Un escándalo recorre el Vaticano durante la Edad Media: el Papa es una mujer. Hacia el año 850, Juana se viste de hombre para acompañar a su amante a estudiar en un ambiente exclusivamente masculino. Ella también quiere aprender, pero para eso necesita disfrazarse, aparentar. Y triunfa: la reconocen en el ambiente, la admiran, le franquean el acceso a la jerarquía de la curia y, finalmente, la elijen Papa. Más de dos años después, se devela el artificio y el escándalo interrumpe su pontificado: Juana, que no ha renunciado a la sexualidad, está embarazada, y muere durante el parto en una procesión que tiene lugar entre San Pedro del Vaticano y San Juan de Letrán.
A finales del siglo XIII aparecen las primeras crónicas, manuscritos y discursos que van dando paso a las distintas versiones de la historia de Juana. En la mayoría de estos relatos, Juana sólo existe en tanto ese único acontecimiento, ya que no tiene nombre ni historia propia; hay un recorte breve, episódico de su vida, a los fines de narrar el escándalo. ¿Dónde nació?, ¿cómo fue educada?, ¿de dónde proviene su atracción por el conocimiento? No hay respuestas para estas preguntas. Por el contrario, el interés está puesto en brindar un panorama del ascenso clásico eclesiástico: la historia de Juana es la historia de un sujeto que destaca por su honradez y a partir de eso es reconocido por sus congéneres, justificando así su ascensión como máximo exponente de la Iglesia. En la misma línea, la deshonra hace que mancillen su recuerdo y, en algunas versiones, torturen su cuerpo. En estos relatos, la institución permanece pura frente a la contaminación que inocula el escándalo.
La historia de Juana no sólo habría alimentado creencias y rumores sino también prácticas; el famoso Palpati romano sería el encargado de comprobar en lo sucesivo la masculinidad del futuro pontífice en la ceremonia de coronación para que no se infiltrara ninguna otra Juana en las cúpulas de la Iglesia. Además, las procesiones pontificias abandonarán el camino directo desde el Vaticano hasta Letrán, para evitar pasar por el lugar donde Juana dio a luz a su hijo, el episodio de la deshonra pública. Por último, la presencia de una estatua en ese mismo lugar se encargaría de perpetuar la memoria de la existencia de la papisa.
Aunque durante siglos nadie se atrevió a cuestionar la veracidad del episodio, con el tiempo se ha instalado una discusión entre quienes aseguran su existencia y quienes la niegan. A partir del siglo XIX, la gran mayoría de los investigadores coinciden en afirmar que el relato sobre la papisa es una leyenda: Juana nunca existió. Es que su papado no encaja en intervalo alguno en la historia papal; según las fechas mencionadas en las narrativas, los años en los que se ubica la existencia de Juana tienen que ver con el papado de Benedicto III o de Juan VIII, por lo que no queda espacio para el pontificado de una papisa en el historial del vaticano. Plot twist: Juana es una fantasía eclesiástica acerca de una mujer inteligente y poderosa que triunfa y luego es castigada.
En esa fantasía, en el rumor, la leyenda y, fundamentalmente, en la literatura, se forja cierta entidad fantasmagórica de la papisa, que aun siendo un invento revela algo de la verdad de la historia occidental. Tal vez, después de todo, lo menos importante sea la realidad de su existencia. Su historia nos revela el poder de lo ficcional, como terreno de peligro y conquista.