Primero hay que decir que Giancarlo Esposito puede no brillar en todo lo que hace, pero seguramente nunca decepciona, lo que hace subir el piso de cualquier obra en la que participe. Segundo, que tal vez pocos como Guy Ritchie son capaces de realzar la propia impronta de un actor, en este caso del nacido en Dinamarca. Tercero, arriesgar que de ambas oraciones se desprende que la muy buena serie que lanzó Netflix el pasado 7 de marzo tiene la mejor definición del estilo Esposito del que tanto disfrutamos en los últimos años: refinamiento con agresión. La definición se la da el mismo Esposito a Theo James (como Eddie Horniman, personaje principal) ante una mesa de billar en la que le quiere explicar las conveniencias (e inconveniencias si no lo hace) de venderle la mansión que heredó.
El sello Esposito
Esposito no heredó sus dotes actorales, más bien los supo construir. Como Ritchie los suyos como narrador. Y ambos se parecen en las formas de construir su estilo: hacer más o menos siempre lo mismo de diferente manera. Así Ritchie divierte y entretiene (al menos nunca llega a aburrir), mientras que Esposito hizo de ese estilo de refinada agresividad el inefable Señor Pollo de Breaking Bad que lo llevó a la fama y el reconocimiento mundial. Claro que hizo otros personajes que llenó con su estilo, pero ese es el que quedó en el imaginario popular y el que hoy Ritchie vuelve a reflotar pero de otra manera, aprovechando las posibilidades narrativas que la explosión de la cultura audiovisual a nivel mundial permite: jugar con el pasado de un actor siendo otro personaje conservando similitudes pero marcando algunas diferencias, a fin de mantener, en la ficción, la continuidad de un relato, una especie de evolución.
Esposito lo explica en algunas entrevistas con la misma elegancia y dedicación con la que trabaja su estilo, mostrando que no sólo es consciente de sus habilidades, sino que también reflexiona sobre ella y las estudia a fin de profundizarlas.