En el año 2001, durante una de las peores crisis de la historia del país, el desempleo afectaba al 17,4% de la población económicamente activa. La pobreza en aquel momento alcanzaba a poco más del 45% de los argentinos. La correlación entre uno y otro indicador guardaba cierta coherencia: la ausencia de empleo y la subocupación explicaban los bajos ingresos de la población y la dificultad de las familias para reunir los ingresos suficientes para afrontar el costo de las Canasta Básica Total. Un año después, brutal devaluación mediante, el desempleo subiría al 19,7% mientras la pobreza escalaba al 63%.
Según datos del INDEC, en el último trimestre de 2023, el desempleo afectaba a apenas el 5,7% de los argentinos tocando un piso de alcance histórico. Sin embargo, el 41,7% de las personas vivían en hogares que no lograban reunir los ingresos necesarios para superar la línea de pobreza. Esa tasa, según varios estudios, ya ha quedado vieja y hoy son más del 55% las personas que viven en hogares que cuentan con ingresos suficientes para eludir una situación de pobreza.
La evidente contradicción marca una realidad que un reciente informe del Observatorio de la Deuda Social de la UCA se encargó de confirmar: contar con un empleo en la Argentina ya no garantiza eludir la pobreza. El dato, bien leído, expresa el carácter estructural que asumió la pobreza en la Argentina y, por lo tanto, replantea donde debe poner el foco la política económica para resultar eficaz. Es que la generación de empleo no resulta suficiente para combatir la pobreza.
Los «incluidos», excluidos
El estudio de la UCA elaborado por el equipo conducido por el sociólogo Agustín Salvia concluyó que el 32,5% de los trabajadores asalariados vivía en hogares pobres en 2023 cuando, en 2012 el porcentaje llegaba a “apenas” el 11,5%. De esta forma son casi poco más de 6,5 millones los y las trabajadoras que teniendo un empleo viven en hogares pobres.
El estudio, además, da cuenta de que la problemática no afecta solamente a los trabajadores informales que hoy representan el 36,8% de la fuerza laboral. La UCA indica que “la incidencia de la pobreza es marcadamente diferencial según el sector productivo en el que se desarrollan las actividades y la condición laboral del trabajador. En 2023, el 17,8% de los trabajadores del sector público y el 19,7% de los asalariados del sector privado formal se encontraban en esta situación”.
El dato es congruente con el hecho de que para diciembre de 2023 el salario mínimo vital y móvil se ubicaba en $156 mil mientras el valor de la Canasta Básica Total que mide el umbral de la pobreza llegaba hasta $495.798, más del triple que el valor que legalmente oficia de piso para las remuneraciones del sector formal.
A la vez, para la UCA “el 37,5% de los asalariados del sector micro-informal, el 44,2% de los cuentapropistas del sector micro-informal y el 78% de los destinatarios de los programas de empleo, se encontraban en situación de pobreza”.
Salarios en picada
De hecho el dato descollante del período en el que la pobreza entre los asalariados escaló 21 puntos porcentuales lo representa el salario que, para el caso de los registrados sufrió una caída del 37,5% en su capacidad de compra entre julio de 2012 y diciembre de 2023 según datos elaborados por el Instituto de Estudios y Formación de la CTA basados en informes oficiales. A febrero de este año esa caída se profundizó llevando la caída del poder adquisitivo acumulada desde 2012 hasta el 41,6%.
La llave de la pobreza ya no está entonces en la remanida oposición entre trabajadores incluidos y excluidos. En la actualidad el flagelo es, en gran parte, resultado de la relación directa entre capital y trabajo.
De hecho según la Cuenta de generación de ingresos e insumo de mano de obra del INDEC (CGII), en el tercer trimestre de 2023 la apropiación del valor agregado de la economía por parte de los trabajadores asalariados representaba apenas el 45,5% cuando, según los datos disponibles, en el primer trimestre de 2016 las remuneraciones al trabajo asalariado representaban un 54,2% del PBI de la economía. En el mismo período el excedente de explotación bruto (EEB) equivalente a las ganancias empresarias escaló desde el 35,3% hasta el 44,1% del PBI.