En el día de hoy, 20 de enero de 2025, asume Donald Trump su segundo mandato como presidente de los Estados Unidos. Existen muchas expectativas en relación al nuevo período de gobierno del rubio multimillonario, positivas de parte de quienes lo admiran y siguen, negativas de parte de quienes lo aborrecen y repudian. Sin dudas, es una figura polarizante. Y desde su triunfo electoral se vienen dando todo tipo de reacomodos y giros de contorsionista en función de ganarse su favor o, al menos, de sintonizar con el sentido común neoconservador.
Un caso de estos es el de Mark Zuckerberg, el CEO de Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp), quien anunció la semana pasada el fin de la política de moderación de contenidos; algo que venía siendo exigido por los republicanos. El modelo a seguir es ahora X, la plataforma-cloaca de Elon Musk, con quien Zuckerberg en su nueva versión neocon entró a competir por el nivel de testosterona de su discurso, apelando a la supuesta “energía masculina” de los “machos alfa T”. Todo esto mientras otorga tres lugares en el Consejo Directivo del grupo Meta a personas afines al flamante jefe de la Casa Blanca.
Así, el otrora niño mimado de los globalistas progresistas busca mostrar que tiene pelo americano en el pecho. Como decía Groucho Marx, “éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”. ¡Qué le vamos a hacer! Business is business.
A diferencia del saltimbanqui de Facebook, nuestro presidente se ha declarado adepto de Trump desde la primera hora. Hay que reconocer una coherencia en el tiempo en su postura. Es habitual para explicar esta simpatía destacar las coincidencias entre Javier Milei y el magnate estadounidense. Por caso, en esta nota de Infobae, a raíz de la participación del argentino en la selecta asunción de Trump, se refiere como puntos de afinidad ideológica: “(e)l papel del Estado, la necesidad de tener escaso déficit fiscal, baja presión tributaria, mínima inflación y absoluta libertad para hacer negocios”.
Poco más adelante, el periodista enfatiza, además, en el acuerdo en relación con la geopolítica global y, en particular, regional, donde se espera la colaboración de Milei con Marco Rubio, designado Secretario de Estado norteamericano, para socavar a los gobiernos díscolos de América Latina (Brasil, Colombia, México, Venezuela, Cuba, Nicaragua).
Endeudamiento
A cambio, desde el Ejecutivo argentino se espera que este apoyo y simpatías mutuas faciliten un desembolso del FMI en la Argentina del orden de los doce a quince mil millones de dólares. De este modo, se coloca un nuevo eslabón en la cadena que nos ata al organismo con sede en Washington, en cuyas fauces volvimos a caer en 2018 bajo la presidencia de Mauricio Macri. Eran los años de la primera administración de “su amigo personal” Donald Trump.
Aquel brutal endeudamiento de más de cuarenta mil millones de dólares no se tradujo en ni una inversión duradera para el país y condicionó poderosamente la gestión económica del Frente de Todos entre 2019 y 2023, siendo una de las causas fundamentales de sus magros resultados. Ayer como hoy, es el inefable Luis Caputo quien encabeza las negociaciones por los dólares frescos en pos de mantener la timba financiera (carry-trade), mientras se empeña nuestro futuro nacional. Algún día lograremos que este personaje siniestro tenga el mismo nivel de repudio que logró Domingo Cavallo en su época.
Pero tal panorama de coincidencias entre los neoconservadores estadounidenses y los neoliberales argentinos, o entre Trump y Milei, esconde una diferencia sustantiva: ellos son nacionalistas, los nuestros son vendepatrias. Hay que desconfiar de cualquier planteo de acuerdo entre ambos sectores, si se hace caso omiso de esta crucial distinción que empaña todas las similitudes que puedan existir: nacionalismo versus entreguismo.
A horas de la asunción del presidente republicano, leemos en sus redes sociales las condiciones que establecerá para que TikTok pueda seguir funcionando en Estados Unidos: ¡que el 50% de la compañía tenga inversores norteamericanos! Una vez más, el argumento de la seguridad interior sirve a Washington para defender su derecho a intervenir en un área sensible como lo son las plataformas virtuales. Mientras tanto la gestión libertaria privatiza y extranjera IMPSA, una empresa tecnológica estratégica, que pasó a manos de una firma estadounidense.
El nacionalismo de Trump
La diferencia salta a la vista: de un lado, defensa de la soberanía y conciencia de sus intereses nacionales; del otro, entrega sin condiciones y desnacionalización. ¿Importan aquellas “coincidencias ideológicas” si se pierde de vista esta disparidad esencial? Trump establece enormes aranceles proteccionistas de su industria; Milei impulsa la desregulación total sin miramientos respecto a los efectos de abrir completamente la economía a la competencia internacional, provocando un “sálvese quien pueda” en materia de PyMEs industriales.
Trump defiende a regañadientes el empleo en su país; Milei es indiferente a la pérdida de puestos de trabajo argentinos. Trump adopta una postura geopolítica sumamente pragmática en función de los intereses norteamericanos; Milei se alinea ideológicamente con la OTAN en la Guerra de Ucrania, celebra a la derecha israelí en su genocidio sobre Gaza y desvincula a nuestro país de la locomotora de los BRICS. Son solo algunos de los caminos divergentes que en la práctica se siguen de la diferencia determinante entre nacionalismo y cipayismo.
Pero ¡cuidado! Tampoco se trata de celebrar a Trump, como algunos dentro del propio peronismo pretenden. Es entendible que haya aspectos de su discurso industrialista y soberanista que resuenen. Pero no hay que perder de vista que el “soberanismo” estadounidense requiere de una desnacionalización de su patio trasero, apelando si hace falta a las formas más crudas de intervencionismo imperialista. En otras palabras, la afirmación “americanista” de Trump es complementaria con la política entreguista de Milei en la Argentina y su efecto disgregador en la región. Y esa es la “coincidencia ideológica” fundamental entre ambos proyectos. Lo demás, es ruido.