Cuando la inmediatez del presente agobia, el pasado puede ser un refugio para la imaginación. Escribir nuestra historia de estos años, una historia hecha de fragmentos, de momentos en que logramos articular una resistencia, arrancar un instante común se convierte en una necesidad. Hoy se cumple un año de la Marcha Nacional Universitaria. Impulsada en forma conjunta por toda la comunidad educativa (sindicatos, rectores, estudiantes) a la que se sumó el acompañamiento de la CGT, la CTA y la sociedad toda, la movilización se desplegó en Plaza de Mayo y en decenas de plazas y calles de todo el país.
Muches de los que participaron, la registraron como la marcha más grande de la que tengamos memoria. No deja de ser significativo que justo haya sucedido mientras regía una prohibición. Frente a un protocolo de seguridad que mostró su inaplicabilidad, quienes se manifestaron desbordando las calles fueron conscientes de estar amasando un momento histórico: cuando la calle estaba prohibida, ocuparla de esa manera abría un nuevo horizonte.

Si de imaginar horizontes se trata, este 16 de abril se cumplieron 11 años de la firma del Convenio Colectivo de Trabajo de les docentes universitarios. En más de cuatro siglos de historia de la educación superior en nuestro territorio, recién en 2014 logramos la regulación del trabajo de lxs docentes en las universidades. Este convenio -que garantiza estabilidad laboral, derechos e igual salario para iguales tareas para todas las universidades ubicadas a lo largo y ancho del país- se empezó a gestar en los noventa cuando las privatizaciones, la desregulación laboral y económica parecían el único horizonte posible. ¿Cómo habrán sido mirados los compañeros y compañeras que insistían en proyectar el convenio colectivo cuando la moneda común era hablar de flexibilización laboral, de privatizaciones y de fin de la historia?
Hoy, el libre mercado reaparece, con sus viejas recetas de fondo monetario, pauperización y trabajadores desprotegidos. Esta nueva vuelta del liberalismo está marcada por un relato patronal: ser tu propio jefe es el sueño americano, mostrar un día productivo una forma de entretenimiento extendida y tener una empresa una gesta filantrópica. La operación discursiva de convertir un trabajo con derechos en un privilegio, despojándolo de su carácter de conquista, es posible en una sociedad sin memoria. Por eso los máximos exponentes del liberalismo recurren a la ciencia ficción para justificar sus medidas: superhéroes que recortan derechos, máquinas que reemplazan a humanos y escenarios bélicos con ganadores predestinados.
Frente a este relato patronal uno de los desafíos de este tiempo es articular las voces de lxs trabajadores, reconocernos como tales, en una de esas hasta imaginar un país desde ese lugar. No sería la primera vez, ahí están los programas históricos del movimiento obrero: la Falda, Huerta Grande.
Hoy, a un año de la histórica Marcha Nacional Universitaria, el salario docente está en su piso histórico: es como si hubiéramos dejado de cobrar 5 de los 12 salarios del año. Más aún, les trabajadores de las universidades tenemos la certeza de que el gobierno de Milei quiere hacer con la universidad argentina lo que hizo el menemato con la escuela pública: hacer que deje de ser el espacio por el que todos transitamos. Romper lo común. La universidad está en una encrucijada: aceptar ese destino neoliberal o aprovechar ese lugar de última trinchera de lo común para enunciar un proyecto de país.