El general Min Aung Hlaing, al frente del gobierno de facto de Myanmar, dice ahora que su objetivo es restablecer la democracia en el plazo de un año. Pero pocos parecen dispuestos a confiar en el Tatmadaw -el todopoderoso Ejército birmano-, sobre todo después de los más de 830 manifestantes muertos a manos de las fuerzas de seguridad y los detenidos, que rondan los 5400 según la Asociación para la Asistencia de Presos Políticos, entre ellos la depuesta líder democrática Aung San Suu Kyi.
Los militares dieron muestras de sus verdaderas intenciones cuando en marzo emplearon munición real contra las protestas pacíficas y el movimiento de desobediencia civil, que había logrado paralizar la economía. Una vez que el Ejército aplacó las manifestaciones en las ciudades, trasladó la represión a la selva y las montañas, donde se encuentran las minorías étnicas, muchas de las cuales llevan resistiendo por décadas a los uniformados a través de las armas.
Pese a los bombardeos ordenados por Hlaing, las guerrillas se las arreglan para impartir entrenamiento militar a jóvenes que llegan desde las ciudades. El denominado Gobierno de Unidad Nacional, una alianza entre partidarios de Suu Kyi y demás opositores a los golpistas, llamó a principios de este mes a conformar una milicia federal con la ayuda de esos grupos armados. Ante el acelerado deterioro de la situación, la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, sostuvo que “hay parecidos claros con Siria».
La posibilidad de una guerra civil en Myanmar no resulta exagerada. “Hoy el problema es militar y le está costando muertos al propio Ejército. Las guerrillas étnicas están plantadas en sus territorios y bien armadas”, asegura el historiador Fernando Pedrosa, que coordina el Grupo de Estudios de Asia y América Latina de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. “Mucha de la gente que perdió sus empleos por protestar se está yendo al interior del país. Hay desplazamientos internos, algunos se suman a los ejércitos étnicos y muchos otros se dirigen a las fronteras con China, India y Tailandia. Eso puede desestabilizar a toda la región”, aclara.
Sin embargo, y a días de cumplirse cuatro meses del golpe, la junta se consolida en el poder. De acuerdo a la prensa japonesa, los golpistas obligaron a cerca de 100 diplomáticos a regresar a Myanmar, incluyendo a los embajadores ante la ONU y Reino Unido, uno de los primeros países en decretar sanciones contra los intereses económicos de los militares birmanos.
“La ASEAN (el bloque que nuclea a diez Estados del sudeste asiático) pidió el cese de la violencia, pero invitó a Hlaing a la reunión de presidentes, con lo cual lo legitima. Al mismo tiempo, de los diez países que integran la ASEAN, Vietnam y Laos tienen partido único, Brunéi es una monarquía absoluta, Camboya es una dictadura, Filipinas tiene a Rodrigo Duterte y en Tailandia hay un dictador militar que se presentó a elecciones totalmente amañadas y las ganó”, argumenta Pedrosa.
La idea de democracia que tienen en mente los militares birmanos excluye a los partidos rivales y a los liderazgos populares como el de Suu Kyi. Para el historiador la junta está pensando en su agenda: “hacer elecciones dentro de un año, con la cancha inclinada en favor del candidato militar, que posiblemente sea el actual dictador Hlaing”. El antropólogo John Marston, investigador del Centro de Estudios de Asia y África del Colegio de México, ve un escenario más complicado, en el que “la junta simplemente no va a ceder poder y la población que la resiste no dejará de luchar”.
“La de los grupos étnicos es una insurgencia que ha existido desde la independencia en 1948. La situación ahora es si existe la posibilidad de una alianza entre los grupos étnicos y los opositores a la junta. No es solo una protesta. Es algo armado. Los kachin y los karen tienen una larga historia de lucha y están bien armados”, reconoce Marston. La enviada de la ONU para Myanmar, Christine Schraner Burgener, aseguró el viernes pasado que el golpe de Estado “no ha culminado con éxito”. Resta medir la capacidad de una resistencia a la junta que crece a lo largo de todo el país “La de los grupos étnicos es una insurgencia que ha existido desde la independencia en 1948. La situación ahora es si existe la posibilidad de una alianza entre los grupos étnicos y los opositores a la junta. No es solo una protesta. Es algo armado. Los kachin y los karen tienen una larga historia de lucha y están bien armados”, reconoce Marston. La enviada de la ONU para Myanmar, Christine Schraner Burgener, aseguró el viernes pasado que el golpe de Estado “no ha culminado con éxito”. Resta medir la capacidad de una resistencia a la junta que crece a lo largo de todo el país