Se formó como actriz en el Taller Municipal de Teatro de Trelew, ciudad donde nació, y luego vino a estudiar a Buenos Aires, con Raúl Serrano, además de cursar talleres en el Centro Cultural Ricardo Rojas. Valentina Bassi tuvo su primer trabajo profesional en El caso María Soledad, la película sobre la joven violada y asesinada en Catamarca, un caso que tuvo vinculaciones con personajes de la política provincial y tomó relevancia nacional. En cine también fue parte de Todas las azafatas van al cielo, de Daniel Burman; Lugares comunes, de Adolfo Aristarain; y últimamente de Natalia Natalia, de Juan Bautista Stagnaro: y Una flor en el barro, de Nicolás Tuozzo, entre muchos otros títulos.
En televisión realizó una larga carrera que incluye Alta comedia, La marca del deseo, Nueve lunas, Aprender a volar y El tiempo no para, entre otras.
Este verano, luego de haberse presentado durante el 2023 en el Cervantes, la actriz vuelve a hacer Salvajada, ahora en el Teatro Metropolitan, desde el 25 de enero.
-¿Cómo te sentís con tu recorrido profesional?
-Me gusta actuar, encarar nuevos personajes, si pude y puedo disfrutar de eso, es un montón. Así me tomo mi trabajo. Mientras lo tenga, soy feliz, con los años me siento más cómoda y encuentro el placer a cada cosa que me toca hacer.
-¿Antes no era tan así?
-Al ser más joven tenía una presión autoimpuesta para que todo salga perfecto, que mi trabajo lo viera muchísima gente… La autocrítica a veces no me dejaba disfrutar del placer de hacer lo que me apasiona. Pero hoy, ante cada proyecto, priorizo disfrutar del equipo, de la película, obra o serie en sí misma.
-¿Cómo fue tu infancia patagónica?
-Hermosa. Vivo en la Ciudad de Buenos Aires hace muchos años, bien podría ser porteña, pero me sigo sintiendo patagónica. Mi esencia sigue estando en la Playa Unión, que era mi playa, en la que pase días y días. La Península Valdez, Puerto Madryn: esos son mis lugares. Mi adolescencia era ir de playa en playa.
-¿Con quién ibas?
-Tenía un grupo de amigos y amigas grandes que conocían bien toda la costa y exploramos todas las playas. Llegábamos a lugares espectaculares. También cruzábamos el desierto para ir a la cordillera y nos íbamos a los lagos, para el lado de Esquel, Villa Futalaufquen. Fue una infancia y una adolescencia llena de naturaleza.
-¿Todo eso te marcó?
-De donde sos siempre te marca. La patria es la infancia, dicen. Me considero una persona súper libre, y eso me ayuda hasta para trabajar. Me libera para jugar. Los horizontes tan amplios te ponen en el lugar, creo. La Patagonia es increíble, te hace pensar distinto. Todo es lejos, el viento, el desierto, y eso te forja la personalidad.
-¿Te viniste al terminar la secundaria?
– A los 18. Ya con la decisión de ser actriz. Tomé ese camino y nunca tuve ni tengo un plan B. De hecho, no me gusta dirigir, no me interesa escribir. Me gusta actuar, que me dirijan, encarar personajes diferentes. Nunca entre en crisis con eso. Tengo una vocación muy fuerte.
-¿No te gusta hacer otras cosas para descansar o enriquecerte desde otros lugares?
– No. A mí dame un personaje. No tengo ningún hobby. Detesto viajar, no escucho música. No me gusta mucho cocinar, pero lo hago porque hay que alimentarse.
-Qué raro que no te guste viajar. ¿Por qué?
-No sé. Viajé bastante, y mucho por trabajo, esta es una profesión en la que a veces te tocan giras o filmaciones lejos y llené el cupo (risas). No me dan ganas. Si no es por trabajo, me quedo en mi casa. No me tomo vacaciones, me gusta estar en casa. No me gusta organizar un viaje. Solo me muevo cuando es necesario.
-¿No te gusta estar haciendo nada?
-(Risas). Dicho así parezco una obsesiva. Adicta al trabajo. Pero no, para nada. Me gusta descansar. Disfruto del ocio. Miro películas, leo libros o miro por la ventana.
-¿Cine, teatro o tele?
-Cada uno tiene sus particularidades. Me gustan los tres lenguajes. Obvio que el amor por el teatro es más directo, más puro, como que lo que hacés es más tuyo. En una serie o en una película estás editada. Tu trabajo deja de estar en tus manos. En cambio, el teatro es una experiencia más directa. El teatro propone un encuentro mágico que siempre enseña.
-¿Qué enseña más, que no se rían de un paso de comedia o que te aplaudan fuerte?
-Las dos cosas. De la soledad del silencio por algo que tenía que ser cómico y no funciona, aprendés. Y si te aplauden también, porque te da confianza. En el teatro cada escena es única e irrepetible. A veces te hace muy feliz y algunas te querés matar (risas).
-¿Cómo ves la actualidad?
-Estoy preocupada. Defender la democracia y la institucionalidad es lo principal. No hay que fogonear la violencia. Las ideas de extrema derecha nunca benefician a la gente, no puedo comulgar con eso. Muchas cosas que se plantean como nuevas ya las vivimos. Estamos hace muchos años mal o hay muchos pendientes, pero la paz y la empatía son fundamentales. Vivimos tiempos de pensar ingeniosamente y construir desde donde se pueda.