«¡Tiwanaku, Tiwanaku, Tiwanakuuuu!», grita el nene en la parada de los minibuses y trufis del Cementerio General de La Paz. El voceador se llama Crispín y dice tener nueve años. Con su gorrito de béisbol y su chompa de universidad yanqui parece uno de esos raperos del Harlem, pero no es más que una wawa boliviana que tiene que trabajar para parar la olla de su casa.
«¡Tiwanaku, Tiwanaku, mister, Tiwanaku, Tiwanaku, diez pesitos, pase nomás!», y sin descanso rapea y abre la puerta de la camioneta, cobra los viajes y da el vuelto a los pasajeros. «Harto trabajo por el Willkakuti. Si hasta cinco pesitos he’cho hoy, amigo. Para el ají de fideo y un refresquito de desayuno, el resto para mi mamita», dice mientras una fina helada cae del cielo y se vuelve cristal en el techo de la camioneta.
«¡Completos!», grita Crispín y la movilidad empieza a escalar las empinadas calles de La Paz con destino final a la milenaria ciudadela de Tiwanaku, en pleno altiplano boliviano, a pasitos del eterno lago Titicaca. Sólo falta media hora para que «un nuevo día comience», 21 de junio de 2008 del calendario gregoriano, y poco más de siete para que los primeros rayos del sol den inicio al año nuevo andino, el Machaq Mara 5516.
Sol de noche
Hay un reflector que dibuja serpentinas fluorescentes en la noche del altiplano. Tiwanaku está cada vez más cerca. Los minibuses japoneses van repletos de estudiantes, familias y turistas que quieren festejar este Willkakuti, el retorno del sol. Todos abrigados y emponchados para soportar el frío. «Dos pantalones, tres medias, dos guantes, dos chaquetas. Este año el frío no me gana», cuenta Carlos, un contador paceño. ¿Pero es para tanto? «Prepárese, señor. El peor rato es a las seis de la mañana. Va a tener que tomarse harto trago para aguantar la helada, mi amigo», anticipa Carlos mientras acaricia las trenzas a su novia, una estoica cholita de pollera y ¡sin medias!, que duerme bajo un iglú de frazadas y camperas.
El conductor del minibús avisa que para evitar el peaje y la trancadera de movilidades va a tomar un viejo camino, camel trophy que casi deja nuestra camioneta patas para arriba, pero que termina demostrando la experimentada muñeca del piloto. «Harto tiempo nos tomaría el camino principal y todavía puedo hacer dos o tres viajes antes de la salida del sol», confiesa el conductor poco después de depositarnos en la plaza de armas de Tiwanaku.
La luz del reflector nace de la boca del pantagruélico escenario montado en la plaza del pueblo. Una marea andina baila y canta al ritmo de una banda metalera llamada Octavia. Mega-festival marketinero. Globos gigantes con publicidades de teléfonos celulares y bebidas cubanas free. Detrás del escenario, Eulogia Quispe, la alcaldesa mayor de Tiwanaku, se frota las manos, quizá, para ganar un poco de calor corporal. «Queremos que la gente venga a recibir la energía cósmica solar para renovar la fuerza y la unidad del país. El Willkakuti es el evento más importante del pueblo y este año esperamos un record de visitantes, más de cincuenta mil, calculamos». Y es que con los turistas llegan también los ingresos: «Sesenta mil bolivianos, mister», ansía Quispe, algo así como 10 mil dólares, el 30 por ciento del presupuesto de la ciudad para todo el año.
Fiesta en Tiwanaku
“Es nuestro Woodstock, hermano”, explica Roberto, un estudiante de antropología que invita a compartir un trago de té frente a su improvisada fogata. El fuego se reproduce cada dos o tres pasos; son fogatas que intentan ganarle la partida a una sensación térmica que ya debe haber bajado a menos de cero. “Los abuelos y las abuelas de Tiwanaku sabían del solsticio y los esperaban con ritos. Así se empieza un nuevo año, hermanito, como lo marca la tradición aymara. ¡Y vivan nuestros ancestros, carajo!”, grita emocionado mientras agita un cartón para avivar la fogata.
A su lado, Manuel, ya todo un antropólogo hecho y derecho, se concentra en la fuerza de las llamas y parece más preocupado por rescatar la génesis de la fiesta: “Si seguimos la memoria oral, éste sería el año aymara 40.016, pero se acepta el 5516. En la cultura aymara, un sol simbolizaba mil años; si la conquista fue en el año 5000, recibiríamos el 5516. Hace cincuenta años, las ceremonias no eran masivas, ni siquiera eran indígenas los que venían, más bien eran gente de la ciudad que hacía una suerte de ritual para recibir al sol”, explica mientras convida algunas hojas de coca para ahogar el mal de altura.
Rey sol
En aymara, Tiwanaku quiere decir piedras paradas. La ciudadela enclavada a más de 3500 metros de altura era la antigua capital de la cultura tiwanakota, un pueblo preincaico que supo habitar el altiplano desde el año 1500 a.C. al 1200 d.C. «Tiwanaku no es una ciudad muy grande, pero está formada de edificios en piedra memorables, circundados de muros gigantescos. En la ciudad hay varias estatuas de ídolos más altas que la figura humana, tanto que parecen haber sido esculpidas por grandes maestros. Mi conclusión es que esta ciudad es la más antigua de todo el Perú. Aquí se dice que antes de que el pueblo de los Incas reinara, estos edificios ya estaban construidos. Escuché decir que los muros y los edificios de Cuzco fueron hechos en semejanza a éstos, pero ninguno fue capaz de decirme quién en realidad construyó Tiwanak», confesaba el escritor español Piedro Cieza León, primer occidental que visitó el pueblo en el lejano 1549.
Durante la conquista española, el Willkakuti fue tolerado en sus primeros años, para luego ser declarada como acto de herejía en 1543. Los siglos han pasado y la prohibición de los conquistadores ha sido vencida, sobre todo por un pueblo como el aymara, que se digna de haber soportado el acecho de los europeos por más de cinco siglos.
«Es que la conquista ha terminado, ha comenzado el Pachakuti. La revolución, pero no una revolución made in USA, made in Europa o made in China, o sea made in fuera del Tawantinsuyu. La revolución viene de nuestra tierra, y el tiempo está cambiando», explica Manuel justo antes de comenzar a bailar en una ronda de sikuris, con las melodías de quenas y sikus que parecen llegar de un pasado no muy lejano. Porque el tiempo de los pueblos andinos no es el mismo que el del resto del planeta, es un ciclo que avanza desde un presente casi absoluto y eterno, y va hacia un futuro ignoto. Por eso el pasado es lo que está por delante, los andinos viven siempre de cara a un pasado conocido, al que invariablemente se retorna. El Pachakuti es la vuelta a ese pasado glorioso, el mundo que se da vuelta, el final de un tiempo y el inicio de un nuevo ciclo.
«Tata Wiracocha nació de las aguas del lago Titicaca para encender las estrellas, la luna y, por supuesto, al Tata Inti, el Sol. Wiracocha creó a hombres y mujeres usando piedras. Pintó sus vestimentas, les dio hartos colores y formas a sus cabellos; les enseñó una lengua y cantos, y después mandó que se sumergieran bajo tierra, para que salieran adonde tenían que vivir, y salieron aquí, así nació Tiwanaku», explica Juan Choque, un viejito de arrugas tatuadas que hace treinta años que visita el pueblo para recibir las caricias de los primeros rayos del sol. «Al terminar su obra, Wiracocha se fue hacia el oeste, dicen que para el mar, aunque mi tatita me decía que Wiracocha volvió a su origen. Caminando sobre el Titicaca, se debe haber perdío en las aguas del lago, y si se fija bien, todavía anda por ahí».
La casa del sol naciente
La fila para llegar al Templo de Kalasasaya, el centro neurálgico del festejo del Willkakuti, es de casi diez cuadras a las seis de la madrugada. “Mister, mister, extranjeros cuarenta bolivianos y nacionales a diez”, avisa Juan Mamani, un policía sindical que enfundado en su poncho rojo hace ordenar las filas para el ingreso. «Con tanta gente que viene, ha debido de cambiar. Antes era de más meditación; pero lo importante es que se celebra el año nuevo andino en todo el país”, explica Ramiro, un moreno venido desde Las Yungas, una región selvática cercana a La Paz. Ramiro transpira agitando los tambores a ritmo de saya. “Hay que unirse, apoyar al pueblo. ¡Evoooooooo presidente!», grita mientras dos morenitas bailan dando vueltas a una fogata cerca del ingreso al templo. ¿Vendrá Evo? «Como todos los años, mi amigo. Cerca de las seis y media, sólo hay que esperar por el helicóptero que baja del cielo», y señala la cumbre de la Cordillera Real que comienza a aparecer en el horizonte.
La imponente Puerta del Sol se erige sobre una pequeña pampa en el corazón de Kalasasaya. Las marchas castrenses de una banda de la desaguada Armada boliviana se mezclan con la suave brisa de las quenas y el lento repique de los tambores de cuero. En el centro de la meseta, los sabios amawt’as (sacerdotes andinos) esperan con ansiedad la llegada del presidente Morales. Depositarios de los milenarios saberes andinos, los amawt’as encarnan la identidad cultural del pueblo aymara. Reunidos cerca de un pequeño altar, el consejo de sabios pijcha hojas de coca y prepara las ofrendas que entregarán al fuego justo cuando los primeros rayos de sol despunten por detrás de los cerros.
Un pequeño set televisivo transmite en vivo la ceremonia para todo el país. Mónica Medina es la star máxima del Canal 4 boliviano. Enfundada en un grueso tapado de piel de zorro blanco, con botas y gorro al tono, consulta a los amawt’as sobre las predicciones para el nuevo año. «Hay que esperar la salida del sol, hermana. Pero creo que será un buen año. No ha hecho tanto frío, no va a haber granizada, vamos a estar bien», vaticina Lucas Choque, la autoridad máxima de los sabios reunidos en Tiwanaku. Medina cierra la entrevista y pide la tanda publicitaria. Al segundo, su asistente personal corre con un vaso humeante de café para mantener la temperatura de la diva.
«Hay que tener cuidado, sobre todo con el pachamamismo que se expandió en los últimos años, algunos se aprovechan», asegura Miguel, un salteño con «poderes» según se define, que desde hace nueve años viaja casi mil kilómetros para recibir el año nuevo en Tiwanaku. «Los amawt’as son gente de bien, bueno, no todos. Se cuenta que el año pasado apareció en la ceremonia un príncipe maya de Guatemala diciendo que un reconocido amawt’a le había robado su cetro de oro. Fue un escándalo, parece que el cetro es el que se utilizó en la ceremonia en la que Evo fue nombrado presidente, aquí mismo. Creo que al príncipe lo arreglaron dándole un centro decorado con piedras preciosas. Hay de todo en este tipo de fiestas», explica Miguel mientras la claridad empieza a asomar. Miguel se despide porque dice que tiene que conseguir un buen lugar para recibir la energía de los primeros rayos del sol. «Allá, en mi Salta, me dicen el brujo. Tenga un buen año», desea con su bastón en alto.
Here comes the sun
«Ya salió el helicóptero del presidente desde La Paz», grita uno de los asistentes de la televisión. Los sikuris y sus vientos comienzan a sonar y un mano a mano se entabla con la banda de la Armada. Pero de repente, el silencio gana. El helicóptero que trae a Evo viene llegando desde el este. La escena es digna de Apocalipsis Now!, pero sin los acordes de La cabalgata de las valkirias como banda de sonido.
Evo llega acompañado por dos o tres ministros. Cientos quieren tocarlo pero son frenados por la guardia pretoriana del presidente. Hay dos cholitas grupies que lloran desconsoladas. «Lo vimos, lo vimos al hermano Evo». El presidente extiende los brazos y saluda hacia los cerros. «¡Evo, Evo, Evo!», y baja el alarido desde las laderas que envuelven el templo cuando ya la claridad es total, pero el Tata Inti todavía no se asoma desde la cordillera.
Saludos de cortesía de Morales al Consejo de Amawt’as y las delegaciones diplomáticas, con la comitiva cubana abrigada como si estuvieran en el Polo Sur. Se canta el himno y se izan la bandera de Bolivia y la multicolor Wiphala de los pueblos originarios, algo impensado hace apenas tres años, cuando la llegada de Evo a la presidencia marcó un antes y un después en la revalorización de las culturas indígenas de todo el país.
Siete en punto de la mañana. Ahí viene, ahí viene el sol y una ola de brazos se elevan para recibir su energía. «Jallalla, Machaq Mara viva el Año Nuevo—. ¡Que la luz del Padre Sol ilumine nuestros corazones y nos depare un futuro mejor y lleno de satisfacciones y buenaventura a nuestra Bolivia unida, a todo el mundo, a todo el planeta. Es la energía que nos va a unir, nos va a sanar como seres astrales», agita el sabio Choque desde el altar de ceremonia.
Evo Morales acerca algunas ofrendas al fuego encendido por los sabios, mientras varios amawt’as y yatiris bendicen a los peregrinos: «Será un buen año, buen año de cosecha, reciba la energía cósmica». Feliz año bajo este sol tremendo.