Se repite por estas horas -y lo repiten sobre todo los jugadores argentinos- que no es normal llegar a tantas finales. La Argentina convirtió en ordinario lo que suele ser excepcional: este domingo, contra Colombia, va a jugar su tercera final en tres años. Es la cuarta, en realidad, porque hay que agregar la que le ganó a Italia en Wembley, la Finalissima, a la que accedió después de haberse quedado con la Copa América 2021 y que sirvió como prólogo al campeonato del mundo que consiguió en Qatar. A un partido de quedarse con otro título, pero mucho más allá de eso, la selección establece la política más estable del país. 

Hace tres años, en el Maracaná, la Argentina terminó con 28 años de frustraciones. Fue una selección campeona en tiempos de coronavirus. La Copa América de 2021 se jugó en estadios vacíos. El equipo vivió en su burbuja, entre protocolos sanitarios y testeos. No había banderazos ni canciones en las tribunas. Con el gol de Ángel Di María, el festejo en las calles decretó el final simbólico de la pandemia. El pueblo futbolero, aún de forma fallida, con un velorio que no fue, había tirado abajo el aislamiento social para despedir a Diego Maradona golpeado por la tristeza. Pero la noche del domingo 10 julio de 2021 volvió a salir para celebrar su felicidad. La selección fue el rescate de un duelo colectivo. También un desahogo.

Desde entonces, ver jugar a Lionel Messi y al equipo se transformó en un refugio, un paréntesis de la angustia que viven millones. Fue la felicidad que, como dijo Marcelo Bielsa en estos días, las mayorías populares no pueden comprar. Aunque sea por televisión, o gracias a un link de Fútbol Libre, cada partido de la selección fue un viaje, un feriado, unas pequeñas vacaciones, la hora y media en la que te olvidás que hay que pagar cuentas y que el sueldo no alcanza. La selección argentina como sostén emocional. Que no cambia nada en el fondo, pero te lo cambia todo por un rato.

Qatar 2022 fue en nuestro verano, con el calor que permitió copar las calles en cuero, sueltos, tomando cerveza con amigos, un estado de liberación. El Woodstock argentino, como llama Andrés Burgo en su bellísimo libro Nuestro Mundial a la movilización del 20 de diciembre, fue una fiesta con entrada gratis, la última que tuvo un país al que ahora le dicen que todo se tiene que pagar, que todo tiene precio.

Esta Copa América llegó en un julio de ajuste y frío récord. La selección nos vuelve a encontrar. No se trata sólo de los resultados: la emoción colectiva también se enciende con el juego que expone el equipo. El vínculo excede a Messi: se extiende a las manos heroicas de Dibu Martínez, su baile y su emocionalidad, a la impermeabilidad defensiva de Cuti Romero y Licha Martínez, al oxígeno permanente de Rodrigo de Paul, al ataque incansable y alegre de Julián Álvarez, a los goles de Lautaro Martínez, y al corazón de Di María contorneado con sus dedos en los gritos de gol. Es el fútbol de todos ellos. 

Di María, que este domingo promete jugar su última función con la Argentina, fue uno de los jugadores que sintió la liberación de la Copa América 2021. El que se perdió por una lesión la final de Brasil 2014, y padeció las derrotas con Chile en 2015 y 2016. Como las padeció Messi, que llegó a fantasear con dejar la selección. Pareciera que aquellas finales toman ahora, después de los últimos triunfos, otra dimensión. Se las comenzó a valorar, ingresaron en el panteón de las estadísticas sobre el dominio de la selección, las que muestran cuántas finales se jugaron en los últimos diez años. Y así como no es normal jugar tantas, como se repite por estas horas, tampoco es fácil ganarlas. 

La Argentina enfrentará una final más, la segunda consecutiva en la Copa América. Será contra una Colombia que mostró un fútbol de gran nivel, el mejor del torneo, con James Rodríguez en modo espléndido. Quizá el aprendizaje que el paso de los años impuso sobre las finales perdidas pueda entregar algo de luz: saber que más allá de lo que ocurra, estos jugadores forman una selección de época, la que nos va a hacer recordar este tiempo, la que siempre nos hace esperar que llegue el próximo partido.