El director George Romero, quien con La noche de los muertos vivientes (1968) reinventó el cine de zombis y por tanto es considerado el creador de este subgénero del terror, solía afirmar que sus películas no se centraban en los muertos vivientes, sino en las formas en que los humanos reaccionaban ante los desastres y lo que consideraban diferente a ellos. También trataban sobre miedos individuales ancestrales y sobre los terrores sociales de cada contexto histórico. En su ficción cinematográfica pionera y más famosa, unos cadáveres salían de sus tumbas para devorarse a los vivos. Era el Estados Unidos de la más radical lucha en defensa por los derechos civiles –y el del auge de la contracultura y el movimiento hippie– y la película finalizaba cuando el héroe protagónico encarnado en un afroamericano era abatido por un disparo a manos de una banda de blancos que se asemejaban bastante a los racistas que frecuentemente linchaban a los negros. El hecho de que La noche de los muertos vivientes se estrenara poco después del asesinato de Martín Luther King habilitó más que nunca la lectura política y la volvió una de esas películas paradigmáticas que parecen dar cuenta de una época.
En ese mismo sentido, una de las claves del éxito masivo de The Walking Dead (1910-1922) es la posibilidad de hacer lecturas sociohistóricas de la ficción en clave del presente de su producción. Es decir, en pensar qué representarían los muertos vivientes para las sociedades contemporáneas: ¿los pobres? ¿Los marginales? ¿Los excluidos? ¿Los viejos? ¿Los discriminados por enfermedades estigmatizantes? Y también sopesar y analizar la reacción de los vivos que, con tal de mantener la supervivencia, son capaces de cualquier cosa. No casualmente, la serie se ambienta en una sociedad postapocalíptica que puede leerse como una metáfora de la crisis o el final de la democracia o el reinado absoluto del «sálvese quien pueda» caníbal de las más radicales sociedades neoliberales.
La perdurabilidad de The Walking Dead quedó de manifiesto en once temporadas, varias series derivadas y en dos secuelas de la serie original: The Walking Dead: Dead City (2023) y The Walking Dead: Daryl Dixon (2023). Como broche de oro a esta trilogía se suma ahora The Walking Dead: The Ones Who Live, la miniserie de seis episodios que tiene como novedad los ansiados retornos de Rick Grimes (Andrew Lincoln) el icónico protagonista de la serie madre durante nueve temporadas y de Michonne, la única mujer con la que podría haber sido feliz. Como recuerdan los fanáticos y algunos espectadores, la última vez que se lo vio a Rick fue en la novena temporada allá por el 2019 cuando tras hacer explotar un puente terminaba siendo rescatado por un misterioso helicóptero y llevado a un paradero desconocido. A través del puente, este Orfeo estadounidense era contemplado por última vez por su Eurídice-Michonne quien poco después partió en su búsqueda y también desapareció del universo Walking Dead. De esta manera, la pareja central se despedía de la serie dando lugar a largos ríos de tinta e hipótesis de los fans en relación con sus destinos.
El episodio piloto de The Walking Dead: The Ones Who Live titulado «Years» resuelve finalmente el largo suspenso respecto del misterio de Rick: fue capturado por la CRM (Civic Republic Military), la organización militar de la República Cívica. Allí le han lavado el cerebro y tanto el Mayor General Beale (Terry O´Quinn), líder de la República Cívica Militar como la suboficial de la CRM Jadis Stokes (Pollyana McIntosh), eterna enemiga personal del protagonista, lo obligan a trabajar para ellos. Sin embargo, Rick no pierde las esperanzas de escapar y reencontrarse con su amor.
A su vez, Michonne, cual una Sophia Loren en Los girasoles de Rusia devenida asesina de zombis y vivos malvados, emprende un viaje en solitario para encontrar a Rick del que no sabe nada, pero a quien su corazón se niega a dar por muerto. ¿Acaso Rick y Michonne se transforman en los verdaderos zombis al estar separados?
Creada y escrita por Scott M. Gimple, showrunner de The Walking Dead entre las temporadas 4 y 8, la tensión y trama principal de la flamante miniserie gira en torno a la búsqueda mutua de los amantes y a las amenazas siempre crecientes que deben enfrentar para finalmente reencontrarse. En este sentido, más que ahondar en un trasfondo argumental The Ones Who Live juega con la larga expectativa de los espectadores más fieles por ver finalmente junta a la pareja más mentada (en ese sentido hay que ver si cinco años no han sido demasiada espera). Para ello cuenta con las soberbias actuaciones de Gunira y Lincoln y con la siempre vigente química en la pantalla entre ambos. Un episodio diferente y que merece mención aparte es el cuarto, escrito por la propia Gunira. Explora las vulnerabilidades de Michonne y recorre la historia de amor y ahonda en la naturaleza del amor que trasciende tiempos y espacios entre ella y Rick.
Con una cuidadísima fotografía y una ambientación postapocalíptica de calidad cinematográfica, con las matanzas a los zombis y humanos y las reminiscencias al gore y al western que caracterizan a la serie, la nueva expansión del universo Walking Dead seguramente satisfará las expectativas de los fans al volver a reunir al dúo más icónico y narrar finalmente la culminación de su historia. Para los demás puede ser una oportunidad de hacerse la filosófica y ancestral pregunta de si es posible el amor en un mundo que se cae a pedazos o, dicho de otra manera, si el amor puede actuar como redención en tiempos catastróficos para la humanidad. Pregunta bastante pertinente para la atribulada época que vive nuestro país.
The Walking Dead: The Ones Who Live
Creada por Scott M. Gimple, Danai Gurira y Andrew Lincoln. Protagonistas: Andrew Lincoln, Danai Gurira y Pollyanna McIntosh. Lunes a las 22 por AMC. Próximamente en Prime Video.