El escultor Alejandro Marmo, autor de la obra que el presidente Mauricio Macri le regaló al papa Francisco expresó que con su trabajo quiso ser un punto de encuentro entre ambos líderes y de esa manera colaborar en la unión del mandatario y el pontífice argentino. Para el regalo, yo propuse un tema de la agenda del papa Francisco, como es el diálogo interreligioso. Quise colaborar en la unión del Papa y el Presidente, que la obra sea un punto de encuentro entre ellos, sostuvo Marmo en diálogo con Télam desde su taller ubicado en la ciudad bonaerense de Pilar.
La elección de Marmo para que realizara el obsequio que Macri llevó al Vaticano no fue casual y formó parte del cuidadoso entramado que el gobierno tejió para asegurarse el éxito del segundo encuentro con el pontífice: es que se trata del escultor preferido del Papa, amigo personal de Jorge Bergoglio, desde sus tiempos como arzobispo de Buenos Aires. La obra es una pieza de un poco menos de un metro de alto, confeccionada -como toda la obra del artista argentino de 46 años- con materiales de descarte ferroviario y metales, y representa la unión de las tres grandes religiones, con una cruz que, montada sobre una base que simboliza una estrella de David, tiene también dos medialunas, símbolo del islam.
Recibí un llamado hace 3 meses de la secretaría de Culto para realizar la obra y me dieron absoluta libertad para crear, según reveló el escultor, quien contó que en el encuentro con Macri hablaron del concepto de echarle luz a lo irrecuperable, darle un sentido distinto a lo que se descarta, y la obra pretende ser una síntesis de la fe, de un Jesús abstracto que atraviesa la simbología de las distintas religiones. En Buenos Aires, las obras más reconocidas de Marmo son las dos figuras de Evita emplazadas en las fachadas norte y sur del ex edificio de Obras Públicas, donde funciona el Ministerio de Salud y de Desarrollo Social, ubicado en la avenida 9 de Julio y Belgrano.
La ex presidenta Cristina Kirchner también le encargó a Marmo las figuras del cura villero Carlos Mugica, asesinado por la Triple A en 1974; y del dirigente Arturo Jauretche, ambas ubicadas a lo largo de la avenida 9 de Julio.