Recientemente publicada, Media Verónica es la quinta entrega de la saga de Sergio Olguín, en la que retoma a su emblemática protagonista, la periodista Verónica Rosenthal, para conectar los años ’70 y el presente. La novela comienza en los meses previos a la dictadura, y revela una faceta desconocida de Aaron, el padre de la heroína: un amor secreto, prohibido, con la hija de un hombre muy poderoso, de peso militar, al que Aaron asesora como abogado
Cecilia decide ir en contra del mandato familiar y Aaron –objeto de una pasión irrefrenable– intenta salvarla, pese a la resistencia de la familia de Cecilia. Es el punto de partida de una historia anterior que se revela en el presente de Verónica. Su padre está cerca de morir, Federico –su expareja– espera tener familia de manera inminente, y una sombra oscura se acerca a los Rosenthal.
En el subsuelo de un café céntrico que ya fue nombrado en la saga, Sergio Olguín llega al encuentro de Tiempo Argentino. Con su habitual sonrisa, revela que viene leyendo una novela oriental, y que esta nueva entrega de Verónica, la quinta de las diez que promete, le permitió repasar aspectos poco conocidos de nuestra historia, y hacer crecer a su personaje, sin dejar de lado la música.

Sergio Olguín
–¿Por qué elegiste titularla Media Verónica?
–Por un lado, tiene que ver con la canción de (Andrés) Calamaro, porque es una canción que me gusta, y porque me hace acordar a Verónica Rosenthal, un personaje al que quiero mucho. Me remite a recuerdos de ella, como si la letra hablara de Verónica Rosenthal, de escenas de su vida. A punto tal que Media Verónica se iba a llamar La mejor enemiga, que es la novela anterior. De hecho, en La mejor enemiga, hay alguna frasecita tomada de la canción. A último momento le cambié el nombre y porque me parecía mejor, y Media Verónica quedó para otro momento.
En esta historia pasé por distintos títulos. En algún momento pensé en llamarla “Rosenthal”, porque es la historia de los dos, del padre y de la hija, pero me pareció que era confuso, que le faltaba la calidez que yo quería.

Después tenía otro título, el de una canción que me acompañó en la escritura de la novela, que es «Qué quedará de nuestros amores», que finalmente fue como acápite de la novela. Me molestaba la cacofonía “qué quedará”, y del tiempo futuro simple que no nosotros no usamos en lo coloquial. Y ahí dije: el título es Media Verónica, porque aparece casi en la mitad de la novela y, cuando la publiqué, me di cuenta de que si el proyecto es hacer diez libros y este es el quinto, estoy en media Verónica.

–¿Por qué diez libros?
–Fue como plantear un desafío, que estaba apoyado en que cuando empecé con La fragilidad de los cuerpos estaba leyendo mucha narrativa nórdica, sueca. Policial sueco. Y había diez novelas de Wallander, de (Henning) Mankell, (Stieg) Larsson tenía proyectado escribir también diez novelas, como siguiendo la línea de sus precursores, aunque llegó hasta la tercera o la cuarta. Entonces dije: vamos a escribir diez novelas de Verónica Rosenthal.

En realidad, lo que más me gustaba del proyecto no es tanto la cantidad -que me parece muchísimo– sino que me da la posibilidad de que Verónica vaya creciendo de novela a novela.
Que vaya siendo un personaje más adulto, más maduro, que vaya cambiando su forma de comprender determinadas cosas, y otras no: otras se mantienen eternas. Si uno lee, de pronto, La fragilidad… y se saltea a esta a esta mujer, va a encontrar a una mujer mucho más asentada, que es un cambio que se produce en La mejor enemiga. Y mi idea es que siga creciendo. Vamos a ver si puedo hacer ese proyecto de que un personaje vaya evolucionando con cada historia, con cada publicación.

–¿Cuál es tu mayor desafío como escritor?
–Que el lector se enfrente a mi libro y no se aburra. Que el lector mantenga un interés a lo largo de la novela, y de ser posible que no la suelte. Ese sería el lector ideal, para mí. Un lector que no suelta la historia hasta no terminar el libro, y que incluso la termina y sigue pensando en los personajes, en la historia. Es lo que intento.
–Esta novela tiene una primera parte que se ubica en 1975, y que revela el rol no sólo militar sino también civil, en la previa de la dictadura, un tema no tan transitado. ¿Qué te llevó a narrar eso?
–Me interesaba saber cómo era el mecanismo de la violencia en la Argentina previa a la dictadura. No tenía muy en claro el comienzo, pero sí que no tenía que ser durante la dictadura. Después, investigando, leyendo y conversando con amigos especializados en Historia, descubrí que el año 75 fue un año muy especial, sobre todo en Córdoba, donde –a fines de ese año– empieza a utilizarse a la provincia como un laboratorio de lo que después sería la dictadura: secuestros, desaparecidos, gente cuya detención no aparece registrada en ninguna parte, etc.
Eso no lo hicieron grupos como la Triple A u otros grupos parapoliciales, sino que fueron los propios los militares y la policía los que empezaron a tener una organización desde el Estado, que los amparó y los alimentó. Y me gustaba eso para este personaje de Cecilia que, por un lado, es una guerrillera pero, por el otro, viene de una familia poderosa.
Me interesaban esos vínculos que se daban en esas zonas de tensión: entre la democracia y la dictadura que se asomaba, pero a su vez entre la revolución y la represión que representa esta familia, que está de los dos lados. Y que un personaje como Aaron, a quien siempre habíamos visto como un personaje reaccionario y cascarrabias, haya vivido una situación de enamoramiento y de escape de su pareja, y que en esta historia también tiene que ver con lo político.
–En la novela aparecen algunos personajes civiles que son cómplices de la violencia política, que rubrican el concepto de la dictadura cívico-militar, sobre los que no suele haber justicia, además.
–En muchos casos hemos dejado de lado el tema de la complicidad civil. La dictadura militar fue una dictadura cívico militar pero, a su vez, la sociedad tiende a perdonar a los sectores que fueron cómplices. Hay una impunidad para aquel que participó de alguna manera, por ejemplo, desde las sombras. Por más que se sepa de su participación, no se lo castiga: ni siquiera se evalúa castigarlo. Tal vez, es más evidente en la Guerra de Malvinas, con la que sí hubo un castigo a algunos periodistas que fueron cómplices: ahí sí la sociedad reaccionó un poco. Pero respecto a la dictadura, no.
–La novela se publica en tiempos de negacionismo. ¿Eso estuvo presente en la escritura, o simplemente coincidió con ella?
–Creo que está presente de una manera que uno nunca termina de entender como escritor. No hay un plan. Pero uno nunca deja sus miedos, ni sus pensamientos, ni su ideología para escribir. Sí me resulta incómodo todo el tema de la cancelación. Que porque se diga tal o cual cosa se llegue a decir por qué no hay que leer a tal o cual. En estos días está muy en boga el tema de Vargas Llosa. Se debate si se puede separar la obra del artista.
A mí su literatura me gusta muchísimo. Y hay otros escritores que llamaron a la revolución a los que quizá leas y te aburran muchísimo. No se trata tanto de separarlo, sino de establecer la distancia suficiente, porque no tenés por qué comprometerte ideológicamente con el libro que leés.
–Media Verónica es una novela sobre la impunidad, sobre la pérdida, pero sobre todo es una novela de amor, ¿no?
-Sí. Yo estaba muy interesado en contar una historia de amor, la de Aaron y Cecilia. Pero también lo que le pasa a Verónica con Federico, que fue padre. Son diferentes formas de amor. Podríamos decir que no hay respuestas incorrectas para el amor. Son personajes que tienen en común que se mueven por el deseo. El amor, o el desamor, son parte del amor.

–Hay una frase sobre el final de la novela que dice eso: “Ser feliz es también dejar de serlo”.
–Exacto. Se es feliz sabiendo que de alguna manera eso en algún momento ya no va a estar.
–Claro, por eso otro tema central es la pérdida.
–Sí. Porque siempre amando vas a perder algo en el camino.
–De hecho, la pérdida y el vínculo entre Aaron y Verónica es otro de los temas de la novela. Pero conocemos otras historias, otras líneas argumentales dentro de la saga en Media Verónica, incluso muy íntimas de la familia.
–Sí, se puede entender por qué Verónica es más cercana a su padre que sus hermanas, por ejemplo. O que ella también toma decisiones en base a sus sentimientos, como Aaron. Pero, por otra parte, me interesa trabajar mucho el tema del duelo antes de la muerte de un ser querido. Me interesaba ese período en que a esa persona que tenés en frente, y a la que querés muchísimo, le queda un período muy corto y muy determinado de vida.
–El personaje del médico de Aaron también le marca una pulsión de vida ante la posibilidad concreta de la muerte. También está ese mensaje en la novela.
–Lo que trata de plantear en ese vínculo tan especial es eso: poder vivir el mayor tiempo posible, no dejarse arrastrar, porque si bien es una persona que tiene una enfermedad terminal, no es alguien que esté mal físicamente. Es no resignarse a dejar de vivir.
–¿Cómo te llevás con Verónica?
–Es una relación rara. Si vos me pedís que te haga un listado de mis personajes favoritos, Verónica no está entre ellos. Hay otros personajes que quiero más que a Verónica. A veces quiero más a Federico que a Verónica. (ríe) Pobre Verónica, siento que estoy haciéndole una traición con esto. Pero lo que me pasa es que mantengo cierta distancia, que me permite llevarla a cualquier lado. Si le tuviera un cariño mayor, me costaría más escribir sobre ella.
Anteriormente…
En la primera de las novelas, La fragilidad de los cuerpos, de 2007, Verónica indaga en el suicidio de un maquinista de trenes y descubre así una red de corrupción que involucra a niños y apuestas clandestinas.
En 2017, fue estrenada como miniserie televisiva, con Eva de Dominici como protagonista, junto a Germán Palacios y Juan Gil Navarro, dirigidos por Miguel Cohan.
En Las extranjeras (2014), fue tras el asesinato de dos turistas europeas en Tucumán, enfrentándose a la impunidad y el silencio de una comunidad cerrada.
Luego llegó No hay amores felices, en la que buscó desentrañar una red de adopciones ilegales vinculada a sectores ultracatólicos y funcionarios corruptos, en 2016. Y en 2021, con La mejor enemiga se revela el crecimiento de su protagonista, la modificación de su carácter, y cómo el poder más oscuro desafía a quienes ella conoce, quiere o frecuenta.
Verónica atraviesa, además, una crisis con Federico, el empleado de su padre con el que tiene una relación.