Como era previsible, la política económica del gobierno y su pedido de ayuda financiera al FMI recibieron un unánime respaldo de parte de los ministros de Relaciones Exteriores del G20, que se reunieron esta semana en Buenos Aires. En ese contexto, el presidente Mauricio Macri mantuvo diferentes reuniones con cancilleres extranjeros, en las que también hubo naturales acuerdos sobre la importancia de avanzar con el multilateralismo, combatir la corrupción, eliminar las armas químicas y promover acciones contra el cambio climático, entre otras cuestiones.
Uno de estos encuentros fue con el japonés Taro Kono, el primer canciller de ese país que visita oficialmente la Argentina en los últimos 24 años, en coincidencia con los 120 años de amistad entre ambos países. La reunión se prolongó durante veinte minutos y sirvió para que Macri agradeciera el apoyo de Japón ante el FMI, además de sus gestiones para que el país ingrese a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Pero hubo una propuesta que despertó especialmente el interés de Macri, según confió a Tiempo Toshihide Ando, el portavoz del canciller Kono. Se trata del programa Un pueblo, un producto (OVOP, por sus siglas en inglés), que se creó en Japón a finales de la década del 70, y que ya se aplica en más de setenta países.
Básicamente, el OVOP propone que una determinada población elija uno o más productos locales, para desarrollarlos a gran escala y competir en el mercado global, con el consecuente desarrollo de la economía regional. De más está decir que promueve la creación de fuentes de trabajo genuinas, un objetivo que adquiere especial relevancia en economías en crisis como la Argentina.
Su metodología se basa en tres principios fundamentales: actuar local, pensar global; el desarrollo de los recursos humanos y el impulso de la autonomía y creatividad.
Convertido en un verdadero movimiento global, ya se puso en marcha en países como China, Estados Unidos, Filipinas, Malasia, Tailandia, Australia, al tiempo que en América latina cuenta con antecedentes en Colombia, Perú, Brasil y Ecuador.
Los productos que cada población elige para impulsar su desarrollo económico pueden ser agropecuarios, pesqueros, culturales, turísticos o artesanales. Deben ser propios o únicos, producidos con recursos locales y accesibles a la comunidad. Y, claro, el proceso de elaboración debe ser ambientalmente responsable.