Disfraces. El de hijo, madre o pareja. Ese esfuerzo por cumplir con la vida esperable. Hasta que no se soporta más. Asoma la fisura, se impone el dolor y la pérdida, se acepta el vacío de la existencia. “En algún lugar el cielo se acaba”, confirma en plena tormenta –climática y emocional– uno de los protagonistas de El Lado solitario del río, primer libro de cuentos de Fabio Wasserman, y plantea, sin decirlo, la pregunta que angustia a todos: dónde ir en busca de consuelo.
Publicado por Corregidor, El lado solitario del río, reúne nueve cuentos sobre la crueldad de la vida y los modos en que las personas lo enfrentan. La orfandad, el deterioro o la incomunicación pueden contarse con golpes por debajo del cinturón: detalles escabrosos, descripciones truculentas, prosa lastimera. Wasserman, en cambio, prefirió mantener a flote a personajes que hacen todo lo posible por hundirse de la mejor manera posible: con poesía.
“Cuando un chico se pierde camina a favor del viento”, es lo que le decía la madre que ya no está al hijo que la sigue buscando en El cielo que aún no llega, probando que una frase hermosa da más sentido al relato que un llanto conveniente o un monólogo sepulcral.
En el cuento que inaugura y da nombre al libro, el abandono vuelve a ser el tema, pero esta vez la ausencia definitiva es la del padre. “Estaban rompiendo la vereda cuando llegó el cartero. Fue por eso que no oímos el timbre y el sobre pasó por debajo de la puerta como pasa el polvo, sin ruido. Llevaba mi nombre. Lo abrí y leí para adentro, mientras Majo se pintaba para salir. Era del cementerio y con pocas explicaciones decía que debía retirar las cenizas de mi padre. Lo dejé sobre la cómoda del living, junto a las boletas que se iban acumulando”, empieza el narrador, adelantando el tono indolente, sin amagues de quiebre. Como enseñó Chéjov, casi siempre la máxima expresión de la felicidad o de la desgracia es el silencio.
La solapa del libro destaca que Wasserman, de 55 años, estudió sociología, compuso poemas para tangos, aprendió a tocar el bandoneón. También que entrevistó a Jorge Luis Borges y que fue discípulo de Juan José Manauta y Pablo Ramos, con quien además fundó Del subsuelo Editores. En la contratapa, Ramos celebra que su socio “avanza sobre los detalles y los objetos transformando lo que debería ser ordinario o doméstico en un susurrado ensueño acuoso y colorido”.
Esa capacidad para el registro onírico aparece en Las noches, la reina y la mujer vestida de miedo, un relato disruptivo dentro del libro porque cuenta una partida de cartas fantástica entre Su Majestad y Don Nadie, personajes que llevan a pensar en el teatro de Samuel Beckett, tal vez el de más don para explicar la “tragedia” de la condición humana.
En El pez y la arena, el autor retorna a un realismo escueto para pintar ese infierno de dos que es la traición de uno y la incapacidad de perdonar del otro. “Es un momento, una imagen de ella sentada encima de un hombre. No tenía que habérselo contado, no tenía que haber dicho nada”. El lector se entera que ya no queda nada por salvar. Estamos solos. Al menos Wasserman convida un alivio: “Hasta un dolor se quiere”.