Están al alcance de nuestro dedo a toda hora. Un link en Twitter a pocas horas de un partido, una historia de Instagram de un influencer que te sugiere una combinada, y el código QR en la pantalla del televisor durante una transmisión. Podés jugar cuando quieras desde tu celular. Las apuestas online invadieron al fútbol argentino y a la vez lo exceden. De ahí se pasa por otros deportes o directamente se llega a los casinos virtuales. El bombardeo permanente se convirtió en un problema social.

En 2019, cuando se abrió el grifo del juego online en el país, el licenciado en psicología Agustín Dellepiane, especialista en ludopatía, advirtió en una nota para este diario las consecuencias que podría traer. “Los que ya son jugadores -escribió- van a tener otra opción para apostar. Por otro lado, surgirán nuevos jugadores (…) que no iban a las salas porque no les gusta salir, no les gusta el ambiente, no les gusta lo social, el mayor vínculo es con su computadora o su celular”.

El combo se produce con el consumo de redes sociales y medios de comunicación, y también con la posibilidad de endeudarse también a un sólo click en billeteras virtuales. El contexto económico aporta lo suyo: en cada crisis aparecen las ideas tentadoras de hacer dinero fácil y rápido. También hay un discurso que baja desde arriba. Algo de este tiempo, de época, y que circula por influencers y gurúes improvisados. 

Pero esa búsqueda que más trae son problemas. En aquella nota de 2019, Dellepiane advirtió cómo el camino online aceleraba los tiempos para producir ludópatas: “La experiencia de España revela que, si la evolución de la enfermedad en los jugadores presenciales se produce entre los cinco y los siete años de apuestas, en los jugadores online se desarrolla en un año”. No hay estadísticas actualizadas, pero está repleto de testimonios de docentes que observan a alumnos pegados al celular haciendo apuestas. “El grito de un gol de la selección sub-17 de Luxemburgo en medio de una clase de Historia, las conversaciones de pasillo entre los estudiantes, el uso cada vez más intensificado de los celulares con este propósito en el aula y la falta de sueño por haberse quedado toda la noche despiertos viendo un partido que se jugó en Japón o en Australia fueron algunos de los signos de alarma”, escribe Solana Camaño en un muy buen artículo publicado esta semana en Revista Anfibia.

Las apuestas en el fútbol están naturalizadas. ¿Por qué se pondrían en discusión si los equipos más convocantes del país las proponen desde sus camisetas? ¿O acaso la selección no tiene a una de las casas entre sus sponsors? El superclásico de cuartos de final de la Copa de la Liga tuvo de un lado a Betsson, con Boca, y del otro a Codere, con River. Pero no son los únicos. ¿Puede un club sostenerse en el fútbol argentino sin el dinero del juego?

Una respuesta está en Vélez, que hoy jugará la final de la Copa de la Liga contra Estudiantes en Santiago del Estero. Hasta el año pasado tenía a una casa de apuestas en su camiseta. La nueva dirigencia conducida por Fabián Berlanga, que asumió a fines del año pasado, cambió el patrocinador. Fue una decisión política: un mensaje. Lo explicó el vicepresidente de Vélez, Augusto Costa, en una asamblea de socios: “La mayoría de los clubes de Primera División tienen como main sponsors financieras, casas de apuestas, criptomononedas, todas empresas que están lejos desde el punto de vista de lo que entendemos que Vélez representa. Apostamos a acercar sponsors que tengan que ver con la actividad productiva, con los valores del club. Y que haya una consistencia con lo que significa estar en esta camiseta”. A partir de ahí, acercaron a pymes nacionales, incluso con mejores contratos.

Si un club como Vélez dio ese paso, quizá ayude a que otros lo hagan. “Asqueado de la promoción de ludopatías en las camisetas, las publicidades, las locuciones, los banners, los pop-ups… hasta tres por minuto- tuiteó la semana pasada Juan Grabois-. Estamos con Itaí Hagman y Natalia Zaracho en la Nación, Federico Fagioli y Lucía Klug en la provincia, y Victoria Freire en la ciudad preparando un proyecto de ley para regular fuertemente esta mierda en todo el país y cuidar a las familias y sobre todo a los pibes de la ‘libertad’ para la destrucción. Les anticipo: no va a salir hasta que cambie la composición del Congreso. Las empresas del ramo tienen adornados a tirios y troyanos”.

Grabois también aclaró que los organismos reguladores de cada jurisdicción podrían “prohibir o al menos reducir este bombardeo de timba que arruina vidas”. Es interesante lo que ocurrió con su publicación: tuvo un apoyo bastante transversal, aunque siempre todo es relativo en las redes. Pero nadie (o casi nadie) entre la dirigencia política se anima al asunto. Quizá llegó la hora.

En estos días, es cierto, se presentaron proyectos que proponen nuevos marcos normativos, al menos para proteger a menores de edad, como uno de la legisladora bonaerense de la Coalición Cívica, Maricel Etchecoin, y otro que la semana pasada anunciaron los senadores de la provincia de Buenos Aires, Lorena Mandagaran (Partido GEN) y Agustín Maspoli (UCR). Pero el tema parece tabú. Aunque de a poco está en la conversación pública, hay demasiado silencio alrededor de un problema que recorre todas las esquinas.