A esta hora, en algún lugar, o dentro de un rato en otro, es posible que un entrenador de fútbol sea despedido de su puesto. También es posible que otro entrenador, quizá despedido hace poco, esté negociando su llegada a un nuevo club. Los comandantes de nuestro humor, autores intelectuales del goce y la desdicha, viven parados sobre una cinta mecánica con el efecto Moebius, tiene un solo lado, un solo borde, se van pero siempre están llegando. Si metemos el freno para tener la foto, en diecisiete fechas se fueron trece entrenadores. Cifra maldita sobre cifra maldita. Dos de ellos ya están otra vez en competencia, nuevos proyectos requirieron sus servicios.
Sergio Rondina dejó Arsenal después de tres años y medio, con un ascenso en ese recorrido, pero unas semanas más tarde lo contrató Central Córdoba. No será el único entrenador con dos equipos en este mismo torneo -tampoco es el primero- porque Fernando Gago dejó Aldosivi, su primera experiencia como técnico, y acaba de ponerse la ropa de Racing. Hubo una especie de sentido común se instaló sobre Gago en un sector de los hinchas de Racing: la poca experiencia, los trece partidos perdidos sobre veintiseis, esa cuenta injusta que no siempre refleja el trabajo realizado.
¿Qué ofrece un entrenador? Además de un método, una idea, un equipo de trabajo, conocimiento sobre el terreno, su formación, lo que ofrece es esperanza. Un futuro. No hay pasado que valga porque el fútbol no entrega garantías. No se contrata con Wikipedia abierta en alguna de las pestañas del navegador. El currículum de un técnico está hecho de (grandes) victorias y (grandes) derrotas, aunque siempre haya excepciones, más de un lado que del otro; aunque algunos se hagan fama y algunos le hagan mala fama. Qué habría sido de River si la evaluación sobre Marcelo Gallardo -además de su historia en el club- se hubiera quedado en que sólo tenía un año -con un título- como técnico de Nacional de Montevideo. Y sin embargo, ahí está, lleva siete años y todavía escribe la historia. No fue casualidad, pero el fútbol siempre puede arruinar los mejores planes. Y hay ocasiones en las que las apuestas sin pasado salen demasiado bien. El ejemplo más extremo es Lionel Scaloni.
El entrenador convive con el despido. Después de analizar cinco temporadas, en 2015 el canal DeporTV concluyó que en la Argentina los técnicos duran, en promedio, 45 partidos en un mismo equipo. En 2019, el observatorio del fútbol CIES determinó que en el mundo el promedio es una duración de 40,6 partidos, aunque en el fútbol sudamericano, tomando las diez ligas, cae a 29.1. En la cadena de producción del fútbol, el entrenador es el más vulnerable. Trabaja sin tiempo, con la sombra del resultado, al que tiene que encontrar lo más rápido posible, y dependiendo de la capacidad ajena, de un grupo de hombres -los futbolistas- que no siempre tienen la posibilidad de elegir. A veces es lo que hay. Y aunque tienen un gremio, la Asociación de Técnicos del Fútbol Argentina, ATFA, sus despidos se tramitan en soledad, nunca con acciones colectivas.
El oficio más apasionante puede ser también el peor del mundo, el que más pedidos de renuncias acumula, el que más señalamientos recibe. Todos tienen algo para decir. No es una cuestión argentina. “A los entrenadores nos tratan como lo peor de lo peor”, se quejó esta semana Pep Guardiola, desde la cima de ese oficio, después de que el entrenador Steve Bruce fuera despedido del Tottenham por la nueva patronal, la familia real de Arabia Saudita. «Cuando llegué -le contó Bruce a The Telegraph- pensaba que podía con todo, pero fue muy duro. Nunca me quisieron, siempre sentí que la gente quería que fracasase y tuve que leer que era un inútil, un estúpido y un inepto cabeza de repollo. Y todo eso desde el día que llegué».
En esa vía crucis gobernado por el resultado, el inmediato, también hay un juego de lobby, marketing periodístico y empresarios que influyen, lo único que explica que algunos entrenadores circulen en esa cinta de Moebius una y otra vez. Son nombres que esos empresarios entregan a los dirigentes, que tantas veces buscan estilos dispares sin que se entienda con qué criterio avanzan. Así irán del técnico joven al de experiencia, del pragmático al ofensivo, del metodista al motivador, de lo nuevo al de las viejas satisfacciones. Buscan al salvador, pero ya se sabe que no hay técnicos salvadores. Como también se sabe que es el contexto lo que determinará el éxito -¡qué palabra relativa!- del final. No importa, si no ocurre los técnicos serán los culpables. Y mañana buscaremos otro.