La escena es cada vez más frecuente: un cliente de un supermercado camina entre las góndolas, se detiene frente a un producto, lo toma y lo examina con atención, lee a fondo las señalizaciones y la etiqueta, pero luego, en lugar de depositarlo en el changuito, lo devuelve a la estantería y sigue camino.

Unos pasos más allá, frente a otro producto, repite los pasos y, de nuevo, sigue adelante, boyando por el local, como otros clientes alrededor. La escena se repite en supermercados a lo largo y ancho del país.

Entre diciembre y julio, la caída del poder adquisitivo llegó al 32,1% del salario, según el Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (CIFRA) de la CTA. Eso indica que en un año, el bolsillo del asalariado promedio perdió un tercio de su poder de fuego en el mercado.

Los resultados se expresan en los indicadores de consumo con una contundencia pasmosa que amerita una mirada a fondo.

Menos alimentos

El consumo de agroalimentos, principalmente frutas y verduras, cayó entre un 30% y un 40% en julio, según el Indicador de Precios de Origen y Destino (IPOD) de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME). Efectivamente, la gente destinó menos dinero a la compra de comida, en parte porque tuvo menos poder de compra, pero también porque se resistió a convalidar los precios, que estuvieron entre los más inflacionarios del mes.

En los barrios populares del conurbano bonaerense, habitados por sectores de la sociedad duramente golpeados por la caída de los ingresos, la suba de precios fue muy superior al aumento promedio de los alimentos de almacén y a los de la carne, según el Índice Barrial de Precios (IBP) del Instituto de Investigación Social, Económica y Política (Isepci).

Otro aspecto singular fue la caída del consumo de carne vacuna, la proteína animal predilecta del argentino promedio. La Cámara de la Industria de la Carne (CICCRA) consignó que el mercado interno consumió 1,248 millones de toneladas entre enero y julio, con un retroceso del 14,4%; la caída más importante de los últimos 26 años. En el mismo período, la CAME midió una contracción del 17% interanual.

La baja de las compras de carne vacuna se produjo a pesar de que el producto aumenta menos que otros alimentos. Esto dice mucho sobre la contracción del bolsillo, pero también sobre el avance de otras carnes menos preferidas por los argentinos, como la de pollo, cuyo consumo, según algunas fuentes privadas, está en 50 kilos anuales por habitante, todo un record, aunque para otras fuentes, vende tan poco como la carne roja.

Leche y pan en caída libre

El consumo de leche presentó una caída del 14,4% en el período enero-junio en relación con el mismo tramo del año pasado, que el último Reporte de Lechería de CREA (Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola) atribuye a la combinación entre el aumento de precios y la levedad salarial. La caída en este caso fue especialmente dura en leches en polvo y otros lácteos cuyas ventas se derrumbaron 27,3% y 21,6% respectivamente.

El deterioro del poder de compra del salario en relación a la canasta lechera fue del 22,1% interanual, remarcó CREA.

La gente también limitó considerablemente el consumo de pan, que presenta una baja del 50% en lo que va del año y llega hasta el 80% en productos de pastelería, facturas y otros como los tradicionales sándwiches de miga, según el Centro Industriales Panaderos del Norte (CIPAN).

El secretario General de la entidad, Martín Pinto, interpretó el congelamiento como una respuesta del público en contra del traslado de los costos de producción al precio final.

Los aumentos, no obstante, van a seguir en el futuro debido a las subas programadas del gas y de la luz, confió el industrial a Tiempo.

Pinto calificó el escenario actual como el peor de los últimos 30 años, superando la crisis que siguió al estallido de 2001, y definió el panorama de los próximos meses como de total incertidumbre.

El informe de Ventas Minoristas de CAME correspondiente a julio aportó que el rubro Alimentos y bebidas se derrumbó 20,9% en un contexto de menor consumo de proteínas y más ventas de harinas y polentas.

Los nuevos clientes

En el análisis, CAME observó un cambio importante en la conducta de la demanda, con clientes que piensan y regulan más sus compras, y un traslado importante de las ventas a las segundas y terceras marcas, así como también a productos que se utilizan para elaborar comidas más baratas y rendidoras.

El informe de la entidad también aportó otros datos del consumo minorista, como las ventas de medicamentos. En ese caso, la caída fue del 26,4% en el séptimo mes, con especial impacto en el despacho de suplementos y vitaminas no esenciales y medicamentos de venta libre como analgésicos.

El rubro que más cayó en el mes fue, no obstante, perfumería, que registró una pérdida interanual del 32,6%. Los comerciantes consultados por CAME dieron cuenta de un mercado prácticamente paralizado que arrastró también las ventas de cosméticos y maquillaje de primeras marcas.

Otras caídas importantes del mes se registraron en rubros como equipos de telefonía celular y aparatos de TV, con un descenso de las ventas del 50% en el primer semestre del año, según la consultora Nielsen. También en productos textiles y de indumentaria, con una baja del 39% de acuerdo con la Fundación Proteger, y en calzado, con un declive que según las fuentes estaría entre el 30% y el 45% en 2024.

Industria-industria

Hay otros indicadores que dan cuenta del desplome de las ventas minoristas, como los despachos de productos que compran las fábricas y otras empresas para embalar los artículos que colocan en el mercado.

La empresa Argenpack Corrugados, que provee de cajas a Mirgor, Toyota, DirecTV, Iveco y Samsung, entre otras empresas, apreció una caída de sus ventas del 30% en volúmenes entre marzo y julio. 

El dato supone un empeoramiento severo de la situación después de un comienzo de año con caídas del 5% en enero y febrero, explicó a Tiempo el director comercial, Carlos Cacace.

El derrumbe, señaló el directivo, “es resultado de la caída de la actividad económica en general, que arrastra las ventas de cajas de cartón corrugado. En el caso de los envases flexibles de polipropileno para galletitas y snacks, las caídas son del 50%, nuevamente, por la complicación de la actividad y por la falta de reposición de stocks debido a la menor rotación”.

A futuro, la mirada de las empresas que venden a otras empresas coincide con la de las empresas que le venden al público masivo: “No vemos chance de repunte en el segundo semestre”, sentenció Cacace.

Términos prácticamente idénticos utilizó una fuente de la industria del poliestireno expandido (popularmente conocido como telgopor), proveedor de grandes fábricas locales, que en mayo esperaba un crecimiento del 20% para fin de año del sector de bienes durables (heladeras, cocinas, lavarropas, etc), pero ahora vaticina un amesetamiento para lo que resta de 2024 y un repunte recién a fines de 2025. El mercado de consumo masivo, en cambio, daría señales de crecimiento, aseguró. «

Las jubilaciones están hundidas

Más de 5 millones de jubilados y pensionados están bajo la línea de pobreza, según estimaciones de la Defensoría de la Tercera Edad, que elabora una canasta básica cuyo valor rondaría los $ 800.000 mensuales, mientras que la jubilación mínima en agosto de 2024 fue de $ 225.497,54. Incluso con el bono de $ 70.000, que eleva el ingreso a $ 295.000, esta cifra está muy por debajo de lo necesario para cubrir los gastos básicos.

Eugenio Semino, defensor de la tercera edad, afirmó que 5 millones de jubilados y pensionados se encuentran bajo la línea de pobreza. A esta cifra se suman 500.000 personas que cobran la Pensión Universal para el Adulto Mayor (PUAM), que equivale al 80% de la jubilación mínima, y un millón de personas con pensiones no contributivas que perciben solo $ 220.000 mensuales, lo que agrava aún más su situación.

Semino dijo que la situación económica de los jubilados se ve reflejada en la malnutrición que sufren muchos de ellos. Señaló que entre el 80% y el 90% de los mayores son hipertensos o tienen problemas de colesterol, pero la insuficiencia de sus jubilaciones les impide acceder a alimentos adecuados para mantener su salud. Además, enfrentan dificultades para comprar medicamentos y pagar servicios básicos como la calefacción, lo que contribuye a un deterioro general de su calidad de vida.