Tres semanas después de la desaparición y asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi (se pronuncia «Yamal Jashogui») en el consulado de su país en Estambul, Arabia Saudita, Turquía y EE UU parecen haber encontrado un chivo expiatorio, para calmar las aguas. Sin embargo, aun así la inestabilidad del régimen saudita y su enorme peso internacional pronostican nuevas y mayores explosiones.

«Las conversaciones entre Jamal Khashoggi y las personas con las que se entrevistó en el consulado del reino en Estambul… degeneraron en una pelea, que provocó su muerte», indicó la agencia oficial saudita SPA el viernes por la noche, citando a la fiscalía.

En el mismo acto, el reino de Arabia Saudita confirmó el despido del subjefe de la inteligencia, el general Ahmed al Assiri, quien cargará la responsabilidad por el homicidio. Además, el rey saudita instó al príncipe heredero a reformar los servicios de inteligencia

Hombre muy cercano al heredero del trono saudita, Mohamed bin Salman (conocido como MbS), al Assiri en 2016 ayudó al financiamiento de la campaña electoral de Donald Trump por orden de MbS y hasta hace nueve meses fue el vocero de la coalición árabe que desde 2015 lleva la guerra contra Yemen. The New York Times, había adelantado que Riad difundiría que el general debía interrogar a Khashoggi en Estambul y «se le fue la mano».

Jamal Khashoggi entró el 2 de octubre en el consulado de Arabia Saudita en el Bósforo y nunca más salió. Estaba citado, para retirar el certificado de divorcio que precisaba para casarse con su novia turca, pero 15 agentes sauditas lo esperaban allí, lo torturaron y, al parecer, lo descuartizaron vivo.

Desde los años ’80 Khashoggi cooperaba con el servicio de contraespionaje británico MI6. Protegido por el exjefe de la inteligencia saudita, el príncipe Turki ben Faiçal, lo acompañó en la embajada en Londres a principios de los años ’90. Más tarde pasó al servicio del príncipe Al-Walid bin Talal, torturado en noviembre de 2017 durante el golpe palaciego de MbS, pero ya desde el junio anterior Khashoggi vivía en EE UU donde fue columnista del Washington Post hasta su desaparición.

Si bien el gobierno turco mantuvo viva la atención internacional mediante filtraciones oficiosas de los hechos, los sospechosos y su huida, nunca acusó directamente a MbS. Del mismo modo se comportó Donald Trump, quien primero dudó de la muerte de Khashoggi, para recién pasar a reconocerla el jueves pasado.

Está claro que el periodista colaboró durante años con el servicio de contraespionaje británico MI6 y es probable que estuviera envuelto en un intento de golpe contra MbS. No es tampoco improbable que los émulos de James Bond lo hayan enviado a la muerte, porque ya no lo necesitaban. Asimismo, el periodista/agente estaba estrechamente vinculado a la Hermandad Musulmana, hasta 2015, sostenida por Arabia Saudita, Bajréin, los Emiratos y Turquía y con milicias propias dentro de Siria que Erdogan desmontó, cuando mejoró sus vínculos con Vladimir Putin. Luego sobrevinieron el asalto al poder de Mohamed bin Salman y el discurso de Trump en Riad en junio de 2017 en el que ordenó el fin del terrorismo islamista. A continuación, MbS escenificó el bloqueo de Catar, al que acusó de apoyar al terrorismo, pero el emirato resistió gracias al apoyo turco. Según afirmó Thierry Meissan en la Red Voltaire <http://www.voltairenet.org/article203485.html>, Jamal Khashoggi estaba implicado en un complot contra el príncipe heredero que estaban preparando varios miembros de la familia real saudita y, ante el asesinato de este, han huido del país.

Si bien los medios occidentales mostraron la reacción turca al asesinato de Khashoggi como un castigo a Arabia Saudita, Ankara presiona a MbS para que resuelva rápidamente el caso, al mismo tiempo que evita romper con los inversionistas y compradores sauditas a los que tanto necesita en la crisis actual. En este equilibrismo Erdogan coincide con Trump, quien acaba de aprobar una venta de armas al reino por 110 mil millones de dólares y no quiere escándalos.

Por esta vez Mohamed bin Salman parece haberse salvado, pero no puede repetir estas barbaridades sin pagar las consecuencias. Incluso, todavía no hay garantías de que nuevas revelaciones no arruinen el intento de silenciamiento. MbS ofrece material más que suficiente para hacerlas. En torno a Arabia Saudita, el final de una crisis es el prólogo de otra y cada una dibuja círculos más amplios que la anterior. «


Periodista y espía para dos coronas
Jamal Khashoggi (1958-2018, se pronuncia «Yamal Jashogui») fue un periodista y espía saudita que en los ’80 acompañó a Ossama bin Laden en Afganistán.
Khashoggi conocía los secretos de la familia real y participó en las negociaciones con al-Qaeda previas a los atentados del 11/9/01 en Nueva York. Inmediatamente después su jefe, el príncipe Turki al-Faisal, dejó el mando de la inteligencia y lo llevó consigo a las embajadas en Londres (2002-05) y Washington (2005-06).
Por sus vínculos con el MI6 británico, durante la «primavera árabe» (2011-12) Khashoggi impulsó a los Hermanos Musulmanes y hasta 2017 fue protegido por el nuevo jefe de la inteligencia, el príncipe Al-Walid bin Talal. Fracasados los alzamientos, entre 2012 y septiembre de 2016 publicó críticas columnas de opinión en Al Arabiya.
Cuando Mohamed bin Salman (MbS) se convirtió en sucesor del trono en marzo de 2017, Khashoggi vio el peligro que corría y se exilió en EE UU en septiembre de ese año, donde escribió para el Washington Post hasta el 2 de octubre pasado.