector en guardia, sin posibilidad de apoltronarse en la tranquilidad de lo que le es familiar.
En segundo lugar, el hecho de que «el acontecimiento», por cierto bastante anómalo, se dé en el primer capítulo echa por tierra el recurso del crescendo de la narración y obliga a la autora a mantener una intensidad sostenida en todos los capítulos siguientes.
Es una lástima que hoy «espoilear», anglicismo tan difundido como snob, sea equiparable a un pecado capital, porque conocer el argumento de una novela no es conocer la novela. Todos sabemos cuál es el argumento de Don Quijote y de Romeo y Julieta, pero ambas obras van mucho más allá de las respectivas historias que narran. Esta digresión es para explicar por qué no espoileamos (o no lo hacemos del todo) el hecho que sucede en el primer capítulo y, a la vez, para dejar en claro que una novela se constituye en la escritura, más allá de los hechos.
De todos modos, aquí una brevísima síntesis de Volátil: Lucía tiene dos trabajos, es maquilladora y oficinista. Con lo que gana en ellos, paga el departamento que comparte con Mario, su pareja, un hombre violento que la maltrata y la denigra. Lucía vive «en piloto automático», sin detenerse a pensar demasiado en la vida que lleva, hasta que son los hechos, como el que sucede en el primer capítulo, los que comienzan a decir lo que ella calla a pesar de que el enanito juzgón la tenga eternamente sentada en el banquillo de los acusados.
–No es frecuente que una novela esté escrita en segunda persona. De hecho se me ocurren Si una noche de invierno un viajero de Ítalo Calvino cuando el narrador le habla al lector y recuerdo que siempre se mencionaba como ejemplo La modificación, de Michel Butor publicada en 1957. Por supuesto que hay otras, pero no es lo más frecuente. ¿Cómo surgió esta segunda persona?
–Estaba muy fascinada con el tema de las voces, por ejemplo, con el uso de la primera, la segunda y la tercera que hace Julian Barnes. Leí la novela de Julia Deck que está en segunda persona y también la de Gloria Peirano, La ruta de los hospitales, otra gran novela en segunda persona. Se me fue instalando en la cabeza la idea de tener las tres voces, pero no me funcionaba, aunque a Barnes le funcionaba de maravillas.
Tenía la historia y comencé a trabajar la segunda y la primera porque lo que yo quería era un diálogo, era darle voz a ese enanito juzgón que todos tenemos en la cabeza todo el tiempo y quería darle voz y a un personaje que se negara a escucharlo, Lucía, hasta el momento, se ve obligada a empezar un diálogo. Lo que más me atraía era cuidar mucho la prosa y hacer un trabajo con la segunda persona que pudiera instalar ese diálogo.
–La primera escena es muy fuerte, hay una muerte y te plantea el desafío de seguir manteniendo esa intensidad hasta el final. ¿Cómo se te ocurrió?
–Esa escena la tenía desde hacía tiempo en la cabeza porque alguna vez trabajé de maquilladora y esas escenas son bastante frecuentes, lo que no implica, por supuesto, que en la realidad suceda lo que pasa en el primer capítulo. La primera dificultad que tuve fue comenzar con esa escena, porque es casi una ley no escrita que no ocurra algo tan fuerte en el primer capítulo, pero yo quería lograr que los capítulos que siguieran mantuvieran la fuerza para llegar hasta la segunda parte de la novela, a la que le tuve que dedicar también muchísimo trabajo porque también era un mundo en sí mismo.
Pero me gustaba el desafío. Me sentía un poco más armada que cuando escribí mi novela anterior y por eso me planteé mayores desafíos. Tener que mantener la intensidad del primer capítulo fue uno de los desafíos, pero también fue un riesgo. Me resultó muy trabajoso, pero también muy divertido y eso me gustó.
–No te importó «espoilear» porque la novela se sostenía en la escritura y no tanto en la peripecia.
–Sí, soy de las que no teme adelantar nada.
–Por otra parte, el personaje de Lucía es complejo. Se deja maltratar y no se lo cuestiona y, además, la vida laboral la va acorralando.
–Sí ella tiene un montón de frentes que la van acorralando como a cualquier trabajador que tiene que tener varios trabajos y debe someterse a ciertos abusos de autoridad. No me interesaba mostrar una heroína. Ella va por escenarios laborales y personales con su pareja, como sucede en la vida de tantas personas, sobre todo de tantas mujeres. Me parecía que escribir un personaje que fuera una heroína no terminaba diciendo mucho. Yo quería mostrar esa parte que no está buena y que todos tenemos dentro, porque todos tenemos cosas buenas y cosas malas.
Quería que el personaje de Lucía abriera un montón de preguntas, que viera que lo que hizo no estaba bien, aunque la hayan tratado mal. No está bien matar. Me interesaba mucho andar por esos lugares de la duda, de la fragmentación de la búsqueda de la verdad. Porque hay una gran búsqueda de la verdad en toda la novela y eso sí lo tenía como norte cuando empecé a escribir. Lucía es un personaje que, mal o bien, como puede, busca la verdad.
–Juan José Millás dice que lo más importante de una persona es lo que le sucede por dentro, no lo que le sucede afuera. Tu personaje lo confirma. Si se la juzga por los hechos, es una asesina, pero aparte de eso tiene una vida en la que es diferentes personas, tiene diferentes tratos, es capaz de establecer una amistad, de querer sinceramente a alguien.
-Es una persona que en un determinado momento estalla porque toda su vida fue por donde pudo, sin escucharse realmente a sí misma. Por eso llega a la instancia en que explota. Es una asesina por accidente. Hasta que no lo es más, toma las riendas de su verdad y se da cuenta de que ese es el único camino que puede tomar. Me interesaba mucho andar por los escondites de una persona que puede llegar a estallar de esta manera. También hay ciertos disparadores que son las migrañas que padece y que son como viajes.
–¿Vos sufriste de migraña?
–Sí, sufro de migraña en la actualidad.
–Lo imaginé, porque nadie que no sufra de migraña puede escribir sobre sobre eso como lo hiciste en la novela. El estado que produce es como un pasaje a otro mundo.
–Exactamente, es un pasaje a otro mundo. Quizá escribir sobre la migraña fue un intento de exorcizarla. De paso, era contar un poco lo que es porque Lucía le tiene que explicar a sus jefes lo que significa una migraña dentro del trabajo. Generalmente, se piensa que es una jaqueca fuerte y es algo muy distinto. Cuando estás con migraña no podés hacer otra cosa. Es increíble que aún no haya algo que la cure. A veces, si uno pudiera tomar el calmante y acostarse en un lugar oscuro media hora, mejoraría, pero es muy difícil cuando te da en el trabajo. La migraña te saca del mundo.
–¿Cómo pensaste la novela antes de sentarte a escribir?
–Fundamentalmente, no me gustan los personajes planos. Me gusta que tengan muchas capas. Me interesa saber todo acerca de ellos. Por ejemplo, de qué color tienen el pelo, qué perfume usan, aunque luego no lo ponga en la novela. Hago fichas sobre qué estatura tienen, cómo son, porque si eso ya lo sé, siento que el personaje queda más entero.
Quería poner en escena a una chica dividida en dos y que la voz juzgona que todos tenemos dentro, o por lo menos la que yo tengo en la cabeza todo el tiempo, le hiciera un repiqueteo constante para que se despertara de la bruma en la que estaba metida y de la que no podía salir. Con este personaje me interesaba que esa voz la acompañara a lo largo de toda la novela hasta que, por fin, se pudiera despertar. Además, quería lograr un diálogo entre ella y esa voz. La primera escena, como dije, tiene que ver con el hecho de que conozco el mundo del maquillaje, pero tuve que hacer algunas investigaciones sobre cómo se fabrican los productos de maquillaje, sobre todo los que son artesanales, no tanto los industriales. Luego la novela se fue armando y se fue abriendo.
Nico, la que cocina maquillajes, por ejemplo, no existía y apareció de pronto. Es de esos personajes que si les ponés freno, te pueden tomar entera la novela, por lo que tuve que tratar de equilibrarla para que no me tomara la novela por asalto. Comencé a escribir Volátil en el marzo terrible de la pandemia, pero comenzó la cuarentena y me bloqueé hasta que apareció la vacuna y se pudo comenzar a salir. En ese momento me parecía que la ficción no tenía sentido, que cómo íbamos a ponernos a leer con lo que estaba pasando. Terminarla me llevó unos tres años. La vocecita la tenía más adentro que nunca. Creo que eso se trasladó a la novela. Tanto encierro en un departamento de dos ambientes hizo que la voz de la conciencia se pusiera adelante y ocupara mucho lugar.
El trabajoso oficio de escribir
-¿Por qué decidiste comenzar la novela con un capítulo tan potente?
-Porque creí que era lo que me iba a dar fuerza para escribir lo que venía después. Ese desafío me empujaba a escribir algo con potencia. Quería que los capítulos fueran potentes. Me costó mucho escribirla. Entraba una voz en tercera novela y la novela se me pinchaba. Tuve que trabajar mucho cada capítulo para que no se me cayera el vértigo y la potencia con que termina el primero. Me gustó poner desde el principio la vara alta y tratar de no caer. Los libros no son buenos porque uno decidió sentarse a escribir, sino porque hay un montón de trabajo detrás. Hay chicos y chicas que comienzan a escribir por ahí se frustran porque sienten que en el primer intento no les salen bien las cosas. Tienen mucha ansiedad por publicar, pero hay mucho trabajo que hacer antes de que un libro sea publicado. Ya publicar es muy difícil, casi un milagro. Para mí es importante estar medianamente contento con lo que hiciste. Si no, publicamos libros que quedan en cajas y no pasa nada. Yo prefiero dejar todo en lo que escribo y sacar el mejor libro que pueda sacar, saber que puse mi mayor esfuerzo y que le dediqué el tiempo que le tenía que dedicar.
Maquillaje y prejuicio
– Creo que hay algo muy interesante en que, además de su trabajo de oficina, Lucía sea maquilladora.
-Sí, hay algo interesante en el trabajo de maquilladora y el vínculo que se forma con la persona que se maquilla, Hay tantas cosas en ese vínculo. Es un poco como el vínculo que se establece con el tatuador. Si bien el maquillaje no es algo permanente, dispara muchísimas sensibilidades. Hay maquillajes para tapar arrugas, para mejorar zonas. La persona que está siendo maquillada muchas veces no confía en quien la maquilla y eso se percibe bastante porque hay un contacto con la piel, una cercanía con el cuerpo, una respiración que se comparten. Me parecía interesante volcar eso en la novela. El maquillaje no siempre estuvo pegado a lo superficial. Muchas veces se lo usó como protesta. El labial rojo, por ejemplo, determinaba que eras una bruja o una cualquiera en la época victoriana. Hay muchas cosas en torno a él, como que muchos laboratorios hacen las pruebas en animales. Además, hoy los varones también se maquillan. Me parecía que estaba bien mostrar eso.