Sergio “Cherco” Smietniansky es de esos hinchas que ayudan a construir su club. Un hincha que está más allá de un partido de fútbol, que piensa en la identidad social, el bien colectivo. Cherco es de Banfield. Y de Garrafa Sánchez. El miércoles, junto a otro grupo del Taladro, esperó en Constitución la llegada de los de Lanús, sus rivales. Marcharon todos juntos por los jubilados. No era la primera vez: ya lo habían hecho, como otros hinchas de otros clubes, un 24 de marzo. Cinco años atrás, como miembro de Banfield por los Derechos Humanos, Cherco colaboró en la restitución de carnets a socios desaparecidos durante la última dictadura. Banfield fue el primero en hacerlo.
Después le siguieron otros clubes como Ferro, algo en lo que trabajó Mariano Vignozzi, que al igual que Cherco es miembro de la Coordinadora de Derechos Humanos del fútbol argentino, independiente de otras organizaciones políticas. Está también la Coordinadora de Hinchas, que nació a fines de 2016 como respuesta a la insistencia de Mauricio Macri en imponer las sociedades anónimas deportivas. Pero que fue mucho más allá de eso. La Coordinadora, que reúne a gente de distintos clubes, es el intento de dar voz a los de abajo, a los hinchas genuinos: que puedan discutir el precio de las entradas, la vuelta de los visitantes, los horarios de los partidos, las condiciones de los estadios o la seguridad en los partidos. Es una construcción contraria a la lógica barra, a la del negocio y la violencia. Es un fútbol por abajo, para los hinchas. El mismo sentido tiene la Coordinadora Sin Fronteras de Fútbol Feminista.
Las tres coordinadoras llamaron a la marcha del miércoles, como lo hicieron miles de hinchas autoconvocados, antifascistas, solidarios, que siguieron el ejemplo marcado por el grupo de Chacarita. El gobierno los señaló a todos como barrabravas. El periodismo colaboracionista ayudó en el relato: un informe de Clarín de ese mismo día, servicial con la persecución, apuntó contra Smietniansky y Vignozzi. También contra Agustín Ramal, dirigente de la Unión de Juventudes Socialistas, hincha de Argentinos Juniors, que además fue víctima de un ataque troll del fascismo. El canal oficialista LN+ también replicó un informe similar en el que agregó a Hernán Aisenberg, Cherno, miembro de la Coordinadora, socio de Boca, otro de esos hinchas que construyen sentido en los clubes. Lo que no pudieron mostrar fue a un barra. Lo que intentaron fue distraer la mirada de la represión criminal, la que le partió la cabeza a Pablo Grillo, fotógrafo freelance, que lucha por su vida.
Más que distraer, en rigor, sembraron el terreno para intentar justificar la represión policial. Para salir de cacería. Encontraron al demonio: las barras. Todos barras. El que tenga una camiseta es barra. No es distinto a lo que pasa en las canchas desde que comenzaron a aplicar la prohibición de visitantes y el control social que incluye pedido de DNI al ingreso. Todos somos sospechosos para la policía y los organismos de seguridad. Menos, por supuesto, el grupo con el que mantienen acuerdos. En esta historia pasa lo mismo.
“No tenemos que aclarar quiénes somos porque en los clubes donde hacemos vida nos conocen. No nos conocen sólo de la tribuna del fútbol masculino y profesional; nos conocen de los quinchos, los asados, de las otras disciplinas deportivas”, escribieron las coordinadoras en un comunicado. Los Smietniansky, Vignozzi o Aisenberg son los hinchas que trabajan por un fútbol mejor, más igualitario, humano y solidario. Son, en realidad, los hinchas molestos para las dirigencias tradicionales, los que construyen por abajo, los que cruzan las camisetas. Si hay un fútbol deseado, un fútbol noble, está alojado en hinchas como ellos.
El ataque de estos días fue a lo más genuino de los hinchas. A los que no negocian. Los medios y los periodistas al servicio del fascismo, algunos que después pasaron el día victimizándose, fueron tan importantes para la represión como los disparos de la policía. “Representamos lo que odian: la justicia social, la organización colectiva y el desarrollo humano”, dicen las coordinadoras. La ministra de la represión, Patricia Bullrich, no conoce ni de cerca esos valores. Mucho menos los personajes minúsculos que se prestaron a transcribir sus informes. Ahora alientan una persecución contra esos hinchas en sus propios clubes. Ella dice que es de Independiente. Pero jamás aportó al fútbol más que palos y balas. De Independiente es Pablo Grillo, la vida que importa en estas horas. Pablo, además, trabajó para el club. Es también simpatizante de Talleres de Remedios de Escalada. Todo el fútbol tiene que darle fuerza. Y también pedir justicia.