“Tantas cosas ya se han ido/ al país del olvido / pero tú sigues siempre a mi lado / mi pequeño Larousse Ilustrado” decía María Elena Walsh en el Vals del diccionario recordando a aquél que fue parte de su infancia y de la de tantos otros escolares.
Sin embargo, afortunadamente, ese diccionario no ha desaparecido de la memoria de quienes estudiaron con él. La editorial Ampersand acaba de publicar uno cuyo título parece inspirado en el que rememoraba María Elena: El pequeño Chartier Ilustrado. Breve diccionario del libro, la lectura y la cultura escrita de Roger Chartier,uno de los mayores historiadores en todas las materias enumeradas.
La edición estuvo a cargo de dos antropólogos y poetas chilenos, Pedro Araya y Yanko González, quienes también hicieron la investigación y lo prologaron. La publicación en Argentina y otros países de América Latina quedó a cargo de Ampersand.
Pero la historia de este libro comienza antes, en Chile, donde fue publicado por la Universidad Austral de ese país (UACh) a través de su casa editora en 2021. De allí que su editores sean chilenos.
El formato de diccionario responde a un deseo del autor. Y aquí hay otra historia que comienza antes que la de 2021. En 2016, Chartier visitó Valdivia invitado por la UACh. Cuando se le propuso publicar uno de sus trabajos, según se cuenta en el libro, “su respuesta fue insólita: no quería escribir ni reeditar un libro al uso, quería materializar un volumen totalmente `contado` desde su memoria, es decir, oralizar dialógicamente una nueva obra: nada más y nada menos que un diccionario sobre el libro y la lectura que abordara, para un público amplio, los principales hallazgos de sus investigaciones sobre la cultura escrita. Animados por esta inusual propuesta, dos antropólogos chilenos fueron capturando y modulando este `diccionario oral` a través de múltiples entradas y voces que el historiador iba proponiendo, ensayando y definiendo. El resultado es este excepcional lexicón ilustrado, vocalizado bajo el signo del abecedario y que compendia la vasta y lúcida obra del eminente profesor Chartier”.
Paradójicamente, este particular diccionario pertenece a Chartier, aunque no fue escrito exactamente por él, sino que reúne muchas horas de registro oral del que participaron diversos colaboradores y colaboradoras y que exigió enorme trabajo posterior. Según palabras de los editores hubo un arduo “trabajo de registro y suscitación de cada entrada del diccionario.” “Junto a la fascinación teórica y poética –dicen- que ambos teníamos por cada concepto definido por Roger, como antropólogos nos interesaba transmitir las particulares condiciones y procedimientos dialógicos con que llegábamos a elegir, discutir y alimentar cada concepto, guiados por la quimera de construir un `verdadero` diccionario oral.” El resultado, sin duda valió la pena.
Entradas a un diccionario distinto
Las entradas siguen, como cualquier diccionario, el orden alfabético, pero el contenido de cada una de ellas no estaba determinado a priori, sino que fue construido a partir del material recolectado.
El lector se encontrará bajo cada una de esas entradas con un concepto de mayor desarrollo que el de un diccionario común y también con una restitución agradable, porque Chartier le devuelve a su diccionario la letra Ch quitada del orden alfabético en 1994. El autor revela en esta entrada no sólo qué puede haber detrás de la simple supresión de una letra que era propia del español, sino también la historia de esa letra y lo que su desaparición produjo en él: “Es por eso –dice refiriéndose a ella- que siento mucho la desaparición de la ch como letra en un diccionario (salvo en este).”
Muchas de las entradas echan por tierra conceptos que están fuertemente arraigados en el sentido común y que se dan como verdades incontrovertibles cuando en realidad no lo son.
Por ejemplo, bajo la entrada Lector (muerte del), Chartier afirma: “La muerte del lector fue un tema asociado a la llegada del mundo digital. Los que estaban inquietos por este nuevo mundo lo identificaron con la muerte de la escritura, de la literatura y del lector. Su visión era apocalíptica. El problema para aceptar este diagnóstico es que nunca en la historia de la humanidad se ha leído y escrito tanto como en el mundo digital, en el cual todos los tipos de comunicación que permiten o imponen las redes digitales siempre movilizan la lectura e implican muy frecuentemente la escritura. De lo que se trata es de comprender qué tipo de escritura y tipo de lectura se multiplican con las redes sociales, con la nueva relación con las administraciones, las instituciones y con el mercado.”
Por las páginas de este diccionario figuran conceptos aparentemente tan disímiles como Juventud, Apropiación o Gutenberg, pero todos ellos están unidos por la idea rectora de la cultura escrita y sus manifestaciones.
De esta manera el libro de Chartier logra lo que quizá a ningún autor de diccionarios se le ocurriría esperar: que cada entrada se lea con el interés con el que se lee una narración y que lejos de dar una definición tajante que sirva para disipar una duda o acceder a una significación unívoca, problematice los conceptos empujando al lector a pensarlos desde otros puntos de vista y a formularse más preguntas.
Allí donde un diccionario corriente se limita a agotar dudas, el de Chartier contribuye a plantearse nuevos interrogantes.