Donald Trump decidió lanzarse sin tapujos en la guerra del petróleo declarada por Rusia y Arabia Saudita, y anunció la compra de crudo con la excusa de que «el país necesita llevar las reservas estratégicas a su máximo, como medida precautoria ante la pandemia de coronavirus». La realidad es que el precio del barril se desplomó estrepitosamente esta semana hasta un punto en que la producción mediante la técnica del fracking, que generó el milagro de que EE UU se autoabastezca de combustible, deja de resultar viable. La compra apresurada ordenada por la Casa Blanca está destinada a sostener el valor del, por ahora, principal insumo energético del mundo capitalista para que sea rentable en territorio estadounidense.
Este 9 de marzo fue un «lunes negro» para el sistema financiero internacional, con especial impacto en el mercado petrolero. Ese día el denominado Brent se desplomó un 24,1%, la mayor caída desde la Guerra del Golfo en 1991, hasta un mínimo de 34,36 dólares por barril. La explicación fue el «no» de Rusia a una reducción en la producción propuesta por Arabia Saudita en la reunión de los países petroleros que se desarrolló en Viena la semana anterior.
La organización que nuclea a los productores es la OPEP, integrada por 14 naciones, entre ellas Iran, Irak, Venezuela, Nigeria y el país que lleva la voz cantante, el reino saudita. Del otro lado hay otros diez grandes productores que mantienen como su abanderada a Rusia.
El gobernante árabe, el príncipe Mohamed bin Salman, pretendía incrementar los recortes negociados en 2017 para sostener el precio del barril por arriba de los 50 dólares. Esperaba un acuerdo para bajar otro millón y medio de barriles en forma coordinada. Pero los representantes de Vladimir Putin dijeron que tenían el mandato de defender los mismos niveles de producción.
En el marco de la crisis por el coronavirus, esta caída del petróleo se sumó al desplome de las bolsas en todo el mundo ante la perspectiva de menor actividad económica global.
El costo de producción en Arabia Saudita ronda los 18 dólares y los rusos aseguran que aguantan un precio de entre 25 y 30 dólares por varios años sin que su economía se resienta. En esta puja por ver quién tiene más espaldas, lo que ocurre no tiene estrictamente que ver con costos y precios de venta sino con el destino que tienen los ingresos por este comercio. Para los sauditas, un precio por debajo de los 80 dólares genera un déficit fiscal que sólo pueden sustentar mediante créditos. Putin aprendió de la crisis de 2014, Rusia diversificó su intercambio exterior y no es tan dependiente de los recursos petroleros.
En todo caso, los dos contendientes patearon un tablero que llevó los precios a valores que no se veían desde 2007, con la consecuente pérdida para las grandes multinacionales y todos los negocios derivados del crudo. Pero si hay un jugador que queda descolocado es Estados Unidos, que desde hace una década se lanzó a la explotación de yacimientos debajo de una capa de piedra.
Meses atrás, Trump se ufanó de que EE UU ya no dependía de la importación de combustible. Sin embargo, parece haber cometido dos errores: uno es que el dólar es la principal moneda de reserva y comercio internacional, no por el oro que pueda acumular el Tesoro, sino porque es la que se utiliza para la compra-venta de petróleo. Los países que se quisieron escapar de esa cadena –la Libia de Khadafi, Irán, Siria, Venezuela, la misma Rusia– recibieron castigos ejemplificadores.
La monarquía saudita, en cambio, tiene carta blanca para cometer los mayores atropellos con tal de seguir vendiendo exclusivamente en dólares. Y tenía la promesa de Washington de que el petróleo de esquisto sólo se iba a vender dentro de las fronteras. Ese compromiso, se olfatea, podría no haber sido respetado a rajatabla.
En todo caso, la pelea Riad-Moscú abrió una grieta por la que se coló un viento de preocupación para las multinacionales energéticas, muy ligadas tanto a Trump como los demócratas. La respuesta del gobierno de EE UU no se demoró en llegar.
Este viernes, Trump ordenó la compra de «grandes cantidades» de crudo para reponer la Reserva Estratégica de Petróleo. Mediante esa operación se podrían retirar del mercado hasta 77 millones de barriles y mantener el precio a niveles tolerables para las empresas que explotan mediante la técnica del fracking.
Esa reserva estratégica fue creada en los años ’70 a raíz de la crisis petrolera más grande de la historia y tiene una capacidad de 713,5 millones de barriles enterrados en cuevas subterráneas a lo largo de la costa del Golfo. «Vamos a llenarlo hasta la cima, ahorrando a los contribuyentes estadounidenses miles de dólares, ayudando a nuestra industria petrolera», dijo el presidente.
Desde Moscú, en tanto, el gobierno de Putin respondió que es poco probable que en el corto plazo reanuden conversaciones con los sauditas para acordar una reducción conjunta. Habrá que ver qué sucede hasta el 1 de abril, cuando vence el convenio por el cual hace tres años se había bajado la producción en 1,2 millones de barriles.
En todo caso, esta es una guerra que recién comienza. «