Julián Marcel busca fotos de la construcción de los estadios del Mundial Argentina 1978 cuando se produce el hallazgo. Entre los miles de sobres que pueblan su lugar de trabajo, el archivo de la revista El Gráfico –publicada en papel de 1919 a 2018–, Julián encuentra un afiche suelto, del que hasta ahora no se tenía noticias. De tan grande no entra en la mesa donde quiere desplegarlo, así que decide hacerlo sobre el piso. Julián no da crédito a lo que ve: un grupo de futbolistas –dibujados– se abraza en el centro, con una bandera arcoíris de fondo que cubre los 110 centímetros de alto y los 75 de ancho del póster. Sobre las cabezas de los jugadores, una frase: “Argentina 78. Una excusa para unir a los hombres”. Julián se sube a una silla y toma una fotografía del afiche, la comparte en sus redes y las reacciones se multiplican. Los comentarios reflejan su mismo asombro. En tiempos de posverdad prolifera la sospecha: “Es fake” será una respuesta reiterada. El afiche no salió junto a la revista El Gráfico en 1978 pero, misteriosamente, más de 45 años después, apareció dentro de uno de los sobres del archivo.

Uno de los suspicaces es Alejandro Modarelli, coautor junto a Flavio Rapisardi del libro Fiestas, baños y exilios. Los gays porteños en la última dictadura (Sudamericana, 2001). “Parece falso”, será la primera contestación que dará Modarelli a este cronista al ver la foto del afiche. Con el correr del intercambio de mensajes, su incredulidad mutará en sorpresa y en curiosidad. Modarelli terminanba la secundaria cuando se jugó Argentina 1978, durante la dictadura de Videla. Conoció los efectos de los célebres incisos 2 H y 2 F que penaban los supuestos escándalos en la vía pública y sirvieron como excusa legal para mandar al calabozo a homosexuales, travestis y un abanico de licenciosos que perturbaban a los ya por entonces argentinos de bien.

Desde la dictadura de Juan Carlos Onganía –1966 a 1970–, la División Moralidad de la Policía Federal se encargaba de espantar a los homosexuales de las calles. Antes y durante la Copa del Mundo, la persecución se acentuó y aquello que sucedía a plena luz del día pasó a la clandestinidad. “Se desató una represión terrible contra los homosexuales. Empezaba a prepararse el Mundial y nosotros éramos como una red de linyeras que había que esconder, o un grupo de subversivos”, cuenta “La Turca” en uno de los testimonios que recogen Modarelli y Rapisardi.

Los levantes callejeros, el yire y la cartografía del deseo prohibido se trasladó a los baños de las estaciones de tren. Las famosas “teteras” (derivación del toilet room británico, transformado en t-room, y de allí “tetera”) se convirtieron en el mapa lúbrico del levante y la transa comercial en Buenos Aires. Así lo deja en claro “la Turca” cuando evoca la efervescencia por la victoria de la Selección el 25 de junio de 1978 contra Holanda: “Venían hordas de varones con banderas y camisetas. Se llenó el baño y un grupo de locas nos quedamos un rato a ver si de tanta algarabía se ligaba algo. De pronto las luces se apagaron; quedamos casi a oscuras. Era un sueño. Uno gritó: ‘¡A ver el macho que me la chupa!’. Los disfrazados de machos aparecimos enseguida. Las mariquitas armamos en la tetera la contrafiesta del Mundial”.

Lo que «la Turca» desconocía es que el mismo día de la primera estrella de la Selección, a diez mil kilómetros de Buenos Aires, se izó la bandera LGBT+ por primera vez. El activista Harvey Milk le había encargado al diseñador y activista Gilbert Baker la creación de un símbolo de orgullo de la comunidad homosexual para la Marcha del Día de la Libertad Gay de 1978, en San Francisco. La intención era dejar atrás el emblema que se usaba hasta entonces, el triángulo rosa, que remitía a la opresión sufrida por homosexuales en los campos de exterminio nazis.

Baker, influenciado por los movimientos hippies y pacifistas, eligió un arcoíris. Originalmente, contaba con ocho franjas y cada color tenía un significado: rosa (sexo), rojo (vida), naranja (curación), amarillo (luz solar), verde (naturaleza), turquesa (arte), índigo (serenidad) y violeta (espíritu). La producción en serie de la bandera, a partir del asesinato de Harvey Milk en noviembre de 1978, obligó a Baker a eliminar dos franjas (rosa y turquesa) por la dificultad para conseguir telas de esos colores; así devino la actual versión de seis franjas.

El emblema arcoíris llegó apenas unas semanas después a Argentina. “Hágale publicidad al país” fue la consigna del concurso que Véritas, una revista que circulaba en ámbitos publicitarios, lanzó para agencias del rubro. La intención era buscar el mejor afiche relacionado con el Mundial. La agencia Casares, Grey & Asociados presentó el ganador. Los realizadores fueron Rubén Maril (director creativo), Juan Carlos López (director de arte) y Horacio Berretta (redactor). “Es un dibujo de síntesis que no apela a elementos identificatorios”, dirá López, todavía en dictadura. “Permite imaginar banderas de todos los países, en un símil de arco iris. Los jugadores aparecen abrazados y no tienen camisetas”, completará.

El afiche fue publicado en el número 679 de la revista Gente, el 27 de julio de 1978. El tamaño y la gama de colores parecen haber sucumbido a la lógica militar: la imagen del póster salió en la página 50, en una brevísima columna, con la imagen reducida a 5,4 x 3,6 centímetros, en blanco y negro. No obstante, es posible imaginar a Hugo Casares, responsable de la agencia ganadora del concurso y prócer de la publicidad argentina, fallecido en 2009, experimentando una satisfacción similar a la que sintió “la Turca” en pleno festejo mundialista. Cada uno, a su manera, encontró la forma de burlar la censura y la represión dictatorial por la vía menos pensada: el Mundial de fútbol. «