Varios manuales de historia aseguran que en 1983 la Junta Militar entregó el poder. Pero miles de relatos e historias demuestran que, lejos de ser entregado mansamente, la sociedad argentina resistió al terrorismo de Estado desde donde pudo. En fábricas, escuelas, barrios, plazas, canchas e iglesias, cualquier espacio valía para gestar pequeños núcleos de resistencia de los trabajadores contra la dictadura que luego se transformaron en grandes trincheras.
No hubo una guerra. Para marzo de 1976, el accionar de las organizaciones armadas estaba diezmado. El Operativo Independencia ordenado el 5 de febrero de 1975 y el intento de copamiento del Batallón Domingo Viejobueno de Monte Chingolo significaron un golpe mortal para el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
Con el exilio de la dirigencia, la mayoría de los cuadros de Montoneros fueron librados a acciones directas contra las fuerzas de seguridad, articulados en pequeñas células en muchos casos aisladas. Mediante las figuras del “enemigo interno” y la “lucha antisubversiva” se desarrolló un plan sistemático de censura, militarización urbana, persecución política, tergiversación mediática, y un circuito clandestino de secuestro, tortura y exterminio.
El objetivo: forzar una nueva matriz económica de desguace industrial, endeudamiento externo y miseria planificada. El método: el terror y el silencio.
La resistencia obrera en dictadura
Los organismos de derechos humanos calculan que más del 65% de los 30 mil detenidos desaparecidos fueron trabajadores activistas y delegados sindicales. Desde el primer día la dictadura militar intervino la Confederación General del Trabajo (CGT) y los principales sindicatos. Suspendió a su vez las paritarias y el derecho a huelga. Eliminó también la inmunidad laboral de los delegados y autorizó a despedir sin sumario e indemnización a cualquier empleado.
Se intervinieron militarmente las principales fábricas, con cientos de delegados detenidos, torturados y asesinados. Varios cuerpos aparecieron en las inmediaciones fabriles como un temible mensaje. Con el congelamiento de salarios, relocalizaciones forzosas y supresión de horas extra, el panorama de la clase trabajadora durante los primeros días del golpe fue desolador.
Ante este escenario comenzó a gestarse la resistencia. Se produjeron novedosas acciones de protesta en grupo con reducida coordinación entre ellas, muchas inspiradas en la vieja resistencia peronista. La primera fue el “trabajo a tristeza” que implicaba presentarse en el lugar de trabajo pero sin desarrollar las tareas o hacerlas a desgano alegando tristeza por la situación del país.
También se desarrollaron reclamos individuales en serie que consistían en armar un gran fila y solicitar individualmente reunirse con la patronal planteando en verdad un mismo reclamo. De esta manera esquivaban la prohibición de la protesta en conjunto y el derecho a huelga.
Entre 1976 y 1979 los trabajadores usaron otros métodos como el “trabajo a reglamento” que implicaba reducir al mínimo el ritmo de trabajo y cumplir estrictamente lo que dicen las normas, o el “quite de colaboración” donde alegaban desarrollar sus tareas en un lugar insalubre y cesaban sus labores, o el “sabotaje” que consistía en dañar la producción con el fin de producirle perdidas millonarias a las empresas. Así buscaban limitar el avance de los planes de la dictadura.
En las principales automotrices y siderúrgicas se organizaron sabotajes a la producción. El gremio de Luz y Fuerza inició una huelga de brazos caídos en protesta por despidos. Las trabajadoras y trabajadores de ENTEL (telefónicos) llevaron adelante medidas en solidaridad y así se sucedieron otros ejemplos. Así se llegó al 8 de marzo de 1979, cuando se produjo en Aceros Ohler la primera toma de fábrica desde el inicio de la dictadura.
Ya para 1980 vuelven a desarrollarse huelgas y movilizaciones, en la mayoría de los casos solicitados por las bases a las dirigencias sindicales. Los obreros toman las fábricas Deutz, La Cantábrica, Sevel y Merex y piden en forma pública la renuncia del ministro de economía José Alfredo Martínez de Hoz, hecho que finalmente lograran consumar en marzo de 1981. Es por estos tiempos cuando el poco conocido dirigente del pequeño gremio cervecero logra ser el líder de la CGT y llama a un plan de lucha contra la dictadura, un tal Saúl Ubaldini. Del trabajo a tristeza al plan nacional de lucha, el movimiento obrero resistió la dictadura.
“Ayúdennos, ustedes son nuestra última esperanza”
Jan van der Putten y Frits Jelle Barend venían desde Países Bajos a cubrir el Mundial de 1978. No sabían que registrarían una filmación de solo 5 minutos donde un grupo de mujeres dejarían un mensaje sin esperanzas de ser escuchadas, como arrojando una botella al mar. Esas mujeres, con pañuelos blancos en la cabeza, circulaban en ronda para evadir la prohibición a las protestas en espacios públicos.
Quien enfatiza su reclamo fervientemente ante los dos periodistas neerlandeses es Marta Moreira de Alconada, acompañada por otras Madres de Plaza de Mayo que se encontraban desesperadas por conocer el paradero de sus hijos. «Solamente queremos saber dónde están nuestros hijos, vivos o muertos. Nosotras, que somos argentinas, que vivimos en la Argentina, les podemos asegurar que miles de hogares están sufriendo mucho dolor, mucha angustia, mucha desesperación, dolor y tristeza porque no nos dicen dónde están nuestros hijos».
Marta, con voz desesperada, finaliza su relato: “Ayúdennos, ustedes son nuestra última esperanza”. Tan solo seis meses antes las Madres habían sufrido la desaparición de sus fundadoras, Azucena Villaflor, Teresa Careaga y María Ponce. Por eso el grito desesperado, porque ya habían sido miles las solicitadas, los habeas corpus, los pedidos de paradero. Es así que se activó en diferentes países del mundo, centralmente en Europa, una campaña internacional de solidaridad. El mensaje en la botella había llegado a destino.
Esta campaña internacional desgastó la imagen externa de la dictadura militar y comenzó a generar resquemor entre sus principales relaciones diplomáticas. Vendría otro duro golpe para su imagen en el exterior. En 1980 Adolfo Pérez Esquivel recibe el Premio Nobel de la Paz por su compromiso con la defensa de la Democracia y los Derechos Humanos por medios no-violentos frente a las dictaduras militares en América Latina.
En su discurso de aceptación, Pérez Esquivel le dijo al mundo que no lo asumía a título personal, sino “en nombre de los pueblos de América Latina, y de manera muy particular de mis hermanos los más pobres y pequeños”.
Futbol y religión
La primera gran movilización contra la dictadura militar fue una peregrinación religiosa. El 7 de noviembre de 1981 la CGT convocó a una marcha por “Paz, Pan y Trabajo” en el día de San Cayetano. Hubo misa al aire libre y se movilizaron cincuenta mil personas coreando consignas contra la dictadura y reclamando por los desaparecidos.
Esa numerosa marcha desafió el despliegue de un inmenso operativo de seguridad. Por primera vez se coreó masivamente una frase que luego ganaría la calle: “Se va a acabar / la dictadura militar”. La represión no se hizo esperar, pero se demostró que la central obrera se había convertido en el eje de la protesta nacional. La clase trabajadora volvía a conquistar su espíritu.
Las canchas de fútbol también fueron el escenario propicio para las manifestaciones masivas. El hecho más resonante se dio en 1979 en el exterior, cuando se jugó la revancha de la final Argentina-Holanda, en una cancha de Berna, Suiza. Detrás de uno de los arcos, durante el segundo tiempo, se pudo ver durante algunos minutos una pancarta que decía “Videla Asesino”.
El 24 de octubre de 1981 la hinchada de Nueva Chicago marchó presa desde su estadio hasta la Comisaría 42. Habían cantado la marcha peronista durante el partido ante Defensores de Belgrano y unos 40 hinchas terminaron presos esa tarde. En los partidos siguientes, a modo de burla, en Mataderos cantaron el arroz con leche.
La democracia se defiende
Algo huele mal en 2024. A 48 años de la última dictadura cívico militar, el camino por memoria, verdad y justicia ha sido de avances y retrocesos. Del juicio a la Junta al Punto Final y los indultos. De la bajada del cuadro de Videla al intento de un 2 x 1 para los genocidas. Del juicio por las desapariciones en Ford (donde se juzgaron civiles empresarios) a los discursos negacionistas de la formula presidencial.
Este 24 de marzo lejos está de ser uno más. Hubo una salvaje agresión a una militante de HIJOS en vísperas de la movilización. Rosario se militarizó nuevamente con la figura de un enemigo interno, el “narcoterrorista”, que extrañamente habita las barriadas populares saliendo en fotos de peliculescos allanamientos, pero jamás una cámara muestra los barrios residenciales donde habitan los que financian, lavan y fugan el dinero mal habido.
Una vicepresidenta abiertamente videlista, un presidente negacionista. Hay constantes escenas de represión a los movimientos sociales y sindicales. Hay hostigamiento a periodistas, hostigamiento a intelectuales. Supervisión de la CIA en Argentina. Intervención norteamericana en el Río Paraná.
“Enciende los candiles que los brujos piensan en volver a nublarnos el camino”, versa la “Canción de Alicia en el país”. En Tesis sobre el concepto de historia, Walter Benjamin hace referencia al intento del Ángel de la Historia por procurar la redención de los vencidos: «Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde se nos presenta una cadena de acontecimientos, él no ve sino una sola y única catástrofe, que no deja de amontonar ruinas sobre ruinas y las arroja a sus pies. Querría demorarse, despertar a los muertos y reparar lo destruido».
Habrá que tomar apuntes de resistencia para defender la democracia. Una que no ha logrado educar del todo, dar de comer a todos los argentinos, pero que es definitivamente nuestra, obrera, madre, hincha de futbol, religiosa, nuestra. Vale la pena defenderla en cada acto, por más pequeño que sea, ahora y siempre.