Al inicio de año. Luiz Inácio Lula Da Silva acaba de cumplir una década como Presidente de la República Federativa de Brasil. Estuvo ocho años entre 2003-2009 y suma dos años más entre 2023 2024, alcanzando más de dos mil días conduciendo los destinos de su país, superado solo por Getulio Vargas. Sin duda, Lula se convirtió en un capítulo insoslayable de la historia brasileña.
En especial porque en los últimos dos años de gobierno revirtió la desidia de la gestión de Jair Bolsonaro, restableciendo la dinámica de respeto institucional, en especial luego del intento de golpe de estado perpetrado el 8 de enero de 2023, que procuró evitar su asunción y propiciar la continuidad del ultraderechista.
De hecho, si bien el bolsonarismo tuvo una buena performance electoral en 2024, las aspiraciones de volver a la presidencia de Jair Bolsonaro por el momento quedan bloqueadas ante el avance judicial que investiga esa intentona golpista, dónde se lo coloca como líder de la misma. Incluso ante el entramado del plan, que se proponía asesinar a Lula, a su vicepresidente Geraldo Alckmin y al Juez Alexandre de Morales, debilitó una tentativa por parte del bolsonarismo de lograr una amnistía en el Congreso. Es más, Lula realizará el próximo 8 de enero un acto con los mandos castrenses contra el golpe.
Al ser remota la posibilidad de postulación de Bolsonaro, los resultados del tercer gobierno de Lula alientan a buscar una reelección en 2026. En esta nueva gestión, se logró una baja considerable de los niveles de pobreza e indigencia, junto a una caída histórica del nivel de desempleo, impulsados por el crecimiento del PBI de niveles considerables. Además, Lula suma instrumentos presupuestarios para generar una nueva fase de desarrollo al lograr una reforma tributaria luego de 60 años, sumado a un paquete financiero orientado a regular los gastos estatales para 2025.
No obstante, Lula sigue construyendo el presente brasileño con varios escollos a superar. En primer lugar su salud. Más allá que su última tomografía computada le dió resultados positivos, tras sus intervenciones quirúrgicas por una hemorragia cerebral que tuvo por un accidente doméstico, es una variable de especulación política que ronda en los análisis politológicos.
Por otra parte, si bien los resultados económicos son optimistas, el establishment financiero está presionando para revertir los lineamientos inclusivos del gobierno de Lula. Esta situación llevó a una devaluación del real durante el mes pasado y la caída del mercado bursátil provocada por el accionar especulativo del mismo.
Sumado a eso, el escenario regional se complica a partir de la asunción de Donald Trump en Estados Unidos el próximo 20 de enero, que profundizaría la distancia con la potencia y además con el presidente argentino Javier Milei, quien intensificará la relación carnal con el magnate ahora presidente, en especial ahora que Trump sumó a su amor platónico al gabinete, el espeluznante empresario Elon Musk.
Así, el seguidismo de Javier Milei podría acentuar la ruptura del MERCOSUR en momentos en que es presidido por el argentino. Más allá de los gestos de colaboración por parte de Lula, con al abastecimiento de GNC o la custodia de la Embajada Argentina en Venezuela, Milei sigue con su hostilidad y no se disculpó por los insultos dados a Lula, lo llamó comunista corrupto, y realiza cierto injerencismo en la política brasileña al apañar a los bolsonaristas golpistas.
Es más, en la reunión del G20 Milei boicoteó en forma vehemente la firma del Acuerdo contra el Hambre que promueve Lula y el argentino pidió sacarlo de la Agenda 2030 con una vetusta consideración de socialista. A pesar del accionar retrógrado del presidente argentino, Lula logró un posicionamiento internacional en la cumbre de Río del G20, al conseguir casi 150 adhesiones y la firma de más de 80 países, incluida la de Argentina, donde Milei debió hacer mutis por el foro ante semejante consenso global. Incluso, Argentina también queda al pie de Brasil frente a las negociaciones del MERCOSUR con la Unión Europea, dónde la diplomacia brasileña es artífice del diseño institucional del acuerdo que podría derivar en un mercado de 700 millones de personas.
Si bien la lógica aislacionista de Trump podría dejar a Javier Milei jugando solo en el tablero internacional, al igual que lo hizo con Jair Bolsonaro durante las presidencias paralelas, el próximo presidente norteamericano no ve con agrado el papel de Brasil en la rearticulación que Lula propicia de los BRICS, que junto a China, Rusia, India y Sudáfrica buscan un contrapeso al esquema imperialista de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, por lo que podría generar presiones en el plano geopolítico.
Además, las tensiones de Brasil no son solo con gobiernos de derecha, también ha presentado conflictos con Daniel Ortega de Nicaragua y Nicolás Maduro de Venezuela, a quienes Lula está cuestionando la institucionalidad de los procesos electorales en esos países.
Si bien, los gobiernos de Gabriel Boric en Chile; Claudia Sheinbaun en México y el próximo en Uruguay, Yamandú Orsi, podrían ser un esquema articulador en la región, está lejos de reconstituir armados como la UNASUR o la CELAC, pero son una base de alianza regional necesaria para el continente, dónde Lula también apuesta a consolidarla y por lo que considera necesario seguir en la presidencia de Brasil.