La segunda ola de COVID–19 avanza sin piedad sobre territorio argentino, y donde más lo sienten es en el frente de este campo de batalla sanitario. Más allá de los números oficiales de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires, lo cierto es que buena parte de las Unidades de Terapia Intensiva (UTI) ya están saturadas, al borde del colapso, con ocupaciones de camas que en varios casos superan el 90 por ciento.
De acuerdo al reporte del viernes del Ministerio de Salud bonaerense, sobre un total de 12.068 camas del sistema público de salud, hay 7.023 ocupadas: 995 por pacientes de coronavirus. Berisso y Hurlingham figuran con 100% de ocupación, les sigue Vicente López con 87% y Tigre con 82 por ciento. Para Rosa Reina, presidenta de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI), “el incremento de los casos es muy rápido e hizo que saturaran la mayoría de las terapias intensivas en el AMBA, públicas y privadas, muchas ya están al 80%, y varias al 100 por ciento”. De acuerdo a los primeros relevamientos, la vacunación empieza a incidir en el personal de salud, que tuvo un descenso del 5% del total de contagios al 0,5%, y en adultos mayores de 80, que registra la mitad de positivos que en el pico de octubre. Según Reina, este año la edad bajó: “Ahora llegan más jóvenes, entre 55 y 60 años promedio, con comorbilidades y en peor estado: el 70% requiere un respirador. Eso muestra la gravedad de la situación”.
El avance de la vacunación en adultos mayores no significa que no se estén contagiando. Ayer, la titular del PAMI, Luana Volnovich, graficó un escenario dramático: «Me acaba de llamar mi secretario médico para informarme que no hay camas de terapia Covid para afiliados de PAMI en CABA y estamos cerca del 100% en AMBA», alertó a través de sus redes. Y acotó: «Estamos en un momento crítico, recibiendo 16 mil llamados a emergencias por día, cuando habitualmente son entre 5 mil y 6 mil. Es imprescindible tomar medidas rápidas porque el crecimiento de casos es muy alto».
En las terapias (donde trabajan médicos, enfermeros, kinesiólogos y cirujanos) esperan más consecuencias en diez días, cuando se agraven casos que hoy se detectan o los jóvenes empiecen a contagiar a más adultos. Con que un 5% de los positivos registrados necesite internación, serían 1100 por día. Algunos sugieren que aquellas áreas que verán limitado su accionar, como otorrinos, endocrinólogos o cirujanos plásticos, sean capacitadas y puedan sumarse a los equipos. Una diferencia respecto a la primera ola es la presencia de otras patologías, la mayoría aplazadas en 2020. En el Hospital Mariano y Luciano de la Vega, de Moreno, “la ocupación llega al 80%, sobre todo por otras patologías”, comenta Adriana Montana, trabajadora del centro de salud que por ahora deriva pacientes al Hospital Modular 5, uno de los 12 construidos el año pasado. Lo que no cambió de un año a otro es el recurso humano. Así lo explica Reina: “El personal de salud es el mismo, necesita cuatro años para formarse. No se ha mejorado la situación laboral y se sigue trabajando en al menos dos lugares. El personal está muy estresado, agotado, porque tampoco bajamos mucho los casos en el verano”.
En el Hospital de Agudos Pedro Fiorito, de Avellaneda, hay 14 camas de terapia intensiva. “Las 14 están ocupadas –asegura el médico Aníbal Aristizábal–, solo dos por patología ordinaria. El quiebre por COVID fue hace 15 días y creció de una forma exponencial el último lunes”. Hay otro problema de la segunda ola. La primera sucedió con los niños dentro de sus casas. Hoy conviven con otros en plazas, escuelas, colonias, clubes. “El año pasado se utilizaron terapias intensivas pediátricas para atender adultos, porque no hubo patologías agudas respiratorias de invierno, como bronquiolitis –relata Reina–, pero este año es muy probable que haya. Hay unas 400 camas pediátricas en todo el país que no se podrán utilizar en adultos”.
La región de La Plata es la más castigada por la segunda ola en la Provincia: Berisso, La Plata y Ensenada son los tres municipios bonaerenses con peores registros en cantidad y velocidad de contagios. Esta semana, Roberto Martínez, director general del Hospital Italiano de La Plata, confirmó que no tiene más camas disponibles para pacientes con Covid. Pablo Maciel, del Hospital San Martín, habla de “una situación crítica, con un 95% de ocupación de camas, eso encendió todas las alarmas por la velocidad de progresión de esta nueva ola. Se está trabajando arduamente en estas horas en todos los Comité de Crisis de los hospitales para articular la gestión de camas, y preparándonos por si colapsa el sistema y necesitamos echar mano al sistema de derivación para poder trasladar pacientes”.
En CABA, la realidad no cambia, más bien se profundiza. El distrito más rico del país, donde el Jefe de Gobierno dice acatar, pero no compartir las medidas de restricción; registró en los últimos siete días unos 500 casos cada cien mil habitantes. Es el peor índice del país. Le sigue Provincia con 320 cada cien mil. El gobierno porteño habla de poco más de 200 camas públicas UTI ocupadas (el 45% del total). Sin embargo, hospitales como el Muñiz informan un 100% de ocupación.
De una semana a otra, CABA tuvo un 26% de aumento de internados, y ya postergan cirugías programadas. Tanto en Ciudad como en Provincia avanzan en recuperar camas de emergencia que habían desarmado a fin de año, como el Clínicas, que de 82 pasó a 50 camas tras el pico, aunque hay un déficit de intensivistas. Son menos que el año pasado. En el Durand hay días en los que se ven hasta seis cuadras de cola de gente para hisoparse. El contexto es agobiante. Un enfermero de la Unidad de Cuidados Críticos del área de Covid revela a Tiempo que “la unidad está completa, la situación es crítica, está todo colapsado”. El promedio de cada paciente es de unos 10 días de internación. La mayoría arriba cuando ya tiene necesidad de oxigenación. Primero se prueba con máscara de reservorio de alto flujo, “para ver si compensa esa mala oxigenación, colocando al paciente mirando para abajo”. Si no mejora, se lo ventila: “Después hay que rogar a Dios que pueda salir, porque es todo incierto, hasta el día de hoy no hay tratamiento”. Y agrega: “El enfermero está muy cansado, viene de dos o tres trabajos, a veces somos 4 para atender a 16, y tenemos que priorizar a quién atender”.
En el Ramos Mejía, de 19 camas, 12 están ocupadas sólo con Covid. Apenas 4 libres. “Nunca se vieron las colas que están habiendo en las UFU –alerta Claudio Gómez, trabajador del centro de salud de Balvanera–. Apenas empieza la segunda ola ya tenemos casi saturadas las terapias de internación, eso no se vio el año pasado, realmente está complicado”. »
“Cuando no haya más camas van a entender de qué estamos hablando”
Daniela Carboni lleva un cuarto de siglo trabajando en la terapia intensiva del Hospital Tornú, en el barrio porteño de Villa Ortúzar. Médica cardióloga, atravesó la primera ola de la pandemia, luego un verano que no implicó ningún descanso para el personal sanitario, y ahora una nueva suba de contagios que, para ella, implica una “tercera ola”. Mientras hablaba, en su terapia quedaba solo una cama libre para casos de Covid, desocupada tras la muerte de un paciente. En cuestión de horas volvió a ocuparse.
“Hace un año era todo desconocido, nos informábamos mucho por la experiencia europea”, repasa en diálogo con Tiempo. Y remarca el hito de que en la terapia del Tornú el personal logró esquivar los contagios hasta enero de este año.
“Los cuidados fueron excelentes –dice, resaltando la tarea del jefe del área, Marcelino Linares–. El trabajo bajó en la última semana de noviembre. Pensábamos que íbamos a tener el descanso del verano, pero no. Ahora vendría para mí la tercera ola, y mirando los países limítrofes, uno sabe lo que nos espera”. “Hay mucho enojo por quienes no se cuidan y luego son pacientes que sobrecargan el trabajo. Es una pandemia mundial, no es un capricho de nadie. Cuando no haya camas, entenderán de qué se está hablando”.
Y remarca que “el virus se comporta de forma muy aleatoria: alguien que no tiene factores de riesgo puede ser mortal”. En terapia, el trabajo en equipo es clave. Daniela deja postales, como el esfuerzo de pronar pacientes –colocarlos boca abajo para que ventilen mejor– entre cinco o seis profesionales de la salud. Las visitas de familiares a través del vidrio, sin poder ni hablar. O los contactos por videollamada cuando ni siquiera esas visitas eran posibles. “El trabajo es totalmente distinto a insuficiencias respiratorias de otras patologías; los equipos de protección, una exposición a altísimo riesgo, con sueldos miserables. También hay pacientes no Covid con un grado de angustia importante, que después de cuidarse mucho tiempo se encuentran graves junto a pacientes con Covid, y tampoco los pueden visitar.”
«Llega gente con otras patologías, distribuirlos es un desafío»
Hablando con colegas, ves que la ocupación de las unidades es del 90%”, cuenta Alejandro Risso Vázquez, miembro de la Asociación de Médicos de la Actividad Privada (AMAP) e intensivista desde hace 14 años en clínicas privadas porteñas. En ese ámbito, dice, el porcentaje es mayor: “En los sanatorios alrededor del Clínicas, las unidades están colapsadas. En nuestro caso es del 95%. Esto obviamente impacta en el resto de las patologías, que no están llegando a las unidades de cuidados críticos”.
Cuenta que la primera ola la vivieron de la misma manera, “pero se mantuvo en el tiempo como una meseta alta desde abril de 2020”. Hoy, cambió la edad de los pacientes que ingresan: “En promedio, lo que estamos observando ahora son más jóvenes, que consultan con más días de síntomas. Las comorbilidades que aun presentan los pacientes más críticos siguen siendo obesidad, hipertensión arterial y diabetes”. A diferencia de lo que vivió parte de la población en el verano, en terapia intensiva nunca pararon desde que se inició la pandemia. Van más de 12 meses de trabajo y atenciones continuas, en el frente de batalla contra un virus aún desconocido, que toma nuevas formas y velocidades de contagio.
“La segunda ola nos encuentra cansados y saturados”, se lamenta Alejandro. Hoy enfrentan el desafío de complementar, alternar o directamente hacer malabares para que convivan los internados de otras patologías con los de Covid, algo que no ocurrió hace un año, en cuarentena. “Ya se ven pacientes ingresando con neumonías bacterianas u otras patologías respiratorias. Y hace dos semanas que la distribución de las camas es un verdadero desafío para médicos, enfermeras, personal de limpieza, técnicos y los administrativos que las asignan”