El colectivo (la “guagua”, como se los llama en Cuba) P1 lleva hasta el barrio de Miramar. Está un poco lejos de La Habana vieja pero el viaje es placentero y pintoresco. No es cómodo, porque la guagua está atiborrada, siempre. El pasaje cuesta unos pocos pesos cubanos. Por lo general, alcanza para viajar con un billete de tres pesos, que es de color rojo, por el frente tiene la mítica imagen de Guevara que se convirtió en camiseta y souvenir, y por el anverso lo muestra al Che desmalezando a machete unos matorrales. En Miramar están los estudios Ojalá. Cada mañana, en esa casa sobria, Silvio Rodríguez (75 años de edad, una cámara fotográfica en sus manos, barbijo y anteojos permanentes) graba, compone, corrige y crea.
La pandemia contribuyó a retomar proyectos demorados en el tiempo. “Uno incluso de hace 30 años, de 1991. Ese fue el disco que saqué hace poco con un grupo maravilloso, que ya no existe, Diákara. El director, ‘Oscarito’ Valdés, murió. Le cambiamos algunas cositas para mejorar el sonido pero estaba hecho y era por falta de tiempo que no lo terminábamos”, revela el cantautor en una entrevista exclusiva para Tiempo.
–En algún recital, cuando presentabas la canción “Playa Girón”, decías que un trovador se nutre de la música, la poesía y la historia. Este es un momento histórico muy particular. ¿Cómo se hace arte en un contexto de pandemia?
–Depende de las circunstancias en las que esté cada persona. Yo, por mi edad y una serie de achaques, he tenido que parar completamente. Pero hay jóvenes que siguen trabajando, viajando. Es otra circunstancia. Yo he tenido que invertir mi tiempo en trabajo pendiente. Me imagino que los que son más jóvenes y tienen más fuerza, energía y más vida por delante estarán viviendo, quizás no a todo tren, pero a media máquina por lo menos. Es lo que yo hubiera hecho si tuviera 25 o 30 años.
–¿Eso hubieras hecho?
–Seguramente. ¿Cómo no me voy a meter en la vida? Aunque me cueste la vida. Pero he tenido que suspender hasta los conciertos que hacía en los barrios todos los meses. El último fue en marzo de 2020.
–¿Vas a retomar esos conciertos barriales?
–Tengo un poquito de aprensión. Ser el responsable de la convocatoria de la gente te responsabiliza también con las consecuencias. Y tener en la conciencia que por culpa de una reunión que uno convoca se pueda enfermar gente, niños incluso, es un poco fuerte para mí.
–En 1985 estuviste en la Argentina con el grupo Afrocuba y con Santiago Feliú. En una conferencia de prensa, una periodista te preguntó si la revolución solo era posible por las armas. Tu respuesta fue: “Las recetas, solo en la cocina”.
–Ocurre que después de la nuestra, la única revolución que se concibió así fue la de Nicaragua. Luego, todos los procesos han sido por vías normales, democráticas, el voto. Y lo de Nicaragua fue casi milagroso en aquel momento. Llevaban una lucha guerrillera de muchos años y hubo una convocatoria internacional fuerte, mucha gente de muchos países confluyó.
–¿Cómo juegan las experiencias actuales de Venezuela y Nicaragua en la actualidad de Cuba, tomando como referencia aquel sueño de la revolución?
–La realidad es muy diferente a lo soñado. Hace 60 años se decía que el imperialismo se estaba cayendo, pero realmente ha pasado más de medio siglo, y nada. Lo único que resulta parecido a las predicciones es aquello que decía Lenin: que el fascismo era la última etapa del imperialismo. Todo lo que está ocurriendo en los Estados Unidos, incluso a nivel de conciencia de grandes sectores, apunta hacia una especie de brote del fascismo.
–El camino al fascismo parece corto y los procesos para revertirlo, demasiado largos.
–Y sobre todo muy complejos en la realidad actual, donde la relación de fuerzas en el mundo es tan diferente y donde hay armas nucleares también, que es un asunto tremendamente delicado.
–¿Qué fue de aquel sueño de la solidaridad?
–Hay gente solidaria.
–Es cierto, pero hay pocos países con aquel concepto de solidaridad.
–Ocurre que al predominar la economía a través de los bancos, la dominación económica más bien capitalista, el péndulo suele inclinarse hacia relaciones más de conveniencia.
–¿Es un fenómeno económico? Cuando cantabas “con todas las banderas trenzadas de manera que no haya soledad” no estabas hablando de economía. Aquello era una postura casi diría que filosófica.
–Pero sigue predominando la dominación. La mayoría del mundo sigue siendo capitalista, y entonces el meollo del capitalismo es económico. Lo decía Margaret Thatcher: “La gente piensa que es político y no es político, es económico”. Es un problema de supremacía económica. Una economía diseñada y concebida a partir de la competencia total del consumismo. Eso le hace un daño muy grande a la naturaleza también. Son muchas cosas las que están en juego.
–¿Hay contrapeso posible para eso?
–Habría que ver qué pasaría si todo el mundo se volviera socialista. Si un socialismo predominante en el mundo vendría con una mentalidad correcta. Porque hay países que tienen aspectos del socialismo muy fuertes, como China, y sin embargo es uno de los que más daño le hace a la naturaleza. Habría que ver si lo que está ocurriendo se debe a la pugna con la gran potencia capitalista o si es que se trata de un formato realmente inherente al desarrollo, y no va a cambiar.
–En la Argentina, la pandemia ha servido para explicar –en buena medida– por qué no se concretaron las expectativas generadas por el actual gobierno. ¿Es posible trazar un paralelismo entre ese efecto de la pandemia con el bloqueo que sufre Cuba? ¿No termina siendo una excusa?
–En Cuba actualmente hay mucha discusión ideológica, intelectual y superestructural sobre eso. Los economistas están empujando mucho. Nosotros no queremos que el bloqueo sea un pretexto. No lo queremos permitir tampoco. No podemos pasarnos la vida creyendo que todo lo que no podemos hacer es culpa de que hay un vecino muy poderoso que nos bloquea y nos impide hacer cosas. Si en 60 años no hemos podido desarrollar una creatividad que supere el bloqueo, estamos mal. En algunos sentidos sí se ha logrado, en la ciencia por ejemplo. Esas fueron apuestas que hizo Fidel y en su momento generó cuestionamientos. La gente decía “esa inversión…”. Esa inversión es la que hizo posible ahora afrontar la pandemia. Pero es una inversión en un sector pequeño, controlable, al que se le pueden dar todos los recursos. En cosas mayores no hemos tenido la misma eficiencia y los mismos resultados. Y es por lo que se está trabajando ahora, revirtiendo errores históricos, aquella cosa de intervenirlo todo, que fuera el Estado el que lo controlara todo. La ofensiva revolucionaria del ‘68 nos ha hecho mucho daño.
–¿Realmente considerás que aquello fue un error?
–Sí, fue un error. Porque fue como querer saltarse etapas. Como estábamos iniciando la relación con el campo socialista, dijimos: “Vamos a establecer un tipo de comercio que por ser nosotros subdesarrollados y sumarnos a lo último los obliga a ser más solidarios”. Pero esa era una forma de dependencia. No nos hizo esforzarnos lo suficiente para industrializarnos, por ejemplo. Incluso perdimos industrias que eran sólidas antes del triunfo de la Revolución, como la industria del azúcar. Claro que cometimos errores, la Revolución cometió errores y los estamos pagando.
–Es muy fuerte esa lectura.
–Ahora también hay una conciencia en Cuba sobre la necesidad de horizontalidad. Eso está creciendo. Hay sectores en la superestructura que están convencidos de eso. Claro que hay gente que piensa más a la antigua, a las viejas soluciones, a las viejas recetas, aun cuando se ha visto y se ha comprobado que no dan resultado. Pero también hay gente más joven que está pugnando por democratizarnos más, por hacer las cosas de manera más horizontal, no tan vertical. Las circunstancias del principio de la Revolución, las agresiones, nos hicieron cerrarnos mucho, crear un sistema de defensa casi a ultranza y nos acostumbramos a ser así. Eso nos benefició, por un lado, porque nos protegió. Pero también nos perjudicó, porque nos malformó en algún sentido.
–¿En esos sectores renovadores están los que hace poco definiste como quienes muestran «signos de cansancio”?
–No, no me parece que sean los que tienen signos de cansancio. Esos están cansados y no quieren seguir luchando por lo mismo. Creo que es la gente más joven que está en el gobierno. El mismo presidente (Miguel Díaz-Canel) me parece que es una de las personas que más está buscando incorporar la ciencia, darles más participación a los sectores de las ideas, abrirse más.
–¿Qué ocurre con ese sector que “siente cansancio”?
–Lamentablemente, hay jóvenes. Se supone que la Revolución se hizo para los jóvenes, para que florecieran, para que hubiera un porvenir para ellos. Es triste ver que nuestras limitaciones llevaron a lo contrario: en algunos sentidos, hay jóvenes que sienten que no tienen futuro en Cuba. Contra eso hay que luchar. Ese no es el porvenir de la Revolución. No es el porvenir de Cuba ni de ningún país. El porvenir tiene que ser de los jóvenes y tiene que ser esperanzador. «
Pablo y «Silvito El Libre»
La charla con Silvio Rodríguez en La Habana ocurrió antes de la muere de la cantante cubana Suylen Milanés Bennet, hija de Pablo Milanés, como consecuencia de un accidente cerebrovascular, a los 50 años de edad. Pablo Milanés vive actualmente en España y tiene una mirada crítica sobre lo que está pasando en Cuba. La respuesta de Silvio Rodríguez sobre él es previa a la tragedia personal del deceso de su hija.
–Pablo siempre fue crítico. Él pasó cosas muy duras y aun así se sumó a la Revolución.
–En los albores de la Revolución, Milanés estuvo casi dos años en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), bajo un régimen de trabajo de extrema severidad. Y luego permaneció dos meses en Fortaleza de La Cabaña, también como castigo.
–Lo quiero y lo respeto mucho. No me es cómodo hablar de Pablo en estas circunstancias. Lo que sí puedo decir es que es un gran artista y es una persona que ha sentido, sufrido y luchado por Cuba. Mucho. Lo ha hecho, claro que sí.
El otro personaje sobre el que Tiempo consultó a Silvio Rodríguez es Silvio Liam Rodríguez Varona, su hijo que está a punto de cumplir 40 años y es un reconocido artista de hip hop cuyo nombre artístico es Silvito El Libre.
–Él es “Silvito El Libre”, entonces yo vendría a ser “Silviote El Preso” (risas). Ni él es tan libre, ni yo soy tan preso. Cuando lo veas algún día, pregúntale por qué digo yo eso. Él se crió en una zona de Cuba muy difícil, agreste prácticamente, y yo creo que eso le hizo mucho daño. Él y yo nunca hablamos de los temas que nos separan. Siempre hablamos de las cosas que nos unen, el cariño familiar, la solidaridad, la identidad, las dos nietas que tengo de su parte. No coincido con muchas cosas de las que él plantea y él no coincide en cosas que yo he dicho o que hago y pienso. Pero jamás nos hemos peleado, ni nos vamos a pelear por eso.
Canciones, búsquedas y estilos
Silvio Rodríguez está muy afectado por la muerte reciente sobre un escenario de Vicente Feliú, otro de los padres fundadores de la trova. “Sesenta años de amistad, desde que él tenía 15 y yo, 16 años”. El periodista de Tiempo le cuenta una anécdota personal y privada que lo vincula con Vicente. Los ojos parecen humedecérsele y promete transmitirlo a su familia.
El lugar donde transcurre y termina la charla es un ambiente de tres sillones y dos sillas. El autor de “Historia de las sillas” elige la silla. Tal vez sea solo una casualidad. Desde una esquina de la habitación, un busto del Che Guevara tallado en madera parece observarlo todo. Quizá así sea. Es, acaso, la parte de ficción que el artista reconoce en sus canciones.
“El acto de la creación tiene una parte de costumbre, pero siempre necesita una parte de disconformidad. Uno no quiere hacer siempre lo mismo, ni contar las mismas cosas, ni recurrir a la misma fórmula. Eso es como industrializar, como si tuviera un troquel. Yo siempre fui un poco inconforme conmigo mismo y no quise que una canción se me pareciera a otra. A veces he tratado incluso de violentar el estilo, porque se supone que eso es un acto de creación”.
Jose
21 February 2022 - 01:31
Si no existiera el bloque tendrían que inventarlo. Es la única justificación para tanto fracaso.