Ramona (14 años), Susana (13), Mario (11), Ramón (8) y Miguel (7) fueron dejados solos cuando una patota represora se llevó a su mamá, María Ceferina Páez, y a su papá, Luis Medina. Graciela (15), Miguel Alfredo (8), José Santiago (6) y Rodolfo (5) fueron secuestrados con su mamá y su papá, Elba Medina y Miguel Páez. Lo mismo pasó con Mario (14), primo del resto e hijo de Catalino Páez y Juana Medina. Sus hermanos y hermanas Mónica (12), Ramón (10), Carlos (8), Alberto (5), César (3) y Ceferino (un año y medio) quedaron abandonados a su suerte tras presenciar detenciones y torturas. Solo en un grupo familiar, 16 infancias padecieron el accionar represivo directo de la última dictadura. Algunas pasaron por centros clandestinos, otras sufrieron la violencia y el abandono en sus casas. Forman parte de un grupo poco presente en la memoria colectiva: el de niñas y niños que no fueron víctimas de apropiaciones, sino de otras formas del terror estatal sobre sus cuerpos.
Los casos de la familia Páez-Medina forman parte del juicio pendiente conocido como Laguna Paiva II, por crímenes de lesa humanidad cometidos en febrero de 1980 en Santa Fe. Emergieron en el marco de la causa previa, que investigaba los secuestros y torturas a once personas de esa localidad, en su mayoría militantes del PRT.
“A partir de la primera elevación del juicio, todo el núcleo Páez-Medina empezó a juntarse. El único caso de los chicos en la primera elevación fue el de Mario, pero nadie había declarado, nunca se habían acercado a la Justicia. Cuando comenzaron a hablar tomamos dimensión de lo que estaba ocurriendo. La causa dio un giro y todo el mundo empezó a decir ‘acá hubo algo feroz’, la represión genocida a las infancias”, contó a Tiempo el abogado Federico Pagliero, de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) de Rosario. “No solo hubo abandono, tormentos, también situaciones de violencia sexual hacia niñas. Las infancias sufrieron un montón. Tuvieron la valentía de declarar en el debate, en la instrucción y gracias a eso pudimos hacer una reconstrucción de la historia (…) Están luchando para que se haga este juicio, reconociéndose como sobrevivientes”.

Fantasmas y pesadillas
Desde febrero de 1980, cuando una patota irrumpió en su casa rural, hasta 2012, cuando empezó a hablar, Graciela Páez tuvo pesadillas. Sentía el miedo de aquella madrugada cada vez que veía un auto acercarse. Convivió con esos fantasmas desde los 15 años y hoy espera que se concrete el juicio por los crímenes del terrorismo de Estado sobre sus hermanos, hermanas, primos y primas.
“Yo tenía 15 años, ni sabía cómo eran las cosas, no había terminado la escuela. No tenía ni noción de lo que pasaba. Fueron muchos años de pesadillas y miedo. Ahora ya no. Creo que hasta que empecé a declarar las tuve. Hasta poder desahogarme, contar lo vivido. Esperemos que salga a la luz”, dice Graciela, a sus 60 años.
Ella recuerda la venda en los ojos y la sábana con la que la envolvieron para la tortura, después de obligarla a desnudarse. Su hermano Miguel Ángel, por entonces de ocho años, se acuerda del tipo flaco, alto y narizudo que les disparaba a las tazas de chapa en las que tomaban la leche. Su testimonio ayudó a identificar a uno de los represores del operativo, Eduardo Riuli.
Graciela y sus hermanos menores fueron llevados a distintos centros clandestinos. Sus primos y primas, en cambio, fueron dejados solos. “No encontramos ningún antecedente en relación al delito de abandono”, señala Pagliero. Cuando se disponga la fecha del juicio –cuya demora está generando preocupación- se juzgará a los represores también por dejar a esas infancias abandonadas, tras arrancarles a sus mamás y papás.
Las ‘otras’ infancias
«Necesito que la Justicia me incluya a mí en el lugar donde corresponde, en ese departamento que era mi casa, de donde me llevaron no sé si en brazos de mi mamá. No sé si me separaron de mi mamá. No sé lo que pasó conmigo todas esas horas, son el agujero negro de mi vida (…) Yo no era la estufa. Soy una persona, yo estaba ahí, a mí me llevaron”, declaró Mariana Eva Pérez el año pasado, en el marco del juicio a los genocidas de la Aeronáutica de la Zona Oeste del Conurbano que secuestraron y desaparecieron a su mamá, Patricia Roisinblit y a su papá José Manuel Pérez Rojo, y se robaron a su hermano durante la última dictadura. También a ella, durante ese agujero negro. Que se dio en tantos casos.
“Creo que paradójicamente lo que hizo menos visibles –son hipótesis- a las ‘otras’ infancias fue la demanda de Abuelas y de otros familiares que lograron instalar el problema de los niños desaparecidos y que eso quizás eclipsó toda otra variedad de situaciones que atravesaron las infancias”, analiza la sobreviviente y escritora en diálogo con Tiempo.
“Cuando pienso en estas ‘otras’ infancias –define- pienso en niñas, niños y adolescentes alcanzados de manera directa por el accionar terrorista de Estado en su propio cuerpo. Pero de maneras muy diversas, que no estamos acostumbrados a contemplar”. Por ejemplo, describe, “que tu mamá o tu papá o ambos estén secuestrados en la ESMA y puedan hacer ‘visitas’, que los lleven a sus casas los represores como parte de un pseudo proceso de recuperación, como forma también de controlar y amenazar a las familias, de expandir el campo hacia los hogares”.
Con el ‘agujero negro’ que forma parte de su propia vida, su mirada se enfocó en esas infancias especialmente desde que es mamá. “Me parece no solamente importante por una cuestión de justicia, de reparación histórica, poner el foco en estas infancias. Sino que me parece también estratégico para demoler cualquier intento de reinstalar la Teoría de los Dos Demonios. No se trató de reprimir el accionar terrorista de las bandas subversivas sino de Terrorismo de Estado entrando a nuestros hogares de noche, donde había niños durmiendo. Cuando uno ve la pintura completa, cuando nos ve a las infancias en esa situación, queda claro el accionar absolutamente ilegal y terrorista del Estado ingresando a nuestras casas y disponiendo de chicas y chicos como si fuésemos cosas que se pueden dejar ahí, dar a un vecino, tirar en el camino o devolver”.
Mariana busca reconstruir y recuperar esas historias para “tratar de reparar -sabiendo que es imposible- algo de aquello que les pasó a niños y niñas, para ponerle nombre a esas cosas y empezar a armar un relato, para que se inscriban en la memoria colectiva, que no están, y a veces ni siquiera en la personal”. De hecho, cuando declaró el año pasado y se vio reflejada en la transmisión de La Retaguardia, le impactó ver el zócalo que la describía como sobreviviente. “Por más que vengo hablando de las infancias sobrevivientes, no me suelo presentar así. Y me impactó. Y claro que soy sobreviviente. De hecho, fui la única sobreviviente de mi familia, a todos los demás se los llevaron. Pero todavía me cuesta”.