Javier Milei reconfirmó este año que en la cultura política argentina es central la autoridad presidencial. Puede haber un presidente improvisado, sin experiencia de gestión, sin formación intelectual y que, aun así, si es decidido, logre reconstruir la autoridad y genere la sensación de que hay gobierno. Alberto Fernández fue la contracara: un político con larga trayectoria excesivamente dubitativo a la hora de marcar un rumbo.
Otra cosa que emergió clara este 2024 es que la Argentina tiene instituciones mucho más sólidas que lo que afirma el sentido común creado por los medios. Gobiernos provinciales, intendencias, sindicatos a cargo de la salud, movimiento sociales y estudiantiles, fueron algunas de las instituciones que lograron –por ahora– salvar al país de la catástrofe que implica que esté gobernando un grupo de fanáticos que creen que es posible el capitalismo sin Estado y que detestan el país que les toca conducir.
El año que empieza será clave para definir si el proyecto de Milei se fortalece, lo que sería como darle más vapor al Titanic con el iceberg a la vista. O si, por el contrario, el voto popular marca una tendencia distinta.
Encuestadores cercanos al kirchnerismo sostienen que en la Provincia de Buenos Aires el peronismo sigue sólido. Axel Kicillof sacó el 44% de los votos el año pasado y los números que manejan estos consultores sostienen que ese respaldo se mantiene. De ser así, mostraría una madurez política de un electorado que entiende que sus padecimientos son producto de las políticas de Javier Milei y no de la gestión provincial. No sería la primera vez –al kirchnerismo le ocurrió en Córdoba– que el gobierno nacional quiere perjudicar a un mandatario provincial y termina con un efecto boomerang.
La política de Kicillof ha sido mostrar la agresión de Milei, que implicó recortes por cientos de millones de dólares, y al mismo tiempo hacer todo lo posible para cubrir esos baches. Es una mezcla de denuncia combinada con mostrar otro modelo de gestión del Estado. Si se confirma que el apoyo al gobernador sigue en los mismos niveles, querrá decir que esa estrategia funcionó.
El otro dato que arrojan los sondeos –cuya fuente se mantendrá en reserva en esta nota– es que la única figura del peronismo que logra hilvanar ese respaldo en territorio bonaerense para la elección legislativa es Cristina Fernández. Mide por encima del 35% de intención de voto, cuando todavía hay una buena dosis de indecisos. Es decir que con una proyección básica se acerca al 40 por ciento. El piso puede estar cerca del techo, pero es un piso muy alto.
La unidad del peronismo bonaerense, que depende de un acuerdo entre Kicillof, Cristina, Máximo Kirchner, Sergio Massa, y los intendentes alineados en cada lado, resulta clave para ponerle una luz amarilla al proyecto de demolición nacional que encarna Milei. ¿Por qué? Porque la situación no está para tirar manteca al techo. José Luis Espert mide cerca de 29 puntos y Diego Santilli alrededor de siete. El “colorado” Santilli viene casi suplicando que Milei le da una palmadita, como hace con sus mastines, y lo incorpore a sus filas. Un acuerdo entre el PRO y La Libertad Avanza deja a la derecha en la zona de los 35 puntos. Sería una elección muy pareja.
Analizar el resto del país es complejo. En cada provincia se jugarán alianzas diferentes. La piedra basal de la reconstrucción nacional del peronismo es mostrar que sigue ganando en el territorio más importante del país. Si se perdiera en Provincia, Milei tendría la cancha despejada para construir su hegemonía política y esas instituciones que lograron evitar la catástrofe este año ya no podrían volver a hacerlo.