“La fama –dijo Hebe Uhart en una entrevista– es como la plusvalía, una vez que se reúne cierta cantidad de dinero ya no es necesario trabajar más para conseguirlo”. Se refería a ciertos escritores que, una vez alcanzado el reconocimiento, se recuestan cómodamente en él y dejan de preocuparse por escribir bien.
Ella estaba ubicada en la vereda opuesta. Siempre trabajó silenciosamente, despreocupada no sólo de encontrar un lugar bajo los flashes del star system literario, sino también de las modas en materia de escritura y de otras imposturas a las que suelen sucumbir algunos escritores y escritoras.
Es así que dejó una obra vasta que excede sus novelas, cuentos y crónicas. Pía Bouzas y Eduardo Muslip ya habían rescatado de su archivo tres novelas cortas escritas entre los ’80 y los ’90 que fueron publicadas bajo el título El amor es una cosa extraña por Adriana Hidalgo que ha editado sus novelas, cuentos y crónicas completas.
Ahora, acaban de publicar bajo el mismo sello editorial Una pequeña parte del universo. El título fue tomado de la frase de un libro de Simone Weil que estaba en la biblioteca de Uhart y que había sido subrayada por ella.
Se trata de una compilación de textos, la mayoría de ellos escritos desde mediados de los 80 en adelante que, si bien habían circulado de diferentes formas, nunca habían sido reunidos en un libro. El material seleccionado revela su costado menos conocido ya que incluye ensayos sobre escritores y filósofos, cultura griega clásica, textos sobre escritura y un popurrí de “otras yerbas” como quizá diría Uhart.
De hecho, el penúltimo texto del libro, un archivo virtual de 2002, se llama “El lecho de Procusto y otras yerbas”. En él comienza contando lo que significó en su niñez el casamiento de su tía Elisa que “se había casado grande, como de 40 años”, según subrayaban los mayores, para terminar refiriéndose al concepto de correspondencia y adecuación que “está en la base del concepto de justicia y belleza de los griegos”.
Licenciada en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, Uhart se aleja en estos textos del discurso académico, y ajena a cualquier acartonamiento, utiliza la filosofía como un utensilio doméstico tan común como un cuchillo o un palo de amasar para intentar comprender el mundo, lo que no le quita rigor sino que, por el contrario, le añade la riqueza de un saber tan procesado y decantado que puede expresarse sin el almidón de la solemnidad.
Una pequeña parte del universo está dividido en cinco unidades: “El placer de lo que se leyó” (textos sobre literatura), “Una historia personal de la Filosofía”. “Siempre quise ser Prometeo” (Lecturas sobre cultura griega clásica), “La mirada de una escritora: apuntes para una poética” y “Rescates del archivo. Misceláneas de una voz”.
Hebe Uhart y el nacimiento de un libro
El taller literario de Uhart fue un lugar de encuentro singular que no sólo proveyó útiles herramientas de escritura a quienes asistieron a él, sino que también generó relaciones de amistad. Tal es el caso de Bouzas y Muslip que mantuvieron con ella un vínculo estrecho más allá de los límites del taller literario que dictaba y que dejó una marca profunda en sus asistentes. Fue por ese vínculo de amistad que poco después de su muerte en octubre de 2018, cuando tenía 81 años, un familiar les pidió que se ocuparan de relevar y ordenar los materiales de su archivo.
“Yo era amigo personal de Hebe -le cuenta Muslip a Tiempo Argentino-, estuve muy cerca de ella. La conocí en las clases de Filosofía que dictaba en el Ciclo Básico Común de ingreso a la universidad, en mi caso, a la carrera de Letras. Asistí durante un par de años a su taller y nos hicimos amigos. Hebe tenía muchos amigos cercanos, pero cuando se enfermó, yo quedé un poco más cerca de ella”.
Cabe aclarar que durante gran parte de su vida, Uhart fue maestra de escuela primaria, luego, por un tiempo más breve, profesora de secundaria y más tarde accedió a la enseñanza universitaria en la cátedra de Tomás Abraham en la UBA y también trabajó en Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
“La idea de reunir en un libro textos que no fueran de ficción –continúa Muslip– surgió del recorrido de su archivo en el que encontramos materiales muy diversos y también de materiales que fuimos consultado en otros lugares a partir, por ejemplo, de una referencia que hablaba de un artículo publicado en tal o cual revista. Así se nos fue creando un mapa de textos en los que habla de filosofía, de literatura, de la escritura misma y su práctica”.
El rescate de materiales de archivo tiene su origen en esta amistad. Así lo confirma Bouzas: “Con Hebe –dice– yo tenía una relación personal. La conocí a fines de los ’90, trabajé mis textos durante un par de años en su taller y nos fuimos haciendo amigas. Era una amistad con una diferencia generacional muy grande. Éramos vecinas, ella conoció a mi hijo, íbamos a su casa…Era un vínculo que excedía la cuestión intelectual, era literario y también vital. En ella ambas cosas no estaban disociadas”.
Y agrega: “Probablemente no hubiera hecho ese trabajo de archivo por ningún otro escritor. Con Eduardo lo hicimos sin financiamiento de ningún tipo por una motivación personal. Por otro lado, creo que trabajar con sus papeles me permitió hacer un duelo por su muerte. Fue una persona muy importante para mí y revisitar sus cosas fue una forma particular de duelar. De esto me fui dando cuenta con el tiempo”.

Una mirada singular
Como la obra de Felisberto Hernández, escritor al que se refiere en uno de los textos que componen Una pequeña parte del universo, la obra de Uhart es renuente a las clasificaciones, lo que es coherente con su pensamiento de las taxonomías.
En una entrevista aparecida en este mismo diario en 2010 se le preguntó si se sentía cómoda con el adjetivo “realista” que a veces se usaba para calificar su obra. “Todo eso son clasificaciones, que en definitiva son invenciones –contestó– ¿Qué significa realista? Nadie puede saber lo que es la realidad. Esas cosas están en boga para incentivar las discusiones. La discusión entre los de Boedo y los de Florida. Pero si eran 20 gatos que se conocían entre todos. Lo mismo pasa con realismo, hiperrealismo, surrealismo. Tiene ciertos toques, pero no te define un género. ¿Usted qué escribió? ¿Un cuento largo o una novela corta? Ah, bueno, una nouvelle. Eso deja tranquilo a alguien, pero eso no existe, no hace a la literatura. Lo que hace a un literato es saber mirar y saber escuchar y buscar un material adecuado a lo que puede hacer”.

Esta resistencia a las taxonomías no sólo se expresa en su obra de ficción y en sus crónicas, sino también en sus escritos sobre filosofía o literatura. Abolidas las fronteras clasificatorias, puede caminar sin obstáculos ni preconceptos y con una mirada propia desde Baruch Spinoza a Roberto Galán.

“Siempre sentí –diceBouzas– que en su literatura, en su forma de escribir, había algo irreductible que era el lugar desde el que ella miraba el mundo y que fui comprendiendo de apoco al recorrer sus materiales de archivo, al comprobar en sus libretas que trabajaba con sus textos de la misma forma en que trabajaba con los talleristas, al ver el subrayado de sus libros. Entendí que gran parte de esa mirada tenía que ver con posturas filosóficas, con Hume, con Weil, con maneras de colocarse frente al mundo, frente a los materiales, frente a la vida.
Al leer lo que escribió sobre Felisberto comprendí que hablaba de ella, de su manera de mirar que coincide mucho con la de él. Hay en esa mirada algo de la colocación del sujeto frente a las cosas que es de pertenencia y también de una distancia que hace que el sujeto pueda volverse a sí mismo objeto de esa mirada”.
De una curiosidad insaciable, Uhart tenía una actitud de asombro permanente frente al mundo, frente a la existencia. De hecho, comenta Muslip “la mayor parte de sus publicaciones de los últimos años fueron crónicas en las que está presente el placer de mirar, de observar, por ejemplo, un mono en un zoológico y también de leer materiales sobre etología, textos de naturalistas o del director del Zoológico de Buenos Aires Clemente Onelli».

«La curiosidad la tuvo siempre, tanto por este tema como por muchos otros y se evidencia también en su ficción en la forma en que muestra conductas y sentimientos”.
Toda su vida se negó a encarnar la figura del escritor que aspira convertirse o se convierte en una figura de bronce.

Durante mucho tiempo escribió a contrapelo de las tendencias del mercado literario no porque se lo propusiera, sino porque estaba más interesada en la escritura que en el reconocimiento. Según observa Bouzas, éste le llegó sin que se lo propusiera en los 2000, relativamente tarde en relación con el tiempo que llevaba trabajando. No lo buscó ni tampoco lo rehuyó porque le permitió viajar y extender su observación del mundo.
Una pequeña parte del universo es una suerte de ventana que permite acceder a la parte menos conocida de su trabajo y hace posible, valga la redundancia, observar a la observadora por antonomasia que fue Uhart.
Prometeo por Uhart
“Cuando Tomás (Abraham) me propuso dar esta charla, quería que hablara sobre Camila O’Gorman, pero de ella sé poco. Luego me propuso a Juan Moreira y a Diego Maradona. Pero yo me pregunté ¿qué Maradona, si no hay conflicto, no hay clímax? ¿Por qué Prometeo? Porque en mi juventud, sin retaceos, sin ninguna vuelta; lo quise como el veraz, el justiciero, como una especie de luz, de guía muy importante Pensé: ¿adónde vamos a parar si se acaba Prometeo? Pero con el transcurso del tiempo uno va retaceando ese espíritu tan integro de la juventud y va viendo la vida por una parte y por la otra: tanto Prometeo como Zeus tienen razón. En la tragedia las cosas no son ni buenas ni malas sino que son por una parte y por otra. ¿Quién tiene razón? Es algo misterioso”.
De Una pequeña parte del universo. Fragmento de una conferencia dada en el Colegio Argentino de Filosofía el 27 de septiembre de 1990 y desgrabado y compartido con los compiladores por Alfredo Siedl colega de Uhart en la cátedra de Filosofía de CBC-UBA