«Va a haber sorpresas contra el intervencionismo, no nos vamos a quedar callados frente al traidorcillo de Almagro, no nos vamos a quedar con los brazos cruzados», disparó en su habitual tono el presidente Nicolás Maduro. «Vamos a roncar y roncaremos duro; Venezuela es cuna de libertadores y nadie la amenaza, menos esta basura», agregó el mandatario, y completó: «Responderemos en todos los planos, diplomáticos, políticos, más porque nos asiste la razón, la moral, la causa histórica y la lealtad a un proyecto».
¿Cuál fue la causa de semejante reacción y de tales epítetos? Horas antes, el secretario general de la Organización de Estados Americanos, el uruguayo Luis Almagro, había hecho una presentación en la que pedía que se apliquen a Venezuela los mecanismos previstos en la Carta Democrática Interamericana para cuando en un Estado miembro haya «una alteración del orden constitucional que afecte gravemente su orden democrático».
En el documento, Almagro propuso que Venezuela sea suspendido como miembro de la OEA si en el término de 30 días no celebra elecciones generales «libres, justas y transparentes», y con la presencia de observadores extranjeros.
La primera en salir a responder a la franca injerencia, que obviamente fue aplaudida por la Asamblea Nacional, en manos de la oposición, fue la canciller, Delcy Rodríguez, quien dijo que Almagro «dirige los factores fascistas, extremistas, antidemocráticos y peligrosos de la derecha hemisférica» contra Venezuela.
La jefa de la diplomacia venezolana dijo que el excanciller uruguayo es «un oscuro personaje, un malhechor, un enano de la moral y de la ética» que con sus «fechorías» pretende «promover y alertar a los sectores violentos de oposición para el derrocamiento del presidente Nicolás Maduro».
El canciller de Perú, Ricardo Luna, opinó que es poco probable que la idea de Almagro tenga éxito, porque «si uno saca los números no hay mayoría» favorable dentro del Consejo Permanente de la OEA «y la votación es por consenso». «